Hay verdades que no buscan ser reveladas.
Esperan, como brasas, a que alguien tenga el valor de soplar sobre ellas.
Durante días, Livia y Dante no hablaron de las cartas.
Las guardaron en la torre, dentro del mismo cofre donde habían dormido durante generaciones.
—Si las públicas —dijo Dante—, reabrir heridas que apenas están cerrando.
—Y si las callo, seré lo mismo que ellos.
—¿Y si nadie quiere escuchar?
—Entonces escribiré hasta que alguien quiera.
Serena entró en el despacho con gesto preocupado.
—Roma está inquieta. Quieren saber qué harás con los documentos.
—Nada aún.
—Te presionarán.
—Que lo intenten.
—Livia, esto puede costarte todo.
—Todo ya me costó antes.
Esa noche, subieron a la torre.
El mar estaba tranquilo, el viento traía olor a fuego lejano.
—¿Recuerdas cuando dijiste que el fuego purifica? —preguntó Dante.
—Sí.
—A veces también consume.
—Lo sé. Pero hay incendios que limpian el alma.
—¿Y si no sobrevivimos a este?
—Entonces habremos ardido por algo que valía la pena.
Al amanecer, Livia convocó a una reunión con la prensa, los líderes del sur y los representantes del Senado.
En el centro de la sala, el cofre de hierro descansaba sobre una mesa de madera.
—Aquí está la historia que nos negaron —dijo, con voz firme—.
No es la historia de héroes ni de culpables.
Es la historia de hombres y mujeres que callaron por amor,
y de otros que usaron ese silencio para dominar.
—¿Por qué contarla ahora? —preguntó un periodista.
—Porque el silencio ya no protege. Ahora mata.
Las cartas se distribuyeron en los días siguientes.
Algunos las llaman falsificaciones.
Otros, milagros.
Pero lo que nadie pudo negar fue el impacto.
La verdad, cuando regresa, no pide permiso.
En la villa, el ambiente era distinto.
Serena caminaba por los pasillos con una mezcla de alivio y temor.
Dante observaba desde la terraza.
—¿Crees que hicimos lo correcto? —preguntó.
—No lo sé. Pero hicimos lo necesario.
—¿Y si el sur vuelve a arder?
—Entonces que arda con la verdad, no con mentiras.
Esa noche, Livia se sentó frente al mar.
El fuego de una antorcha parpadeaba a su lado.
En sus manos, la última carta del cofre.
*“A quien encuentre estas palabras:
No temas al fuego.
Mientras exista una llama,
habrá alguien dispuesto a volver a empezar.”*
Livia cerró los ojos.
—Entonces volveremos a empezar —susurró.
Dante se sentó junto a ella.
—¿Y si este es el final?
—Ningún fuego muere, Dante. Solo cambia de dueño.
El viento sopló desde el norte, encendiendo la antorcha con más fuerza.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó él.
—Viviremos.
—¿Y después?
—Esperaremos al próximo que escuche.
—¿Y si nadie viene?
—Entonces el fuego nos recordará.
El mar brillaba bajo la luz de la antorcha.
Las olas pequeñas parecían respirar con calma,
como si también comprendieran que, esta vez,
el fuego no venía a destruir,
sino a mantener encendida la memoria.