Entre Sombras y Rosas

Capítulo 17: El precio de la verdad

El fuego había hablado.

Y el mundo escuchó.

En menos de veinticuatro horas, los noticieros de toda Europa abrían con el mismo titular:

“Caen los clanes del sur: la historia secreta de los Moretti y los Caruso.”

En Roma, el Senado exigía investigaciones.
En Milán, los bancos cerraban cuentas.
En Palermo, las calles se llenaron de murales con la rosa negra cruzada por una línea de luz.

Y en Sicilia, la villa Moretti se convirtió en santuario y campo de batalla al mismo tiempo.

—No hay manera de frenar esto —dijo Serena, lanzando los periódicos sobre la mesa.
—No quiero frenarlo —respondió Livia.
—Pero están pidiendo tu cabeza.
—Que la pidan. Ya aprendí que el silencio mata más lento.

Dante permanecía junto a la ventana, sin decir palabra.

—¿Y tú? —preguntó Serena—. ¿Vas a dejar que la crucifiquen sola?
—No. —Dante giró lentamente—. Nunca la dejo sola.

Esa noche, la villa estaba en oscuridad.

Desde el jardín, Livia veía las luces de los helicópteros sobrevolando la costa.

Los periodistas habían acampado en los caminos.

La prensa hablaba de héroes, de traidores, de mártires.

Pero ninguno conocía la verdad entera.

—¿Te arrepientes? —preguntó Dante, acercándose.
—¿De qué?
—De haberlo revelado todo.
—No. Me arrepiento de no haberlo hecho antes.
—Hay quienes no entenderán.
—No busco que entiendan. Busco que recuerden.

Dante se sentó a su lado.
—La historia no perdona a quienes la desafían.
—Ni a quienes la esconden.

—A veces pienso que no elegí este camino.
—Nadie lo elige. El destino lo hace por ti.

—¿Y tú? ¿Crees en el destino?
—Creo en los incendios. En los que destruyen y en los que purifican.

A la mañana siguiente, el gobierno envió una comisión a Sicilia.

Entre ellos, políticos, jueces, periodistas.

El líder era un hombre elegante, de cabello gris y sonrisa afilada: Giovanni D’Orsini, enviado especial de Roma.

—Señora Caruso —dijo, estrechándome la mano—. Su valor ha conmovido al país.
—No vine a conmover —respondió ella—. Vine a decir la verdad.
—Y la verdad tiene precio.
—Ya lo estoy pagando.

D’Orsini sonrió.
—Los Moretti y los Caruso pueden ser útiles si cooperan con la reforma.
—¿Y si no lo hacemos? —preguntó Dante.
—Entonces la historia los enterrará junto a sus enemigos.

—Ya sobrevivimos a eso antes —replicó él.

D’Orsini se marchó dejando tras de sí el aroma a poder disfrazado de promesa.

—Ese hombre no busca justicia —dijo Livia.
—Busca control —respondió Dante—. Quiere convertir la verdad en su arma.

—Entonces no le demos más fuego del que pueda manejar.
—¿Qué harás?
—Lo que siempre hice. Restaurar lo que otros destruyen.

Las semanas siguientes fueron un torbellino.

En Roma, la Confraternità fue declarada organización criminal.

En Sicilia, la Fundación Moretti–Caruso se convirtió en símbolo de transparencia.

Pero los viejos aliados comenzaron a desaparecer.

Algunos murieron. Otros huyeron.

Y entre los escombros del poder, algo empezó a florecer.

Una tarde, Livia regresó al estudio.

En la pared, el retrato de la mujer con la rosa negra seguía en su sitio.

Dante la encontró allí, en silencio.

—Nunca te cansas de mirarla.
—Porque todavía me enseña.
—¿Qué cosa?
—Que incluso la belleza lleva cicatrices.
—Y tú, Livia, ¿cuál llevas?
—La que no se ve.
—¿Dónde?
—En la fe de que todo esto valió la pena.

Dante se acercó.
—Valió.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque aún estamos aquí.

Livia lo miró.
—A veces me pregunto si sobrevivimos o solo aprendimos a fingir que lo hicimos.
—Yo también me lo pregunto.
—¿Y tu respuesta?
—Que contigo, incluso fingir se siente real.

Esa noche, los dos salieron al jardín.

El cielo estaba despejado por primera vez en semanas.

Las rosas negras brillaban bajo la luna.

—¿Sabes qué es lo más extraño del fuego? —dijo Dante.
—Que no tiene sombra.
—Exacto. Consume, ilumina… pero nunca se refleja.
—Como nosotros.
—¿Somos fuego, entonces?
—No. Somos lo que queda después.

Un silencio cálido los envolvió.

Livia respiró profundo.
—Dante, ¿y si la historia vuelve a repetirse?
—Entonces escribiremos otra vez, juntos.

—¿Y si esta vez somos nosotros quienes ardemos?
—Entonces que arda el mundo con nosotros.

La brisa movió los rosales.

La luna, testigo muda, los observaba desde lo alto.

Y allí, entre las sombras de su nuevo reino, Livia Caruso y Dante Moretti comprendieron que el precio de la verdad no era la ruina,

sino la libertad de empezar otra historia.




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