Entre Sombras y Rosas

Capítulo 25: La ceniza y la voz

La verdad, cuando se apaga, no desaparece.

Se convierte en ceniza.

Y en Sicilia, la ceniza tiene voz.

Las semanas que siguieron a la explosión en Cefalù fueron un torbellino.

Los periódicos hablaban de conspiraciones, de traiciones, de una nueva “guerra del silencio”.

En los mercados, los ancianos murmuraban el nombre de Santoro como si fuera un viejo santo o un nuevo demonio.

En la villa, la tensión era casi palpable.

—El pueblo duda —dijo Serena, dejando los informes sobre la mesa.
—El pueblo siempre duda cuando el miedo vuelve —respondió Livia.
—Santoro los alimenta con promesas.
—Nosotros les dimos libertad.
—Y la libertad no da pan, Livia.

—El pan sin dignidad no alimenta —dijo ella con calma.

Dante observaba en silencio.
—Tiene razón —dijo Serena—. Pero la dignidad no llena los estómagos.
—Entonces encontraremos la manera de hacer ambas cosas.
—¿Cómo?
—Con memoria.
—La memoria no se come.
—No, pero evita que repitamos el hambre.

Esa noche, el consejo se reunió.

La sala estaba en penumbra, y la tensión podía sentirse en el aire.

—Santoro ofreció trabajo a las familias del norte —dijo uno de los jefes—. Están regresando a sus filas.
—¿Y el gobierno? —preguntó Dante.
—Mira hacia otro lado.

—Entonces nos toca hacer ruido —dijo Livia.
—¿Qué tipo de ruido? —preguntó Serena.
—El que no se puede silenciar.

A la mañana siguiente, Livia caminó hacia el puerto reconstruido.

Los pescadores la saludaron con una mezcla de respeto y cansancio.

Uno de ellos, un hombre mayor, se acercó.
Signora, usted trajo la paz, pero el pan sigue faltando.
—La paz es el suelo. El pan crecerá sobre ella.
—El hambre no espera.
—Lo sé.

Livia le puso la mano en el hombro.
—Dígales que no los he olvidado.
—El pueblo se olvida rápido.
—Entonces tendré que recordarlos todos los días.

Esa noche, se celebró una reunión pública en la plaza principal de Palermo.

Miles de personas se congregaron, algunas con esperanza, otras con rabia.

Cuando Livia subió al escenario improvisado, el murmullo se volvió un rugido.

—No vengo a prometer —dijo, sin micrófono, con la voz clara—. Vengo a recordar.

—Nos diste fuego, y ahora tenemos ceniza —gritó alguien.
—Sí —respondió Livia—. Porque el fuego quema lo que debe desaparecer.
—¿Y qué nos dejas tú? —preguntó otra voz.
—La posibilidad de hablar sin miedo.

—Las palabras no se comen —dijo un hombre al frente.
—No. Pero los hombres sin palabra son devorados.

Un silencio denso siguió.

—No les pido fe —continuó Livia—. Les pido memoria. Porque el día que olvidemos lo que fuimos, Santoro volverá con su cruz blanca a dictarse cómo respirar.

El público no aplaudió.

Pero tampoco se fue.

Al regresar, Dante la esperaba en la terraza.

—Los desafiaste en su propio terreno —dijo.
—No. Solo hablé donde ya no quedaban palabras.
—¿Y si te odian?
—El odio también es memoria.

Dante la miró con una mezcla de temor y admiración.
—A veces creo que hablas como si supieras que el final se acerca.
—Tal vez ya empezó, Dante.
—¿Y no tienes miedo?
—Sí. Pero aprendí a vivir con él.

—¿Y si lo perdemos todo?
—Entonces que el fuego al menos nos recuerde.

Días después, los periódicos publicaron un nuevo titular:

“Livia Caruso: la voz del fuego o la ceniza del sur".

Algunos la llamaban mártir.

Otros, traidores.

Pero Dante sabía que, por primera vez en generaciones, la historia tenía nombre y rostro.

Y aunque la ceniza cubriera todo lo que habían construido,

aún quedaba la voz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.