Entre Rejas

Capítulo V La detención

Aturdido, fue abriendo los ojos y lo primero que vio fue a la policía que le estaban mirando fijamente. Lo detuvieron y lo llevaron a los calabozos de la comisaría, aún tenía el shock del golpe.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó Ángel aturdido.

- Payo te acaban de traer los maderos, te han debido dar una hostia que flipas, menuda boca te han dejado ¿Qué has hecho? – le dijo un gitano.

Ángel sólo recordaba haber salido corriendo del banco con la bolsa del dinero en la mano, nada más ¿qué cojones había pasado? – se preguntaba.

Pronto lo iba a saber, porque en ese momento, se abrió la puerta del calabozo y dos policías se lo llevaron a una sala, allí le leyeron los derechos y lo interrogaron:

- ¿Su nombre es Ángel Garmendia Gómez? -le preguntó un policía mirándolo fijamente a los ojos.

- Sí, soy yo -contestó Ángel- ¿de qué se me acusa? -preguntó asustado.

- ¡De atraco a mano armada, robo con lesiones y omisión del deber de socorro! -dijo otro policía dando un fuerte golpe sobre la mesa.

Ángel se quedó mudo y pensativo, no sabía de qué le estaban hablando, sí que había robado el banco pero no había hecho daño a nadie ¿Porque lo acusaban de lesiones y de no socorrer a alguien? ¿De qué le estaban hablando?

- ¿Piensa contestar? Es muy grave de lo que le acusa mi compañero, ¡defiéndase al menos!- dijo airado un policía.

- Pero es que no sé de qué lesiones me hablan, yo no he pegado a nadie –contestó extrañado.

- Al salir del banco, usted huyó y se cruzó con una señora que le acusa de haberle estirado del bolso para robárselo y de empujarla para salir corriendo con él, y un chico que pasaba por allí lo interceptó, la señora, al caer al suelo, se partió un brazo por su culpa de su empujón ¿no se acuerda o nos toma por tontos? – volvió a preguntar uno de los policías cada vez más enfadado.

Entonces se dio cuenta de que no recordaba que había pasado después de salir del banco, aún le dolía mucho la cabeza, la boca y la espalda, no podía pensar con claridad, así que optó por no decir nada más hasta que todo se aclarara en su cabeza.

- Permitan que me acoja a mi derecho de no declarar si no es con un abogado delante.

- Está bien, como quiera, se le asignará un abogado de oficio si no puede costeárselo, mientras tanto está detenido a la espera de ser llevado ante la autoridad judicial –sentenció el policía bruscamente.

- No puedo pagar un abogado -contestó Ángel con un hilo de voz.

A continuación lo llevaron de vuelta al calabozo donde aún estaba el gitano.

- Toma tu bocadillo, lo han traído mientras no estabas, comételo que solo dan esto cuando a ellos les parece, no esperes nada más – le dijo el gitano.

Ángel mordió aquel chusco de pan y notó un fuertísimo dolor en la boca, se levantó y se miró en un espejo que colgaba de la pared. ¡Dios, le faltaba un diente justo en medio de la boca!

El gitano le aconsejó que se sentara y estuviera tranquilo, el juez de guardia tenía mucho trabajo acumulado esos días y seguramente se iba a pasar allí las próximas 72 horas, el tiempo máximo de detención preventiva. El gitano le sugirió que pensara bien lo que le iba a decir al juez.

- ¡Niégalo todo payo!, di que no eras tú – le aconsejó el gitano.

Pero se dio cuenta que lo habían pillado infraganti, así que no podía negar que fue él quien había cometido el atraco, pero de las demás acusaciones, ni se acordaba, él nunca haría daño a nadie.

Si realmente pasó como decía la policía, habría sido sin querer y mucho menos para robar un bolso ¡era absurdo! ¿Para qué iba a querer el bolso de una vieja, si llevaba un suculento botín? Pero también había sido absurdo su plan y lo llevó a cabo. ¡Claro que la policía creía lo que decía la señora! ¡Si acababa de poner en práctica el plan más irracional del mundo! ¿Qué iba a pensar la policía? ¡Pues que era un pobre idiota!

A la mañana siguiente, se despertó aún más hecho polvo, había dormido en un camastro de esos que hay en los calabozos, y solo había comido el bocadillo de la tarde anterior. Al gitano se lo llevaron esa misma mañana. Después le metieron a un chico joven que se llamaba Mateo, rapado, zafio, maleducado y repleto de tatuajes, y a un magrebí llamado Hassan. No parecían muy asustados ni agobiados por la situación, más bien parecía que estaban en su salsa y que habían estado allí mil veces. Tenían más leyes en la cabeza que un abogado y hablaban mal a la policía.



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En el texto hay: carcel, aventura

Editado: 11.07.2018

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