Entre Sombras y Rosas

Capítulo 18: El eco del norte

A veces, la historia no se repite.

A veces, simplemente cambia de voz.

Han pasado tres meses desde la revelación.

Sicilia parece tranquila, pero la calma es una mentira que todos eligen creer.

En el aire todavía flota el eco de las campanas de Roma, el murmullo de los juicios, el rugido del norte intentando resucitar bajo nuevos nombres.

En la villa, los guardias vigilan los muros día y noche.

Y, aun así, Livia siente que alguien los observa.

—No confías en la calma —dijo Dante una tarde, mientras revisaba los informes sobre la mesa.
—No confío en lo que se parece demasiado a la paz.
—¿Crees que el norte volverá?
—El norte nunca se fue. Sólo cambió de piel.

—¿Y si volvemos a pelear?
—Entonces que sea por algo que merezca la pena defender.
—¿Qué cosa?
—Lo que construimos. Lo que somos.

Esa noche, Livia recibió un sobre sellado sin remitente.

Dentro, una fotografía.

En ella, un grupo de hombres reunidos frente a una iglesia del norte.

En el fondo, una bandera con el símbolo de la cruz y la rosa negra.

Detrás, una sola frase escrita a mano:

“La verdad arde, pero las cenizas vuelven al viento.”

Livia dejó caer la foto.
—Ya están aquí —susurró.

Al día siguiente, el consejo se reunió de emergencia.

Serena, Rinaldo, los jefes regionales.

—Los restos del norte están reuniendo apoyo en Lombardía —informó Serena.
—Tienen financiación extranjera —añadió Rinaldo—. Quieren reconstruir el poder bajo un nuevo nombre: La Croce Bianca.

—La pureza —dijo Livia, con amargura—. Siempre disfrazan el miedo de la virtud.
—¿Qué hacemos? —preguntó uno de los jefes.

Dante se levantó.
—Nada.

—¿Nada? —replicó Livia—. ¿Después de todo lo que hicimos?
—Aún no sabemos de dónde vienen. No dispares al viento, Livia. Espera a ver de dónde sopla.

—El viento ya sopla hacia nosotros.
—Entonces que venga.

El silencio se alargó.

—No estoy dispuesta a ver cómo todo se derrumba —dijo ella finalmente.
—No lo harás —respondió Dante—. Pero si esto se convierte en guerra otra vez, quiero que escapes.
—No.
—Sí.
—Dante, no vuelvas a decidir por mí.
—No es una orden. Es un ruego.

Ella lo miró con una mezcla de rabia y ternura.
—Si el fuego vuelve, arderemos juntos. No me pidas que me salve de lo que también es mío.

Esa noche, Livia no podía dormir.

Caminó hasta el jardín.

Las rosas negras brillaban con el rocío.

En el aire, un olor a tierra húmeda y sal.

—¿Sigues sin dormir? —preguntó Dante, apareciendo entre las sombras.
—No me acostumbro al silencio.
—El silencio es un lujo.
—El silencio es una trampa.

Caminó junto a ella, sin hablar.

—¿Sabes qué me preocupa más que la guerra? —dijo él finalmente.
—¿Qué?
—La paz. Porque nunca sé cuánto dura.
—Tal vez dure lo que tardemos en creer en ella.

—¿Y tú crees?
—Estoy aprendiendo.

A la mañana siguiente, una noticia recorrió toda Italia:

“El senador Giovanni D’Orsini asesinado en Milán.”

La prensa hablaba de conspiraciones, pero Livia y Dante entendieron el mensaje de inmediato.

—La Croce Bianca está detrás —dijo ella.
—Y nos culparán a nosotros.
—¿Por qué?
—Porque la verdad no necesita enemigos, solo pretextos.

—¿Qué haremos?
—Defendernos con más verdad.
—¿Y si no basta?
—Entonces que el fuego hable otra vez.

Esa noche, Livia se sentó frente al mar.

El viento del norte soplaba fuerte, trayendo olor a lluvia y presagio.

Dante la encontró allí, con el cabello despeinado por el viento.

—¿Sabes lo que más me asusta? —dijo ella sin mirarlo.
—¿Qué cosa?
—Que un día todo esto se olvide. Que las cenizas vuelvan a ser solo polvo.
—No lo permitiré.
—No puedes prometer eso.
—No, pero puedo intentarlo.

Se miraron.

—¿Qué somos ahora, Dante? —preguntó Livia.
—Somos lo que queda cuando el fuego se apaga.
—¿Y si vuelve a encenderse?
—Entonces aprenderemos a arder mejor.

El viento sopló más fuerte.

En la distancia, las luces del norte titilaban como advertencias.

Y allí, frente al mar, los dos comprendieron que la verdad, por más pura que fuera, nunca dejaba de tener eco.




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