Nada más levantarse de la cama, Ángel fue a la cocina, cogió un cuchillo de grandes dimensiones y se dirigió decidido al banco con la intención de poner en práctica su plan y obtener así un botín con el que poder impresionar a su vecina.
Cuando llegó a la sucursal miró a través del ventanal, observó durante un rato y esperó que no quedara ningún cliente dentro. Una vez, su hubo vaciado el banco, se subió la braga militar que llevaba al cuello hasta los ojos y entró. De repente, salió un cliente que no había visto. En ese momento se puso nervioso, se bajó la braga y sentó en la primera mesa que encontró, allí había un comercial del banco sentado que le dijo:
- Hombre Sr Garmendia, ¡cuánto tiempo sin verle! siéntese que le voy a enseñar los nuevos planes de ahorro que tenemos para usted -le dijo el comercial con agrado mientras sacaba unos folletos de un cajón.
Ángel, con los nervios que tenía encima, salió de allí con un plan de veinte euros mensuales porque no podía permitirse más, pero al menos salió airoso y pasó el apuro lo mejor que pudo. Nadie sospechó nada, ni siquiera repararon en su presencia, así que lo volvería a intentar de nuevo en otra ocasión.
Al salir del banco llamó a Ana y le propuso postergar la cita para el día siguiente porque debía resolver un asunto sin demora y así quedaron.
Al día siguiente, siguió el mismo modus operandi que el día anterior. Observó durante un rato hasta que no hubo ningún cliente, pero esta vez miró bien a fin de asegurarse estar solo. Una vez dentro, en el momento que iba a gritar, se abrió una puerta y de un lavabo salió un chico que no conocía, volvió a sentarse en la primera silla que pilló. El trabajador que había en aquella mesa era el mismo que le había atendido el día anterior.
- Hola Sr. Garmendia que alegría, ¿otra vez usted por aquí? ¿Qué se le ofrece de nuevo? -le preguntó el empleado mirándolo atentamente.
Ángel contestó lo primero que le vino a la cabeza, que había hecho sus cálculos y que podía permitirse subir el plan de ahorros unos diez euros más de lo que habían pactado. Salió del banco nervioso y a la vez enfadado consigo mismo, al final lo iban a pillar si seguía haciendo el idiota.
Así que decidió zanjar el asunto ese mismo día, no iba a volver a retrasar otra vez la cita con Ana, ¿qué iba a pensar ella? ¿Qué era tonto o idiota? Así que fue a su piso, se cambió de ropa para no ser reconocido, volvió a coger el cuchillo y se dirigió de nuevo al banco, pero esta vez iba a ser diferente, estaba decidido a entrar hubiese quien hubiese, y no se iba a ir de allí sin un buen montón de billetes.
De nuevo en la puerta del banco, pero esta vez entró sin vacilar y sin pensárselo dos veces:
- ¡Esto es un atraco dadme todo el dinero ya! ¡Que nadie mueva ni un músculo! -gritó blandiendo un cuchillo en el aire.
Tal y como él lo había imaginado, los empleados, jóvenes e inexpertos, se pusieron muy nerviosos, una de las chicas fue volando al cajón del dinero, cogió todo lo que había en billetes y monedas y se lo entregó a Ángel, advirtiéndole que era todo lo que podía tener en ese momento sin esperar a abrir la caja retardada.
Ángel se sacó una bolsa del abrigo y metió el dinero dentro sin ni siquiera contarlo y huyó del lugar a toda prisa. A continuación, se dirigió al portal donde tenía la mochila con la ropa escondida, se cambió y salió aparentemente tranquilo, caminando como si nada hubiese ocurrido. Se fue a su casa a contar el dinero, habían unos tres mil euros, no era mucho para lo que le había costado preparar el golpe y lo mucho que se había arriesgado, pero al menos le salió bien, y todo había pasado según lo previsto, así que llamó a Ana para quedar con ella para cenar esa misma noche.
Cuando llegó la hora acordada, pasó a buscarla por su piso y la llevó a uno de los restaurantes más glamurosos y caros del pueblo, mucha gente hablaba de él, era el local de moda. Al llegar, se sentaron en una de las mejores mesas, se pidieron los mejores platos, un vino francés y una botella del mejor cava, charlaron, rieron y se lo pasaron en grande, cuando llegó la hora de pagar, Ángel cogió su cartera y de ella sacó un fajo enorme de billetes y pagó la cuenta, incluso se permitió el detalle de dejar una buena propina al camarero ¡Ana estaba flipando en colores! ¡Cómo le había cambiado la suerte al vecino de repente! Pero no sospechaba nada, como iba a pensar que estaba cenando con el atracador del pueblo.
-¿Te has enterado que esta mañana han atracado la sucursal del Banco? -le preguntó asombrada.