Entre Sombras y Rosas

Capítulo 23: Los nombres olvidados

Los nombres olvidados no mueren.

Solo esperan que alguien vuelva a pronunciarlos.

Livia despertó con el sonido de pasos en el pasillo.

Era todavía de noche, y la villa dormía bajo un cielo sin luna.

Al salir, encontró a Rinaldo en el umbral.
—Tenemos un problema —dijo él.
—¿Qué clase de problema?
—Documentos filtrados.
—¿Otra vez?
—Esta vez desde dentro.

En el despacho, Dante esperaba.

Sobre la mesa, los archivos de la fundación: balances, contratos, cartas.

—Se enviaron copias a Roma —dijo él—. Desde nuestra red.
—¿Quién tenía acceso? —preguntó Livia.
—Cinco personas.
—Entonces no hay lugar para la duda.

Esa mañana, reunió al consejo en la galería.

Los rostros eran los de siempre, pero las miradas estaban cambiadas.

—Alguien aquí está jugando con fuego —dijo Livia, sin levantar la voz.
—No todos compartimos su visión —dijo un hombre al fondo, Michele Santoro, antiguo colaborador de Dante.
—No es una visión, Santoro. Es un propósito.
—Los propósitos cambian cuando el poder se acomoda.
—¿Y tú hablas por ti o por otros?
—Por el sur.
—Entonces dile al sur que no olvide lo que costó salvarlo.

Un silencio pesado cayó sobre la mesa.

—No pretendo destruirte, Caruso —añadió Santoro—. Solo recordarte que los nombres que nos dieron origen siguen vivos.
—Algunos nombres merecen descanso.
—Otros, justicia.

Dante intervino:
—Basta. No convertiré esta casa en tribunal.
—No lo necesitas —respondió Santoro—. La historia lo hará por ti.

Esa noche, Livia caminó por el jardín.

—Santoro no actúa solo —dijo Dante.
—Lo sé.
—Pero no entiendo por qué ahora.
—Porque cuando el fuego se apaga, los cobardes regresan a encender sus propias llamas.

—¿Qué harás?
—Escuchar.
—¿Escuchar a quién?
—A los muros. Ellos oyen más que los hombres.

Dos días después, Livia recibió una carta sin firma.

Dentro, solo una frase:

“Tu madre no murió sola.”

El papel tembló entre sus dedos.

—Dante… —susurró.
—¿Qué es eso?
—El pasado, volviendo a hablar.

En el archivo municipal de Palermo, Livia y Serena buscaron los registros antiguos.

Fechas. Testimonios. Certificados.

Hasta que encontraron un nombre que no aparecía en ninguna versión oficial:

Raffaele Santoro.

—El padre de Michele —dijo Serena.
—Y uno de los fundadores de la Confraternità della Croce.

Livia cerró los ojos.
—Entonces todo esto no es política. Es venganza.
—Por la caída del padre.
—Y el peso de la herencia.

Esa noche, la villa fue más silenciosa que nunca.

Dante observaba el fuego de la chimenea mientras Livia sostenía la carta en la mano.

—Los nombres olvidados siempre vuelven —dijo él.
—Sí, pero esta vez no con poder, sino con resentimiento.
—Y el resentimiento es el fuego más impredecible.
—Entonces aprendamos a controlarlo antes de que arda todo otra vez.

—¿Cómo? —preguntó Dante.
—Con memoria.
—¿Y si eso duele?
—Entonces duele por una razón justa.

Afuera, el mar rugía como si guardara todos los secretos del sur.

Livia lo miró desde la terraza y comprendió que la paz no era un destino, sino una tarea diaria.

Y que el pasado, con todos sus nombres olvidados, seguiría llamando hasta que alguien se atreviera a responderle sin miedo.




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