Entre Sombras y Rosas

Capítulo 5: El precio del silencio

El amanecer llegó cubierto de humo.

La noche anterior, Nápoles había ardido.
Los disparos se habían apagado con la lluvia, pero el eco de la traición seguía flotando sobre el puerto.

En la carretera hacia Roma, el coche avanzaba en silencio.
Serena dormía en el asiento trasero, exhausta.
Livia miraba por la ventana, las luces lejanas diluyéndose en la niebla.

—¿Por qué no la dejamos en Nápoles? —preguntó.
—Porque ya sabe demasiado.
—¿Y nosotros?
—Sabemos más de lo que queríamos.

Dante conducía sin apartar la vista del camino.

—¿A dónde vamos?
—A un lugar seguro.
—¿Existe eso para gente como tú?
—No. Pero algunos sitios al menos nos permiten respirar antes de volver a pelear.

Llegaron a Roma al anochecer.

En el barrio de Trastevere, Dante tenía una casa discreta, escondida entre edificios viejos.

El interior era sobrio, casi monástico: paredes desnudas, muebles antiguos, olor a madera y polvo.

—Aquí nadie nos buscará —dijo él.
—¿Por cuánto tiempo?
—El suficiente para decidir el próximo movimiento.

Serena se recostó en un sofá.
—Necesitamos ayuda.
—No. —Dante fue tajante—. En este juego, cuantos menos sepan que estamos vivos, mejor.

Livia lo observaba en silencio.
—Tienes un plan.
—Siempre.
—¿Y esta vez?
—Esta vez el plan depende de ti.

Ella frunció el ceño.
—¿De mí?
—Eres Caruso. Eres la única persona que puede entrar a los archivos del Vaticano sin levantar sospechas.
—¿Qué tendría que buscar allí?
—Pruebas.
—¿De qué?
—De que la alianza entre los Moretti y los Vitale se selló con un crimen.

Livia lo miró, atónita.
—¿Y si eso es verdad?
—Entonces destruiré a los Vitale con su propio pasado.

A la mañana siguiente, Livia y Serena cruzaron las calles romanas con identidades falsas.

Los pasos de Livia resonaban sobre el empedrado del Borgo Pio, camino al Archivo Secreto.

—¿Crees que vale la pena arriesgarse por él? —preguntó Serena.
—No es por él. Es por la verdad.
—La verdad nunca es gratuita.
—Ninguna redención lo es.

Entraron en el edificio.

Un sacerdote los recibió y las condujo por pasillos fríos hasta una sala llena de documentos antiguos.

—Tenéis una hora —dijo, cerrando la puerta.

Livia se sentó ante una mesa de mármol y comenzó a revisar.

Los sellos de los documentos eran los mismos que había visto en la villa: rosas y serpientes entrelazadas.

—Aquí está —susurró.

Un pergamino amarillento con fecha de 1892:

“Por este pacto, las familias Moretti y Vitale juran fidelidad eterna ante la Santa Sede,
sellando su alianza con la sangre del traidor que unió ambos linajes.”

—¿El traidor? —preguntó Serena.
—Un Caruso —respondió Livia, con voz apenas audible.

La tinta estaba corrida, pero un nombre aún podía leerse al final:

Lorenzo Caruso.

—Mi antepasado —susurró Livia.
—El mismo al que culparon de la guerra entre familias.
—O el que intentó detenerla.

Livia buscó más entre los papeles y encontró una segunda hoja, sin sello.

“El hijo de Lorenzo fue entregado a los Moretti como garantía.
Si alguna vez la sangre Caruso volviera a mezclarse con la de los Moretti,
el pacto se rompería… y la maldición renacerá.”

Serena la miró horrorizada.
—¿Lo entiendes?
—Sí —dijo Livia, cerrando los ojos—. La historia se está repitiéndose.
—¿Tú y Dante?
—Sí.

Cuando regresaron, Dante las esperaba con una copa de vino en la mano.

—¿Lo conseguiste?
—Sí. Y no te gustará.

Le entregó el pergamino.

Dante lo leyó con el ceño fruncido.

—Así que el primer Caruso fue el que intentó unir a las familias.
—Y fue asesinado por ambas.
—Entonces toda esta guerra es una mentira construida sobre un amor imposible.
—Y ahora estás a punto de repetirla.

Dante respiró hondo.
—Marco usará esto.
—¿Cómo?
—Publicará la historia, y la versión será suya.
—Entonces cuéntame tú primero.

—¿A quién?
—A la prensa.
—No confío en ellos.
—Confía en mí.

Serena intervino:
—Puedo hacerlo. Tengo contactos en Roma.

—Si lo haces —dijo Dante—, no habrá vuelta atrás.
—Tampoco la hay si no lo hago.

Livia miró a Dante.
—El silencio es lo que ha destruido a tu familia. Rompe ese ciclo.

Dante la miró largo rato.
—Está bien.
—¿Lo harás?
—Sí. Pero si caemos, caeremos juntos.
—Ya lo juramos.

Dos días después, los periódicos de Roma amanecieron con titulares en letras negras:

“Los Moretti y los Vitale: el pacto de sangre que fundó la mafia del sur.”

“Una restauradora rompe el silencio centenario entre dos familias.”

La ciudad entera hablaba de ellos.

Marco Vitale desapareció.

Los aliados se dividieron.
Los enemigos despertaron.

Esa noche, mientras el cielo de Roma se teñía de rojo por los incendios en los barrios bajos, Dante observó desde la azotea.

—Has empezado una guerra —dijo él.
—O una limpieza —respondió Livia.

—¿Crees que sobreviviremos?
—Si la verdad lo vence todo, sí.

—Y si no lo hace…
—Entonces habremos vencido nosotros.

Dante la miró, y por primera vez no vio en ella una invitada, ni una amenaza, ni una Caruso.

Vio a su igual.

La mujer que había cambiado el rumbo de generaciones enteras.

—Eres más peligrosa que cualquier arma, Livia.
—Y tú más humano de lo que finges.

La ciudad ardía abajo.

La historia, una vez más, comenzaba a escribirse con fuego.

Pero esta vez, no habría silencio.




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