Entre Rejas

Capítulo III. La vecina

 

Ángel, está enamorado desde hace mucho tiempo de Ana, su vecina de rellano. Nunca le ha dicho directamente que le gusta, ni siquiera se lo ha insinuado, son más o menos de la misma edad, ella un poco más joven, delgada y con buen aspecto.

Ana trabaja a horas en lo que le sale, sin un contrato fijo, por suerte para ella el trabajo no le falta. Le pagan en negro por limpiar escaleras o cuidar de gente mayor. Nunca se ha fijado en Ángel. Pasa la mayoría de los días trabajando, cansada, del trabajo al sofá y del sofá al trabajo con alguna salida esporádica, como cuando se permite el lujo de salir a tomar algo con las amigas de toda la vida, con las que comparte prácticamente los mismos problemas y las mismas necesidades. Hablan de hombres, de cómo solucionar las cosas, de lo bien que se lo pasaron en la última salida, de los últimos complementos de moda, de los niños y los maridos y de los programas de televisión de la farándula.

- ¿Visteis a la Pantoja ayer en Tele? Pobrecita con un hijo como el suyo, feo y vago que cruz que tiene encima –dijo una mientras bebía una Coca-Cola.

- ¡Que se aguante por ladrona! -dijo otra con voz airada.

Y mientras hablan y hablan de las famosas, no se dan cuenta que no son capaces ni de solucionar sus propias miserias, que se pasan el día metidas en el bar entre cervezas y cigarrillos sin dar un palo al agua, criticando a todo el que se le pone por delante, menos Ana que trabaja como una mula y va a las reuniones una vez al mes para evadirse un poco.

Una mañana al salir de casa, Ángel se encontró con Ana en el rellano y le preguntó si le gustaría quedar a tomar un café, a lo que Ana accedió gustosa.

Ángel se quedó perplejo ya que era una invitación que le había hecho en múltiples ocasiones, y ella siempre había tenido alguna excusa o cosa que hacer para escaquearse. Quedaron en un bar que había enfrente de su edificio sobre las tres de la tarde, tiempo suficiente para arreglarse un poco. Por su parte, Ana no tenía muchas esperanzas puestas en la cita, simplemente aceptó sin más, por curiosidad.

A las tres en punto, Ángel fue al bar donde habían quedado, Ana ya estaba esperándolo en la puerta, se saludaron con dos besos y entraron juntos. El ambiente era tranquilo y distendido. Había un par de parejas sentadas en una de las mesas tomando cafés y pastas, un par de señores en la barra con bebidas y un señor mayor fumando en la puerta. Se escuchaba música suave de fondo de una emisora de radio, una elegante camarera les trajo la carta.

Ángel no había comido nada por los nervios así que se pidió unas tapas y una cerveza, y Ana se pidió un café, ella sí que había comido. Ángel devoró las tapas como si no hubiera un mañana, lo que junto a los nervios que tenía por la cita, le provocaron de repente unos fuertes retortijones.

La situación se tornó incontenible y tuvo que pedirle a Ana que le disculpara un momento para ir al lavabo, rápido como un relámpago se metió en el váter. Solo había un váter para ambos sexos. Una vez que el motivo de su angustia fue expulsado con fuerza, al pobre inodoro le tocó la tarea más difícil, llevárselo todo, tarea que le resultó imposible realizar. Ángel tiró varias veces de la cadena, pero el muerto no se iba y de pronto, el nivel del agua empezó a subir dentro del retrete y Ángel entró en pánico. Lo intentó con la escobilla pero no hubo manera.

-¿Cómo voy a dejar esto así? ¿Y si entra Ana detrás mío? -pensó.

Entonces surgió como un león su lado más valiente, se arremangó los brazos, y metió la mano hasta el fondo del váter y al fin, el agua cedió. Se enjuagó bien el brazo, tres o cuatro veces, lo secó bien con una toalla que encontró que dejó escondida detrás del váter, se echó un poco de colonia que vio en una estantería y volvió a la mesa como si nada hubiera pasado.

-Discúlpame por la tardanza, había un tío antes que yo y no salía -le dijo a Ana.

Ángel cuando se siente cómodo tiene mucha labia y soltura. Ana por su parte, también es una persona agradable, le sorprendió la manera de hablar de él, le gustó, pensó que si se arreglara un poco más incluso podía enamorarse. Al final de la cita se fueron juntos a casa y se despidieron en el rellano con dos besos.

Ángel se estiró en el sofá, pero no podía dejar de pensar en ella, le había cautivado con su agradable mirada, su pelo largo y su sonrisa. Así que decidió ir a verla un momento y tocó el timbre, Ana abrió la puerta en camisón de dormir, Ángel se quedó estupefacto al verla y no sabía ni que decir, al final soltó:



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En el texto hay: carcel, aventura

Editado: 11.07.2018

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