Entre Sombras y Rosas

Capítulo 29: Los guardianes del silencio

El peligro más difícil de ver no es el que llega con ruido.

Es el que se sienta a tu mesa y te escucha en silencio.

Desde hacía días, Livia notaba pequeñas cosas fuera de lugar: documentos movidos, nombres que desaparecían de las listas, mensajes que nunca llegaban a destino.

—No puede ser casualidad —dijo una noche a Dante.
—Nada lo es —respondió él.
—Hay alguien dentro.
—Sí. Alguien que sabe esperar.

Serena y Rinaldo empezaron a investigar discretamente.

Descubrieron comunicaciones cifradas entre algunos miembros de la fundación y contactos desconocidos en Nápoles.

—Usan canales antiguos —explicó Rinaldo—. Códigos que datan de la época de la Confraternità.
—¿Qué dicen los mensajes? —preguntó Dante.
—Nada directo. Pero hay una palabra que se repite: Custodes.
—¿Qué significa? —preguntó Livia.
—Guardianes.

Esa noche, Livia repasó los nombres de los antiguos registros familiares.

Entre ellos, uno que le llamó la atención: Custodes Lucis —una sociedad discreta fundada décadas atrás para “preservar la pureza del sur”.

—El fuego se apaga, pero las sombras siempre guardan su chispa —dijo en voz baja.

Días después, una carta llegó sin remitente:

“No todos los guardianes protegen. Algunos vigilan.”

Dante la leyó con el ceño fruncido.
—Esto confirma lo que temíamos.
—Sí —dijo Livia—. Hay una red.
—¿De cuántos?
—De los suficientes para volver invisible cualquier verdad.

—¿Y si enfrentarlos nos cuesta todo?
—Entonces habremos pagado el precio correcto.

En la villa, la desconfianza empezó a filtrarse como humedad.

Las miradas se evitaban, las conversaciones se acortan.

Serena vigilaba los correos; Rinaldo, los movimientos de los guardias.

Y Livia, entre todo ese silencio, comenzó a escribir.

“Hay momentos en que gobernar no es mandar, sino resistir sin volverse piedra.”

Una tarde, mientras caminaba por la costa, Livia encontró una marca grabada en la roca: una cruz partida, el mismo símbolo que había visto en las cartas antiguas.

—Nos observan —dijo cuando regresó.
—¿Estás segura? —preguntó Dante.
—Sí. No nos atacan porque aún no deciden si somos enemigos o herederos.
—¿Y tú qué crees que somos?
—El error que ellos no saben cómo corregir.

Esa noche, en el jardín, el viento trajo el sonido del mar golpeando con fuerza.

—El mar vuelve a hablar —dijo Livia.
—¿Qué dice ahora?
—Que el silencio también puede matar.

Dante la observó.
—Tienes miedo.
—Sí.
—¿Y qué haces con él?
—Lo escucho, hasta que deja de gritar.

Al día siguiente, descubrieron quién filtraba la información.

Era uno de los contables de la fundación, Tommaso Valli, un hombre discreto, de mirada serena.

—No lo entiendo —dijo Serena—. Era de los más leales.
—La lealtad cambia de dueño cuando el miedo cambia de rostro —respondió Livia.

Cuando lo enfrentaron, el hombre solo dijo una frase:

“No me pidan perdón. Hice lo que juré.”

Y antes de que pudieran preguntarle más, se marchó.

Dante apretó los puños.
—¿Qué juramento?
—El de los guardianes —respondió Livia—. Los que creen que el silencio es más sagrado que la verdad.

Esa noche, la villa entera pareció contener el aliento.

Livia escribió en su diario:

“No hay fuego que ilumine sin sombra que lo acompañe.
Pero esta vez, juro que las sombras no dictarán la historia.”

Dante entró sin hacer ruido.
—¿Aún escribes?
—Sí.
—¿Qué dejas ahí?
—Lo que quiero que recuerden cuando ya no quede voz.
—Entonces escribe también que luchamos por algo que valió la pena.
—Eso ya está escrito.

Él se acercó y tomó su mano.
—No sé si el mundo entenderá lo que hacemos.
—No importa. El fuego no pide permiso para arder.

Afuera, el mar rugió otra vez.

No era una amenaza.

Era la respuesta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.