Entre Sombras y Rosas

Capítulo 6: La caída de los Vitale

Roma no dormía.

Las sirenas se mezclaban con el sonido de los motores y el murmullo de la prensa.

La publicación de la historia había desatado una tormenta.

Los nombres Moretti y Vitale estaban en cada titular, en cada susurro, en cada llamada interceptada.

En un despacho improvisado dentro de la casa de Trastevere, Livia revisaba documentos junto a Serena.

Dante, de pie frente a la ventana, observaba la ciudad como si fuera un tablero de ajedrez.

—Los Vitale están perdiendo territorio —dijo ella, leyendo las notas que Serena había reunido—. Sus aliados del norte los abandonaron.
—Marco no se rendirá tan fácil —respondió Dante—. Un hombre así no muere de pie, muere haciendo ruido.

—¿Qué haremos? —preguntó Serena.
—Esperar su error —dijo Dante—. Y cuando lo cometa, no dudar.

Esa noche, el error llegó.

Un mensaje cifrado, enviado desde una fuente anónima:

“Reunión de los Vitale en el puerto de Ostia. Medianoche.”

Dante lo leyó y lo deslizó hacia Livia.
—No es casualidad.
—Te están tendiendo una trampa.
—Posiblemente.
—¿Entonces por qué ir?
—Porque las trampas, cuando se conocen, pueden volverse armas.

—No irás solo.
—No, iré contigo.

El puerto de Ostia estaba cubierto por la niebla.

Barcos inmóviles, luces intermitentes, olor a sal y combustible.

Dante y Livia avanzaban entre los contenedores, vestidos de negro, silenciosos.

—Si algo pasa —dijo él—, corre.
—Ya no corro.

—Livia, no es orgullo, es supervivencia.
—No confundas una con la otra.

Entre los contenedores, una figura emergió: Marco Vitale.

—Sabía que vendrías —dijo con una sonrisa.
—Y yo sabía que mentirías.

Marco se acercó.
—Has destruido a mi familia con palabras. Ahora te destruiré con silencio.

—Tu familia se destruyó sola.
—No. Tú encendiste la mecha.

Marco hizo un gesto, y de entre las sombras surgieron hombres armados.

—Dime, primo —continuó Marco—, ¿merece la pena morir por una Caruso?

—Merece la pena vivir con ella —respondió Dante.

Los disparos comenzaron.

El estruendo fue brutal, los casquillos rebotando en el metal.

Livia se cubrió tras un contenedor, el corazón desbocado.

—¡Dante! —gritó.
—¡Sigue mi voz! —respondió él.

Corrió entre el humo y la confusión.

Vio cómo un hombre apuntaba a Dante desde lo alto.

Sin pensar, tomó una barra metálica del suelo y la lanzó con fuerza.

El disparo se desvió.

Dante giró, disparó una sola vez, y el atacante cayó.

—Te dije que corrieras.
—Y te dije que no lo haría.

Marco huyó hacia los muelles.

Dante lo siguió, con Livia detrás.

En el extremo del muelle, el mar golpeaba con violencia.

Marco se giró.
—Siempre fuiste igual, Dante. El héroe trágico.
—Y tú, el villano que necesitaba un público.

—Entonces vean cómo termina tu historia.

Marco levantó el arma, pero Livia ya había corrido hacia él.

Se interpuso sin dudar.

El disparo resonó.

Por un segundo, el mundo se detuvo.

Marco cayó.

Livia permanecía inmóvil.

Dante la sostuvo.
—¿Estás bien?
—Sí… el chaleco —susurró.
—¿Qué chaleco?
—El que me diste esta mañana.
—Nunca confío del todo en el destino.

Ella rió débilmente.

—Lo lograste —dijo.
—No —respondió él, mirando el cuerpo de Marco—. Solo sobrevivimos a otro capítulo.

Días después, los noticieros confirmaron lo inevitable:

“Marco Vitale murió durante un enfrentamiento. El clan Vitale se disuelve. Los Moretti heredan el control del sur.”

Dante apagó la televisión.
—Y así termina un siglo de guerra.
—¿Y tú? —preguntó Livia—. ¿Qué harás ahora que ganaste?
—Cuando uno gana en este mundo, lo único que hereda es el silencio.

—Entonces rompámos.

Él la miró con una mezcla de cansancio y admiración.
—Eres más fuerte de lo que imaginé.
—Y tú más justo de lo que admites.

—La justicia en nuestras manos es solo una ilusión.
—Entonces inventemos una nueva.

Dante dejó el arma sobre la mesa.

—A partir de hoy, los Moretti no serán símbolo de miedo.
—¿Qué serán?
—De reconstrucción.

Livia asintió.
—Entonces empecemos por limpiar las sombras.

—¿Dónde?
—En Sicilia.
—Volver a casa, entonces.
—Sí. A terminar lo que empezamos.

Y mientras el sol se ocultaba tras las ruinas del puerto, ambos comprendieron que la guerra apenas había cambiado de forma.

Porque en el mundo de las rosas y las serpientes,
la paz nunca es más que una tregua entre verdades.




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