Entre Sombras y Rosas

Capítulo 7: La herencia de Sicilia

El avión descendió sobre Palermo al amanecer.

La isla se extendía como una mancha dorada entre el azul del mar y el gris de las montañas.

Para Livia, volver a Sicilia era como caminar sobre un sueño que se negaba a morir.

En el aeropuerto, nadie los esperaba.

—Ni una escolta, ni un saludo —dijo ella.
—Así es como prefiero llegar —respondió Dante—. Sin ruido.

—No me parece propio del nuevo jefe de los Moretti.
—Precisamente. El ruido llama al peligro. El silencio, al respeto.

Subieron a un coche discreto y tomaron la carretera que serpenteaba entre olivos y viñedos.

El aire olía a sal, tierra y recuerdo.

—¿Cómo te sientes al volver? —preguntó él.
—Como si no hubiera regresado del todo.
—Nadie regresa por completo a Sicilia.

—¿Y tú?
—Yo nunca me fui.

La Villa Moretti los recibió en silencio.

Las estatuas cubiertas de polvo, los jardines descuidados, el eco del pasado aún palpitando entre los muros.

Rosa los esperaba en la entrada.

—Sabía que volverían —dijo, sonriendo apenas—. Esta casa no deja ir a sus fantasmas.

—Ni a sus hijos —respondió Dante.

—Han cambiado las cosas —continuó Rosa—. Los aliados están inquietos. El norte observa.
—Déjalos observar —dijo Dante—. Verán lo que ocurre cuando el poder cambia de rostro.

Livia entró en el estudio donde todo había comenzado.

El retrato seguía allí, restaurado por completo.

La mujer de la rosa negra la miraba con una mezcla de melancolía y advertencia.

—Parece nueva —susurró.

—Y lo es —respondió Dante detrás de ella—. Como nosotros.

—¿Qué harás con todo esto? —preguntó ella.
—Reconstruirlo. Pero a mi manera.
—Eso no será fácil.
—Nada que valga la pena lo es.

Dante se acercó a la ventana.

Desde allí podía verse el mar, tranquilo, pero engañoso.

—Los hombres del norte esperan que fracase —dijo—. Quieren ver sangre.
—Entonces dales vino.

Él rió suavemente.
—Tienes una mente peligrosa, Livia Caruso.
—Y tú una reputación que no mereces.

—¿No?
—No. Has heredado la guerra, pero no la maldad.
—La maldad, Livia, no se hereda. Se elige.
—Entonces no la elijas.

Hubo un silencio cargado.

Afuera, los olivos se mecían con el viento.

—¿Sabes qué es lo más difícil del poder? —preguntó él.
—Conservarlo.
—No. No perder el alma mientras lo haces.

—Entonces déjame ayudarte a conservarla.

Dante la miró, como si sus palabras fueran un lujo que ya no podía permitirse.

—Si te quedas, el peligro será constante.
—Ya lo es.

—No entiendes lo que implica ser parte de esto.
—Sí lo entiendo.

Se acercó un paso más.

—No es solo política, ni sangre, ni dinero. Es lealtad. Es silencio.
—He aprendido a guardar ambos.
—¿Y si te pido que mientas?
—Solo si es por algo justo.

Dante suspiró.
—No sabes cuánto deseo creer eso.
—Entonces créelo.

Esa tarde, la villa se llenó de voces.

Los representantes de las familias del sur habían llegado para una reunión improvisada.

Livia los observaba desde la galería superior.

Eran hombres endurecidos, de rostros marcados por el sol y la sospecha.

—El trono Moretti está vacío —dijo uno.
—Yo lo ocupo —respondió Dante con calma.
—No sin sangre nueva.
—La sangre ya corrió. No habrá más.

—¿Y quién garantiza eso?
—Yo.

—Tus palabras no bastan.
—Entonces escuchen a quien les devolvió su historia.

Dante alzó la mano, y Livia descendió las escaleras.

Los murmullos se detuvieron.

—Ella —dijo Dante— es la razón por la que hoy hablamos de verdades, no de mentiras.
—¿Una mujer? —preguntó un anciano con desdén.
—Una Caruso —replicó Dante—.

El silencio se hizo absoluto.

—¿Una Caruso entre los Moretti? —susurró alguien.
—La misma sangre que intentaron destruir.
—¿Y esperas que la respetemos?
—No. Espero que la teman.

Livia sostuvo la mirada de los hombres sin temblar.
—Las guerras de los padres no serán las de los hijos. Si quieren seguir luchando, háganlo. Pero háganlo sin nosotros.

Uno de los líderes, un hombre de cabello blanco, se levantó lentamente.
—Hablas como si el pasado pudiera enterrarse.
—No se entierra —dijo Livia—. Se redime.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire.

Dante la miró con algo parecido a orgullo.

Finalmente, el anciano asintió.
—Entonces, Moretti, tendrás tu tregua.

Cuando los invitados se marcharon, el sol se escondía detrás de las colinas.

—Les diste esperanza —dijo Dante.
—No. Les di una opción.
—¿Cuál?
—Creer que el amor aún puede construir donde la sangre solo destruyó.

Dante la observó.

En sus ojos ya no había solo fuego, sino calma.

—Eres más que un símbolo, Livia.
—Y tú más que un apellido.

—Tal vez por eso nos temen.
—O por eso nos recordarán.

Afuera, el mar comenzaba a brillar bajo la luna.

El viento soplaba desde el norte, trayendo consigo un rumor de peligro y promesa.

Sicilia dormía, pero las sombras no.

Porque en el mundo que habían heredado, la paz nunca duraba.

Y ambos sabían que el precio del cambio aún estaba por cobrar.




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