La policía condujo a Ángel hasta la cárcel y lo dejaron en el departamento de ingresos, allí fue recibido por los funcionarios.
La entrada en prisión, es un hecho traumático que se pretende paliar en la medida de lo posible, para ello se acoge al interno en un departamento específico, el de ingresos.
Allí, le hicieron un cacheo integral para asegurarse de que no llevaba objetos prohibidos, se lo hacen a todos los que ingresan en el centro. Él se pensaba que le iban a meter el dedo en el culo en busca de drogas o algo así y que los funcionarios de prisiones eran torturadores que llevaban rifle y gafas de sol Ray-Ban, en cambio no iban armados y sólo llevaban en el cinturón un par de guantes y un walkie-talkie, totalmente diferente a lo que él se imaginaba, ¡demasiadas películas americanas!
A continuación, lo pasaron al despacho de identificación donde le hicieron la famosa foto y le tomaron las huellas dactilares, ya estaba penitenciariamente fichado. Posteriormente fue entrevistado por un educador, un psicólogo y sometido a un reconocimiento médico.
-¿Sabe usted porque está aquí? ¿Toma alguna droga? ¿Tiene familia? – fueron algunas de las preguntas del educador.
- Sí, estoy por atraco, pero no lo haré más se lo juro –le contestó asustado-. Me fumo algún porro de vez de cuando, pero tampoco lo haré más. No tengo familia, estoy solo –siguió entre sollozos.
Con la salvedad de que le faltaba un diente por el puñetazo del legionario, lo encontraron perfecto de salud.
Todo este reconocimiento se realiza con el fin de estudiar a qué módulo va a ser destinado. Ya que según la tipología del delito cometido, de las adicciones y el carácter que tenga y la duración de la condena, te destinan a uno u otro módulo residencial. Dentro de la prisión hay un conjunto de pequeñas cárceles agrupadas e incomunicadas entre sí, cuanto más pequeñas son mejor para poder clasificar y tratar a los internos, más seguro para ellos y para sus compañeros. Estas pequeñas cárceles son lo que comúnmente se conoce como módulos.
Ángel estaba sudoroso, nervioso, asustado y olía a perro muerto, llevaba tres días sin ducharse y con la misma ropa, le había dado la vuelta a los calzoncillos dos veces, con los calcetines no había nada que hacer, por muchas vueltas que les diera tiraban para atrás. Se hallaba sumido en un mar de sensaciones que le producían escalofríos, era su primera entrada en prisión y no sabía a lo que se iba a enfrentar.
Los funcionarios le entregaron un kit de bienvenida para su estancia en prisión con artículos de higiene personal, un juego de sábanas, una manta, un manual con normas básicas, una llave electrónica para el peculio (dinero) para poder pasar la semana y poder comprar y una muda de ropa para sobrevivir los primeros días.
-Tenga, esto es para usted, consérvelo que le ha de durar mucho tiempo, se le dará un lote higiénico cada tres meses -le dijo amablemente un funcionario de ingresos.
Al día siguiente lo llevaron a un módulo, la prisión tenía diez y le tocó el tres donde iba a convivir con unos 200 internos. El tres era un módulo de violencia y condenas largas, al haber cometido un atraco y tras las entrevistas hechas, era el que le asignaron.
Hasta llegar al módulo, pasó por diferentes controles de seguridad: puertas que se abren al cerrarse la anterior (cancelas), ecos en los pasillos, funcionarios protegidos en su puesto... A medida que iba dando pasos tenía la sensación de que dejaba atrás el mundo real y entraba en otra dimensión. Presentía que la libertad de circular libremente se le iba quedando atrás en cada uno de los controles de seguridad que iba pasando.
Pronto se cruzó con los primeros internos. No daba crédito. El jardinero, el que lleva los paquetes, el de mantenimiento... ¡todos eran presos!
Ángel se había imaginado las cárceles de otra manera, como habían sido en los años 80, que se hicieron famosas por las revueltas que se produjeron en ellas y salieron en los medios de comunicación. En esa época, las cárceles estaban estructuradas en enormes galerías, en las que se mezclaba lo bueno, lo malo y lo peor de cada barrio; con un alto nivel de hacinamiento, falta de intimidad y violencia sexual; los internos tenían carencias de médicos, maestros, psicólogos y educadores; estaban diezmados por la heroína y el sida y gobernados por mafias.
Pero lo que se encontró era muy diferente de aquella idea, la cárcel no se parecía en nada. Ahora se orientaba hacía la reinserción y reeducación de los internos y contaba con equipos multidisciplinares, programas de intercambio de jeringuillas, de administración de metadona; reparto de preservativos, encuentros vis a vis, celdas y duchas individuales, e incluso módulos libres de droga.
Cuando entró en el módulo por primera vez le temblaban hasta las piernas, estaba en shock, fue recibido por un par de funcionarios que le informaron un poco del funcionamiento general y de las normas y le asignaron una celda. Lo primero que le enmudeció era la tensa calma que se respiraba y el fuerte olor a lejía y a desinfectante.
-Bienvenido al módulo tres, irá usted a vivir a la celda 20 con Musta, intente no tener problemas, y si hay cualquier cosa puede venir a decírnoslo. Puede quedarse en el patio por el momento –le dijo un funcionario del módulo.
De pronto, se encontró solo en el patio, sin conocer a nadie, rodeado de delincuentes de toda clase. Esta es la parte más jodida de la entrada en prisión. Todos le miraban expectantes, con cara de sorpresa e interés, se fijaban en cómo iba vestido, si llevaba tatuajes…parecía como si quisieran indagar sobre su identidad o su personalidad.
Se sintió intimidado pero pensó que lo mejor era entrar con pie firme en aquel mundo hostil. Así que dio una primera vuelta de reconocimiento sin decir nada a nadie, observando el terreno.
El módulo era muy diferente a lo que se esperaba, era moderno, con gimnasio, biblioteca, zona de cabinas telefónicas, sala de ordenadores y una sala de día donde había máquinas de refrescos, otra de cafés y también un economato donde poder comprar algo de comer.
-Bueno esto no está tan mal, podría haber sido mucho peor- pensó.
Ángel creía que tenía que ir de chulito para que lo respetasen, que a lo mejor había de ser un poco arrogante y aprender a actuar diferente. Así que se acercó a un grupo de internos e intentó hablarles, preguntarles sobre sus vidas:
-Hola chavales, ¿qué hay por aquí? ¿Tenéis un cigarro? –les dijo Ángel sin mucho tino.
Pero no mostraron el más mínimo interés en entablar una conversación con él, ni siquiera le contestaron. Entonces, Ángel decidió actuar, pero no sabía cómo atraer la atención de aquellos mendrugos. Fue entonces que se les acercó un tío bajito, casi enano, con la voz más fina que la de un soprano de la opera de Paris y Ángel empezó a reírse de él, en parte porque le parecía graciosa la voz pero también para atraer la atención del grupo.
- Parece que te han dado una patada en los huevos- se le ocurrió decir con una leve carcajada.
De repente se hizo un escrupuloso silencio y Ángel observó como las caras de los internos que le rodeaban se tornaban furiosas, el más musculoso se le acercó para pegarle, pero de repente un tipo negro se interpuso y les dijo que no merecía la pena atraer la atención de los funcionarios por culpa de aquel idiota.
El tipo negro se lo llevó de allí arrastrándolo del brazo. Era un tipo corpulento, de unos dos metros de altura y voz grave, intimidaba solo con su presencia.
- Soy Musta, tu nuevo compañero de celda, ¿qué coño haces yendo de listo por el patio? ¿Quieres que te den una paliza o qué? Se ve a una legua que eres un pipiolo (nuevo) -le dijo mientras se encendía un cigarrillo.
El tipo del que se había burlado, el enano, era un asesino en serie que descuartizaba a sus víctimas con una sierra, un interno muy peligroso. Ángel se quedó sin habla al darse cuenta que había metido la pata y por el miedo que le daba Musta, un negraco más chulo que un ocho y con unos brazos impresionantes. No pudo evitar pensar en cómo se portaría con él en la intimidad, ese bicho debía calzar un aparato que mejor ni pensarlo.
La mayoría de la gente sabe de la cárcel por las películas, éstas llevan años alimentando nuestro imaginario con cárceles llenas de asesinos tatuados donde reina la ley del más fuerte y al nuevo siempre lo violan en las duchas cuando se le cae la pastilla de jabón al suelo y para Ángel era algo así en su imaginación. Es normal que al mezclar gentes con tantas diferencias sociales y culturales se puedan producir roces e incidentes en la convivencia pero nada fuera de la normalidad.
Al cabo de un rato, Musta ya le había presentado a unos cuantos amigos suyos, les dijo que era su nuevo compañero de celda y que miraran de respetarlo.
Se les acercó un funcionario y le pidió a Ángel que le acompañara.
-¿A quién quiere llamar? Tiene usted derecho a una llamada -le dijo el funcionario mientras se lo llevaba a hacer la llamada de rigor de los nuevos ingresos.
Se quedó dubitativo por un momento, ¿a quién iba a llamar si estaba solo en su mundo cruel? Después de unos segundos, se le ocurrió llamar a Ana, al fin y al cabo era con la única que había tenido contacto últimamente.
-Hola Ana, mira tengo solo tres minutos. ¡Escucha! Me han metido en la cárcel, fui yo el que atracó el banco. Ya te explicaré con más detalle cuando pueda. ¿Me puedes hacer un favor? -le dijo avergonzado.
-¿Me estás tomando el pelo Ángel? -le preguntó ella sin poder salir de su asombro.
-No, de verdad, lo siento, soy un estúpido. Necesito que me acerques algo de ropa y dinero, hay una llave de mi piso debajo del felpudo.
Ana no se podía creer lo que estaba escuchando, su vecino era el atracador del banco y le pedía el favor de llevarle algo de ropa y dinero. No se negó, a pesar del impacto de la noticia, le dio pena pensar en la situación en que se encontraba.
Por la noche, ya en el chabolo, llegó otro momento de miedo y tensión. Cuando se cierra la puerta detrás de ti y te quedas por primera vez a solas con otro interno que ya vivía allí antes que tú, no sabes que delitos ha cometido, ni conoces sus intenciones.
Pero pronto se dio cuenta que aquel tipo que le había parecido tan amenazante era de lo más amable y educado, Musta le explicó un poco por encima el funcionamiento del patio para que no se metiera en líos y le dijo que podía contar con él si alguien le vacilaba o le buscaba problemas, no toleraba abusos a los nuevos y menos si vivían con él.
-Si mañana alguien se mete contigo, intenta rehuirlo -le aconsejó Musta poniéndole una mano encima del hombro.
Ángel se duchó y se cambió por fin con la ropa que le habían suministrado en ingresos. La celda, de unos nueve metros cuadrados no permitía mucha intimidad, pero tampoco estaba mal, tenía ducha, lavabo, váter, toma de televisor, escritorio y estanterías para dejar la ropa y los enseres. Ángel cada vez estaba más tranquilo al comprobar que la celda no era un tugurio infecto y que los internos no eran todos psicópatas que intentan rajarte a la mínima, además parecía que Musta era sincero en sus intenciones.
Mientras se fumaban un cigarro, Musta le fue explicando el funcionamiento de las "rutinas", que es como llaman los internos al préstamo de tabaco o enseres del economato, estos préstamos o rutinas se devuelven con intereses al prestamista y hay que andarse con mucho ojo, porque al principio los prestamistas son muy amables y cordiales, pero cuando llega el momento de reclamar la deuda, la cosa cambia si no puedes pagarla.
Para llevar bien la convivencia entre los dos, Musta le dijo que debía respetar las horas de rezo, ya que él era musulmán, y ser limpio y ordenado.
-Tú dormirás en la litera de arriba, mira de no moverte continuamente que hace mucho ruido -le dijo Musta.
En la celda había dos literas, el nuevo duerme en la de arriba y por supuesto ese fue el sitio de Ángel, no lo protestó ni por un segundo, Musta le ayudó a hacer la cama y compartió con él su televisor hasta que se quedaron dormidos. Ya había pasado lo peor, el ingreso y el primer impacto y parecía que había tenido suerte con el compañero de celda, además Ana lo vendría a ver, quizá la suerte le empezaba a cambiar.