Desperté desorientada, las imágenes de la noche anterior, llegaron a mi mente como una cascada, Adiraet me había marcado, me asusté al reconocer su obra sobre mi piel. Comencé a llorar, ¿Qué me había hecho? ¿Cómo permití que lo hiciera?
Unos pasos me advirtieron que alguien se aproximaba, me tranquilicé al ver ingresar a mamá.
-Hola Agatha. -Dejó salir sin emoción alguna.
-Mira lo que me ha hecho. –Le mostré mi muñeca.
-Todos hemos atravesado lo mismo. –Sonrió para sus adentros.
-No quiero ser su esposa.
-Calla, no lo repitas nunca.
_No es justo. _Con mi llanto no remediaría mi situación, pero al menos me desahogaba.
-El día de su matrimonio cuando bebas su sangre el ritual estará completo. _Prosiguió dando terminada la conversación.
Llegamos a nuestra casa, subí a mi habitación, recostándome sobre la cama, sentí unas enormes nauseas, corrí hasta el baño, comencé a vomitar, me asusté al ver que expulsaba un líquido rojo. Mamá se acercó y al mirar en el interior de la taza del inodoro tapó su boca con la mano, asombrada.
-No le vas a decir a nadie sobre esto. ¿Me entendiste? -Me exigió con el miedo latente en sus ojos.
-¿Qué me sucede? -Le pregunté asustada.
-Tu cuerpo rechazó la sangre de la ofrenda.
-¿Eso es normal? -Inquirí intentando comprender.
-No, no lo es. -Se sentó junto a mí en el mosaico del baño.
-¿Mamá? –La miro interrogante.
- Creí que…. después de la iniciación, todo terminaría. _Abrazó sus rodillas, hundiendo la cabeza en medio ellas.
-¿De qué hablas? -Le rogué desesperada.
-No puedo contarte nada. Jamás dudes que te amo Agatha, aunque no lo entiendas, tu única esperanza es Adiraet, una vez que te conviertas en su esposa nadie podrá dañarte.
-“Dañarme” es broma, ¡observa lo que él me ha hecho!
-Es el único que puede protegerte, lo lamento no hay más opciones. Por el momento mantendremos en secreto esto, júramelo Agatha, que no se lo dirás a nadie.
-Lo juro. -Indico cariz baja.
-Gracias.
Mi madre se levanta y me deja sola con una gran incertidumbre.
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Han transcurrido dos semanas desde mi encuentro con Adiraet. Por las noches tengo sueños con él, sus caricias profanan mi intimidad, deseándolo de una forma desmedida.
Cuando me altero o enojo, la luz azulada emana de mis manos. Al principio no tenía control, pero conforme pasa el tiempo es más fácil dominarlo.
La mañana me recibe despierta, meditando mi realidad, la única manera de escapar de esta pesadilla es ir con ellos, aunque la idea me asusta. No deseo desposarme con un demonio, sin alma, y sin la capacidad de amar. Aunque una parte de mí lo añora, sé que es un espejismo, un sentimiento impuesto. Cuando pienso en Adiraet la marca arde como si reaccionara ante mis impulsos.
Al llegar la noche, cené con mamá, para luego irme a dormir. Cerca de las cuatro de la madrugada, me levanté, el insomnio se convertía en mi mejor amigo. Me acerqué a la ventana, suspiré desaminada, la ansiedad y la desesperación me invadían por completo; pero compadeciéndome no solucionaría nada. Me vestí con ropa cómoda, de puntillas salí de la casa, el frío me recibió calando en mis huesos, me detuve indecisa “No hay espacio para dudar” le dije a mi fuero interno, corriendo hasta los límites de la aldea. Concentrada en mi huida, no me percaté que tenía compañía hasta que choqué de frente con Anders, caí sobre mis espaldas.
-¿Qué haces Agatha? -Me pregunta reponiéndose del golpe recibido.
-Aprovecho la mañana para ejercitarme. –La peor excusa del universo.
-Sé que estás mintiendo. –Afirmó,
Anders lee la mente, es su don, ¡Maldita sea! Tenía que topármelo a él precisamente.
-Regresa Agatha y olvidaré este incidente.
-Sabes que no lo haré. -Le respondo con seguridad.
-Y tú sabes que no te dejaré ir, lo lamento.
-Por favor. -Supliqué.
-Te encaminaré a tu casa, no mencionaré a nadie lo ocurrido.
Moví la cabeza a los lados contrariada, no podía regresar, no cuando la decisión fue tomada al fin. Una bola azul se formó en mis manos y la dejé ir contra él, de inmediato su cuerpo fue arrojado varios metros de distancia, impactando contra un árbol, me acerqué con cautela, se encontraba inconsciente.
Murmullos revolotearon alrededor, las luces de las viviendas comenzaron a encenderse. Corrí con todas mis fuerzas, como si mi vida dependiera de eso, tanto que las piernas me dolían por el esfuerzo. No me detuve, me costaba respirar. Cuando llegué al acantilado supe que la otra orilla me separaba de mi libertad.
Empecé a cruzar el puente colgante, mientras se tambaleaba bajo mis pies, cuando iba por la mitad escuché la voz de la sacerdotisa.