Entre Sombras y Rosas

Capítulo 31: Las cartas del viento

El viento cambió de dirección al amanecer.

Llegó desde el norte, trayendo olor a lluvia y a tinta vieja.

En el puerto, los pescadores encontraron varias botellas flotando entre las redes.

Dentro, papeles escritos con letra antigua.

Cuando Livia recibió la primera, sus manos temblaron.

—Otra vez el mar —dijo Dante.
—No. Esta vez es el viento quien escribe.

Abrió el papel con cuidado.

Las letras estaban desvaídas, pero aún legibles:

*“A quien herede el fuego:

El silencio fue un juramento, no una virtud.

Si lees esto, es porque el mar decidió que la historia no debe repetirse.

Los Guardianes se fracturaron hace generaciones.
Algunos protegieron la verdad, otros la escondieron.

Busca en la cripta de Santa Lucia.

Ahí duerme lo que nunca debió ser olvidado.”*

Livia levantó la vista.
—Santa Lucia... —murmuró.
—Una iglesia abandonada en la costa norte —recordó Dante—.
Cerrada desde la guerra.

—Entonces allí iremos.
—No sin vigilancia.
—No. Iremos solos.

Al caer la tarde, partieron en un auto antiguo por el camino de piedra.

El viento golpeaba los cristales, y el mar seguía rugiendo a su derecha.

—¿Crees que encontraremos algo? —preguntó Dante.
—No lo sé. Pero si el viento viajó hasta aquí, es porque algo nos estaba buscando.

La iglesia de Santa Lucia estaba cubierta de hiedra.

Los vitrales rotos dejaban entrar haces de luz que parecían tocar solo lo necesario.

En el altar, una inscripción apenas visible:

“La voz que no fue oída guarda el nombre de los que creyeron.”

—Aquí —dijo Livia, tocando una losa de mármol en el suelo.

Con esfuerzo, Dante la movió.

Debajo, un pequeño cofre de hierro oxidado.

Lo abrieron.

Dentro había cartas, cientos de ellas, envueltas en cordeles antiguos.

Livia tomó una al azar.

*“Somos los Guardianes del Silencio.
No callamos por miedo, sino por amor.
Porque hablar era perder a quienes juramos proteger.

Si estas palabras llegan a tus manos, sabrás que el fuego aún arde en otros corazones.”*

Livia se quedó en silencio.

—Dante… no eran enemigos.
—¿Qué quieres decir?
—Los Guardianes originales no querían dominar. Querían preservar.
—¿Y los de ahora?
—Olvidaron por qué callaban.

Al salir, el viento se volvió más fuerte, levantando polvo y pétalos secos.

Livia cerró los ojos y escuchó.

—¿Qué dice? —preguntó Dante.
—Que la historia se perdió porque todos quisieron tener razón.
—¿Y qué harás tú con esta verdad?
—La devolveré al pueblo.

Días después, en Palermo, Livia reunió a los medios.

No habló de traiciones ni de conspiraciones.

Solo leyó un fragmento de las cartas:

“El silencio no fue cobardía.
Fue el modo que encontramos para que el amor sobreviviera a las guerras.”

Nadie aplaudió.

Pero nadie se fue.

En ese silencio lleno de atención, Livia comprendió que el viento no había traído solo mensajes,

sino un nuevo comienzo.

Esa noche, el mar estaba en calma.

El viento seguía soplando, pero ya no traía advertencias, sino canciones.

Dante la abrazó por la espalda.
—¿Crees que terminó?
—No.
—¿Entonces qué sigue?
—Contarlo.

—¿A quién?
—A los que aún creen que la memoria no pesa.

Ella apoyó la cabeza en su hombro.
—El viento guarda cartas.
—Y tú, Livia, guardas la historia.

El mar respiró lento.

Y por primera vez en mucho tiempo,

Sicilia no parecía herida.

Solo viva.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.