El amanecer llegó teñido de gris.
Livia apenas había dormido. La imagen de los dos amantes en la pintura la perseguía como un eco, y las palabras de Dante —“se amaron, y por eso murieron”— resonaban como una profecía que no quería entender.
Cuando bajó a desayunar, Rosa la esperaba con la expresión preocupada de quien presiente tormenta.
—Has removido lo que debía seguir dormido, bambina.
—No lo hice a propósito.
—En esta casa, nada ocurre por accidente.
—Entonces el destino ya estaba escrito.
—Tal vez. Pero aún puedes elegir si lo terminas tú o dejas que él te devore.
Antes de que pudiera responder, se oyó el sonido de un motor afuera.
Livia se acercó a la ventana. Un convoy de autos negros entraba por la avenida principal.
Rosa se persignó.
—Son los Vitale.
—¿Quiénes son?
—Los aliados… y enemigos, según el día.
Minutos después, la villa se llenó de hombres vestidos de negro, hablando en voz baja.
Livia se apartó, incómoda.
Dante apareció al pie de las escaleras. Su presencia bastó para que todos guardaran silencio.
—Benvenuti.
Su voz era calmada, pero su mirada tenía filo.
Entre los recién llegados, un hombre de cabello oscuro y sonrisa fría se adelantó.
—Cugino, —dijo, estrechándome la mano—. Hace tiempo.
—Demasiado, Marco —respondió Dante.
Livia reconoció el nombre. Marco Vitale. El hombre del que Dante hablaba con respeto… y con desconfianza.
—¿Y esta bella señorita? —preguntó Marco, clavando los ojos en Livia.
—Una restauradora —respondió Dante sin darle más explicación.
—Interesante elección de compañía.
—No la elegí para compañía —replicó Dante, con tono cortante—. La elegí por su talento.
Marco sonrió.
—Todos los talentos tienen precio.
—Y algunas consecuencias.
El aire entre los dos se tensó.
—Tenemos asuntos que discutir —dijo Marco finalmente—. Negocios.
—En mi despacho.
Dante la miró brevemente antes de irse.
—No hables con nadie —le advirtió.
—No suelo hacerlo.
—Haz de ese silencio tu escudo.
La tarde cayó con un sol dorado sobre el acantilado.
Livia volvió al estudio. El cuadro seguía allí, pero algo había cambiado.
La rosa en la mano de la mujer parecía más oscura.
Pasó los dedos por la superficie. El tacto era distinto, casi cálido.
Un sonido metálico retumbó detrás del lienzo.
Empujó con cuidado y descubrió una cavidad secreta en el marco.
Dentro, un sobre antiguo, sellado con cera roja.
Temblando, lo abrió.
Dentro había una carta escrita con tinta desvanecida:
“A quien encuentre esto:
La verdad no pertenece a los Moretti ni a los Caruso.
Pertenece al amor que ambos destruyeron.
Si lees esto, la historia se repite.
Elige distinto.”
Livia sintió un escalofrío.
En ese instante, Dante entró.
—¿Qué has encontrado?
—Una carta.
—Dámela.
—¿Por qué?
—Porque cada palabra escrita sobre esta casa es un arma.
Livia lo observó.
—¿Teme lo que pueda revelar?
—Temo lo que pueda desatar.
—Entonces ya es tarde —dijo ella, entregando el papel.
Dante leyó en silencio.
Cuando terminó, su rostro estaba pálido.
—¿Quién escribió esto? —preguntó ella.
—Mi abuelo.
—¿Él sabía…?
—Sí. Sabía que su amor lo mataría.
Guardó la carta en el bolsillo.
—A partir de hoy, nadie entrará a esta sala excepto tú o yo.
—¿Qué ocurre?
—Marco quiere apoderarse del símbolo de la familia. Cree que le dará poder sobre los clanes del norte.
—¿Y qué tiene que ver el cuadro?
—Todo. La rosa negra era el emblema del primer pacto de sangre.
—¿Un pacto?
—Firmado con muerte. Sellado con amor.
Livia lo miró, con el corazón latiendo rápido.
—¿Y qué ocurre si alguien rompe ese pacto?
—La sangre llama a la sangre —respondió Dante, sin apartar los ojos de ella—.
—Entonces… si el pasado se repite…
—Alguien morirá.
La tensión entre ellos era casi insoportable.
—No puedo dejar que eso pase —susurró Livia.
—Nadie puede detener un ciclo si no comprende su origen.
—Entonces enséñeme.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
Dante dio un paso más. Estaban tan cerca que podía sentir el calor de su respiración.
—Los Moretti no aman, Livia. Protegen, poseen o destruyen. Pero amar… eso nos hace débiles.
—Quizás por eso necesita a alguien que no tema hacerlo.
El silencio se volvió un latido compartido.
Dante la observó como si cada palabra pudiera ser una bala.
—Si te quedas, te marcará el fuego.
—Entonces que arda.
Él sonrió, y en esa sonrisa había algo más que peligro.
—Ven conmigo. Hay algo que debes ver.
La llevó a las bodegas subterráneas de la villa.
El aire era denso, húmedo. Las paredes, cubiertas de símbolos antiguos: rosas y serpientes grabadas en piedra.
En el centro, una mesa de mármol con una rosa seca sobre ella.
—Aquí —dijo Dante— se selló el primer pacto de sangre.
—¿Entre quiénes?
—Entre los Moretti y los Vitale.
—¿Y los Caruso?
—Fueron el sacrificio.
Livia lo miró horrorizada.
—Mi familia…
—Fueron traicionados por ambas partes. Y tú eres la única descendiente que queda.
—Entonces…
—Sí. El destino nos unió para pagar una deuda.
Livia dio un paso atrás.
—Esto es una locura.
—Lo fue desde el principio.
Dante se acercó.
—Podríamos romper el ciclo. Pero no lo lograremos solos.
—¿Qué propone?
—Un nuevo pacto.
—¿De qué clase?
—De sangre.
Livia tragó saliva.
—¿Y qué implica eso?
—Confianza absoluta. Lealtad inquebrantable.
—¿Y amor?
—El amor no se jura, Livia. Se demuestra.