Aunque era invisible, al caminar mi peso hacía traquear la vieja madera del piso, me quité los zapatos esperanzada de no hacer tanto ruido. Al toparme con personas, me mantenía inmóvil hasta que se alejaban. Colocando mi mano sobre las puertas, podía ver el interior de la habitación, todos podíamos hacerlo, era un truco de concentración que nos enseñaban en la escuela. Mientras los niños normales, estudiaban matemáticas, ciencias e historia, a nosotros nos enseñaban hechizos y brujería.
Me empezaba a desesperar cuando por fin ubiqué el calabozo, abrí la puerta que chirrió un poco pero por suerte no había nadie próximo a mí. Bajé los desgastados escalones hasta llegar a una amplia estancia donde Mcgregor custodiaba. Su don es congelar, convertir en hielo todo aquello que toca hasta sus cimientos, lo había visto hacerlo y prefería evitar un enfrentamiento entre ambos.
Recorrí una por una las celdas hasta que la encontré, mamá se encontraba acostada en el frío piso rocoso de espaldas a la puerta.
-Mamá. _La llamé mentalmente.
Ella movió su cabeza desorientada quizás tratando de ubicar la voz.
-Mamá, he venido por ti.
-“Agatha” _Murmuró con tono agónico.-Te advertí que no vinieras.
-Soy igual de testaruda a ti.
Como pudo se enderezó usando la pared como apoyo.
-La celda tiene un conjuro, si tratas de sacarme ellos lo sabrán.
-No me importa, no permitiré que te lastimen.
Ella lentamente dirigió su mirada hacia mí, la oscuridad me impedía corroborar su estado.
-No valgo la pena, pero tú eres muy importante. Regresa con Haziel, tu padre te cuidara.
-¿Por qué me lo ocultaste? _Le reclamé, no era el momento para hacerlo pero no pude evadir el tema.
-Para protegerte. Somos lo que somos, nunca quise dañarte.
-¿Y Adiraet? Aún estoy unida a él.
-Hay una manera de romper el vínculo ¿Lo sabes verdad?
-Sí, he sido informada.
Mi madre se acercó a las rejas, la luz iluminó su rostro. Quede estupefacta al ver su condición. Le habían cortado su hermoso cabello de forma improvisada y sin delicadeza, sus ojos hinchados y amoratados.
-¿Qué te han hecho? _Sollocé.
Observé como ella trataba de ubicarme se dirigía por el tono de mi voz.
-Me protegí con el conjuro de invisibilidad. _Le expliqué
-Hiciste bien, ahora vete Agatha, encuentra el libro.
Recordé la conversación de Sarangel con el hombre. Sabía de su existencia, vi a mi madre muchas veces preparar hechizos.
-¿Dónde está?
-Lo escondí en las afueras de la aldea. Debajo de la piedra de sacrificios, a veces el lugar más obvio, es el más adecuado.
-¿Cómo te saco de aquí? ¿Qué conjuro utilizaron?
-Mi hora terminó hija, perdóname, te amo, eres lo único puro en mi vida.
-No te dejaré aquí.
La luz azulada apareció incrementándose alumbrando todo a su alrededor.
-Aléjate de la puerta. _Le advertí
Dejé ir la potente bola de energía, la puerta estalló, haciendo que astillas brincaran por doquier. No lo podía creer, lo habría logrado pero al intentar entrar me detuvo una fuerza que me lanzó hacia atrás, golpeándome la cabeza contra la dura pared del fondo.
Adolorida me puse de pie, mi madre me miraba con tristeza, el hechizo no estaba en la puerta sino en la celda misma.
-Vete Agatha. _Me suplicó.
Me desesperé y seguí lanzando las luminosas bolas azules sin resultado. Estaba tan sumida en mi tarea que no sentí a Mcgregor llegar. Un dolor penetrante se clavó en mi brazo y con horror lo vi congelarse.
-Detente Agatha, no me obligues a lastimarte.
Me concentré en la parte solidificada y para asombro del hombre, cientos de partículas de cristal explotaron, clavándose en su rostro como poderosas agujas. Se cubrió los ojos con las manos gritando del dolor.
-No hay tiempo hija, no dejes que te atrapen, tienes una misión que te será revelada. Esto debe terminar, no está bien lo que hacemos, Iriana lo sabía. Encuentra el libro, él te guiará hacia la verdad.
-No te dejaré. _Susurré.
-Debes hacerlo, sé fuerte.
Vi como mamá unía sus manos abriendo un centelleante portal fuera de la celda.
-Te llevará al libro, no te lo repetiré Agatha, vete.
-Mamá. _Dejé escapar sin aliento.
-No podré mantenerlo abierto por mucho tiempo.
Murmullos se escuchaban haciendo eco hasta mis oídos, pasos se acercaban anunciando que no estaba sola.
Sintiendo como un dolor en el pecho se me clavaba, crucé el portal dejando a mi madre a su suerte, le había fallado.