Entre Sombras y Rosas

Capítulo 10: Los muertos regresan

El amanecer trajo un cielo rojo sobre Sicilia.

En la villa, el sonido de los pasos apresurados rompió la calma.

Signore, llegaron noticias —dijo uno de los guardias—. Enzo Bianchi no huyó.
—¿Dónde está? —preguntó Dante.
—En Palermo. Y reunió a los restos de los Vitale.
—¿Cuántos hombres?
—Demasiados.

Dante miró a Livia.
—Sabía que no se iría sin hacer ruido.
—Entonces no le demos tiempo para gritar.

—¿Qué propones?
—Golpear antes del amanecer.

—No podemos arriesgarnos a una guerra abierta.
—Ya la tenemos, solo que aún no lo admites.

Esa noche, la villa se preparó.

Vehículos, armas, mapas sobre la mesa.
Livia observaba cada movimiento, memorizando rutas, aprendiendo más en una noche de lo que la mayoría aprendía en una vida.

—No deberías estar aquí —dijo Dante, acercándose.
—Tampoco tú.
—No es lo mismo.
—Sí lo es. Tú lideras con miedo; yo, con propósito.

Él la observó, con ese gesto que mezclaba irritación y respeto.
—No eres parte de este mundo, Livia.
—Entonces lo reinventaré.

Salieron antes del amanecer.

El convoy se detuvo a las afueras de Palermo, cerca de un antiguo almacén portuario.

Desde las sombras, se escuchaban voces, motores, armas cargándose.

Dante miró a sus hombres.
—Recuerden esto: hoy no luchamos por territorio, sino por historia.

—¿Y si no regresamos? —preguntó uno.
—Entonces el nombre Moretti no habrá sido en vano.

Livia bajó del coche.
—Voy contigo.
—No.
—Ya soy parte del pacto, Dante. No puedes romperlo solo porque te asusta perderlo.

Él asintió, derrotado.
—Mantente cerca.

El interior del almacén olía a gasolina y a polvo.

Los Bianchi estaban allí.

Enzo, de pie en lo alto de una pasarela metálica, los observaba como un rey viejo y furioso.

—¡El fantasma de Sicilia vuelve a respirar! —gritó—. Pero todo lo que respira, muere.

—Entonces que empiece la resurrección —respondió Dante.

Los disparos estallaron.

Livia se cubrió tras una columna, ayudando a cargar munición y dirigir fuego.

La noche se volvió un caos de luces, gritos y metrallas.

Entre el humo, vio a Enzo apuntar desde la pasarela.

—¡Dante! —gritó.

Él giró justo a tiempo, pero el disparo lo alcanzó en el hombro.

—¡No! —Livia corrió hacia él.

Enzo bajó lentamente, con el arma aún caliente.

—Te advertí, muchacho. Nadie desafía al norte sin pagar.

—El norte ya está muerto, Enzo —respondió Dante, apretando los dientes—. Solo tú no lo sabes.

—Y tú ya no mandas aquí.
—No necesito mandar.

Dante le lanzó una mirada a Livia.
Ella entendió.

En su mano, una bengala encendida.

La arrojó al suelo empapado de gasolina.

El fuego se levantó con un rugido.

Enzo retrocedió, sorprendido.

—¡Maldita Caruso! —gritó—. ¡Eres igual que tu antepasado!

—No —dijo Livia, firme—. Yo termino lo que él empezó.

Las llamas devoraron la estructura.

Dante la tomó del brazo.
—¡Tenemos que salir!
—¡No sin él! —señaló a un hombre caído.
—¡Livia!
—¡Confía en mí!

Corrieron entre el fuego, ayudando a los heridos, hasta que el techo comenzó a ceder.

Salieron justo antes del derrumbe.

El amanecer los encontró cubiertos de ceniza.

El almacén ardía aún, como si todo un siglo de guerras se quemara con él.

Dante se dejó caer sobre el suelo, respirando con dificultad.

Livia se arrodilló a su lado.
—Estás herido.
—He estado peor.
—No esta vez.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque esta vez no luchabas solo.

Dante sonrió débilmente.
—¿Lo logramos?
—Sí.
—¿Y los Bianchi?
—Los que sobrevivieron, huyen.

Él miró el cielo.
—Entonces, por fin, los muertos descansan.
—No todos.
—¿Quién falta?
—Los que aún no se han perdonado.

Livia tomó su mano.
—Los Moretti tienen historia, pero también futuro.
—Y los Caruso…
—Tenemos memoria.

El sol emergió sobre el mar, tiñendo todo de oro.

Por un instante, el mundo pareció nuevo.

Dante se incorporó lentamente.
—La guerra terminó.
—No —dijo Livia—. Sólo cambió de rostro.

—Entonces luchemos de nuevo, pero con otras armas.
—¿Cuáles?
—Palabras. Verdad. Amor.
—Entonces, quizá, esta vez ganemos.

Y mientras el fuego se extinguió detrás de ellos,
la historia de los Moretti y los Caruso
comenzaba a escribirse por primera vez sin sangre.




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