Entre Sombras y Rosas

Capítulo 22: El eco de las piedras

La paz no tiene sonido.

Pero las piedras sí.

Cuando los obreros construían la vieja plaza de Palermo, las paredes parecían hablar con cada golpe del martillo.

Livia los observaba desde la sombra, escuchando ese ritmo antiguo.

—¿Qué oyes? —preguntó Dante, llegando a su lado.
—El pasado, reclamando espacio entre los ladrillos.
—¿Y qué dice?
—Que no olvidemos que la historia se repite cuando el poder se duerme.
—Entonces no dormiremos.

—Tú no sabes hacerlo —dijo ella con una sonrisa leve.
—Y tú no sabes rendirte.
—Por eso estamos vivos.

En la villa, la escuela ya estaba en funcionamiento.

Los niños llenaban los pasillos con risas que parecían nuevas, pero los adultos del pueblo los miraban con desconfianza.

—Dicen que estás cambiando las costumbres —le dijo Rosa una tarde.
—No las cambio. Las despierto.
—No todos quieren despertar, bambina.
—Entonces que sueñen. Pero que no me impidan vivir despierta.

Rosa asintió con una tristeza vieja.
—Ten cuidado. Las piedras recuerdan más de lo que parecen.

Esa noche, en el despacho, Livia revisaba los informes.

—Las donaciones del norte disminuyeron —informó Serena.
—Lo esperábamos.
—Algunos aliados empiezan a retirarse.
—Los que se van, no eran aliados.

—Livia… Hay rumores.
—¿De qué tipo?
—De conspiración. Dentro del consejo.

—Otra vez —susurró.
—Los hombres que te deben su puesto ahora temen perderlo.
—Entonces aún no entendieron nada.

Dante entró en ese momento, con expresión grave.
—Rinaldo descubrió algo.
—¿Qué cosa?
—Reuniones secretas en la costa este. Viejos nombres. Nuevas alianzas.
—¿Quién los lidera?
—Aún no lo sabemos.

—¿Crees que sea el norte? —preguntó Serena.
—No. Esta vez es el sur el que conspira contra sí mismo.

Livia subió a la torre al anochecer.

Desde allí, las luces del pueblo parecían temblar bajo el viento.

—El poder cambia de rostro —dijo Dante, detrás de ella—. Pero la ambición no cambia nunca.
—Por eso tenemos que hacerlo distinto.
—¿Cómo?
—Con verdad. Otra vez.

—Ya pagamos ese precio.
—Y lo pagaremos todas las veces que sea necesario.

—¿Hasta cuándo?
—Hasta que las piedras dejan de tener eco.

En los días siguientes, los rumores crecieron.

Algunos aliados se marcharon en silencio.

Los periódicos volvieron a hablar de conspiraciones.

Livia decidió visitar la plaza en persona.

Entre los andamios, un niño se le acercó.

Signora, mi abuela dice que usted quiere cambiar la historia.
—No. Solo quiero que se cuente completa.
—¿Y si no les gusta?
—Entonces que la aprendan a escuchar.

Esa noche, al volver, encontró una piedra sobre su escritorio.

Sobre ella, grabado a mano, un símbolo antiguo: una rosa atravesada por una línea.

—¿Qué significa? —preguntó Serena.
—Silencio.
—¿Silencio?
—Sí. Es la advertencia más vieja del sur. Cuando el poder molesta, las piedras hablan antes que los hombres.

Dante tomó la piedra entre sus manos.
—Entonces escuchemos las.
—¿Y si no nos gusta lo que dicen?
—Al menos no fingiremos no haberlas oído.

Esa noche, el mar rugió como si también tuviera memoria.

En la oscuridad, Livia comprendió que la historia no se derrumba con guerras, sino con susurros.

Y que el eco de las piedras era el recordatorio de que incluso las ruinas respiran.




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