Entre Tinieblas y Anhelos

Capítulo 4

Me encontraba muy alterado luego de haber salido de esa fiesta. Pensando en la actitud pretenciosa y engreída de ese sujeto mientras estaba a bordo del taxi. Solo quería llegar y dormir hasta el día siguiente. Mi mente estaba absorta en esa idea, cuando escuché el tono de llamada de mi celular. Sergio me estaba llamando, no quise contestar, pero sabía que, si no lo hacía, me iba a marcar hasta que lo hiciese.

—¿Hola? —respondí con voz algo temblorosa.

—¡¿Dónde estás?! —preguntó alterado.

—Estoy de camino a casa —traté de sonar lo más tranquilo posible.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! Si no te sentías bien me lo hubieras dicho, nos hubiéramos ido juntos —cuestionó—. Pero no entiendo, parecía que te divertías —agregó.

En ese momento me percaté que no se había dado cuenta del “problema” que hubo. Supongo que los chicos no querían que se armase un lio en aquel momento, así que no le comentaron nada.

—Si… pero… —callé por unos segundos—.  La bebida me chocó y me estaba sintiendo algo mal. Preferí regresar a casa a descansar.

Era una mentira obvia, pero no quería que Sergio se peleara con su amigo por culpa mía o de ese patán.

—Pero me hubieras dicho, te hubiera llevado y ya luego yo podría regresar, no…

—Perdóname, es que no quería causarte molestias. Estabas disfrutando de la fiesta, así que preferí regresar por mi cuenta.

Escuché una exhalación profunda a través el teléfono. Parece que estaba intentando calmarse.

—Está bien, pero mándame un mensaje apenas llegues a casa.

—Sí…si, lo haré, no te preocupes.

—Vale. Mañana paso por tu casa para irnos juntos a la universidad.

—Ok. No hay problema. Diviértete… nos vemos —corté la llamada.

Guardé el celular en mi bolsillo y en unos minutos más ya había llegado a mi casa. Le pagué al taxista la cantidad que indicaba el taxímetro y procedí a entrar a casa.

Mientras me dirigía hacia la cocina, decidí enviarle rápidamente un mensaje a Sergio para informarle que ya estaba en casa. Justo después de enviarlo, me encontré con Diego, quien estaba sentado en el sofá de la sala, absorto en la televisión. Al acercarme, se percató de mi presencia y giró la cabeza. Nuestros ojos se encontraron y su expresión seria me indicó que quería hablar. Comenzó a hacerme preguntas, como si estuviera interrogándome.

—¿Puedo saber dónde rayos andabas? —espetó, levantando la voz.

—Diego… mira —suspiré—.  No estoy para esto ahora, ¿sí? Iré a la cocina por algo de agua y luego me iré a la cama.

En verdad no estaba de ánimos para escuchar sus tontos reproches sin razón. Así que me di media vuelta y fui a la cocina.

—Alex, ¡espera! —caminó detrás de mí.

—Estoy cansado. No quiero escuchar tus tonterías ahora, por favor —dije, mientras cogía el vaso con agua y me lo bebía de un solo trago.

—Quiero que me des explicaciones —inquirió enojado.

—¿Explicaciones? —dije sarcástico—. ¿Por qué he de darte explicaciones de lo que hago?

Diego me miró con un rostro sorprendido, apretando los labios.

—Yo… —titubeó.

—Lo que haga no tiene por qué importarte y te agradecería que dejaras de actuar como el hermano mayor, ¡que no lo eres! —exclamé exasperado.

Parece que este comentario le molestó un poco. Su semblante cambió.

—¡Deja de jugar! —exclamó—. Llegas cerca de la 1 de la mañana, luciendo de esta manera y con olor a alcohol. Y… ¡te dije que regresaría para comer juntos y tú te largaste no sé a dónde! —reprochó.

Lo último lo dijo como si yo fuese un criado que tengo que esperarlo con la comida lista. Esto me enfureció.

—¡Jah! ¿Acaso tenía que esperar en casa a que llegaras y darte de comer en la boca? ¡No soy tu nana o una maldita empleada! Fácilmente podrías haber comido por tu cuenta. Ahora déjame en paz, me iré a dormir —repliqué con efusividad.

Estaba al borde del colapso. Sabía que no era correcto que haya reaccionado de esa manera, pero con todo lo que había sucedido esta noche, estaba al límite.

Diego se limitó a observarme con una mirada afligida, guardando silencio.

Dejé el vaso que aún sostenía en mi mano y lo coloqué sobre la encimera. Decidí que lo mejor era subir a mi habitación y mañana con más calma hablar sobre esto. Debía disculparme, pero sentía que este no era el mejor momento.

Para salir de la cocina, tenía que pasar junto a Diego. Pero justo cuando me disponía a hacerlo, él me detuvo, empujándome contra el refrigerador y sujetando mis muñecas a ambos lados, impidiéndome moverme.

—¡¿Que diantres estás haciendo?! ¡Suéltame! —increpé.

Él era mucho más fuerte que yo obviamente, por lo cual me era imposible liberarme.

—Yo… Yo no… —titubeó. Su voz sonaba entrecortada y tenía la cabeza mirando al suelo—. Yo... no te veo como una empleada ni mucho menos, solo… que estaba preocupado. Sé que en todo este tiempo no nos hemos llevado bien, pero en estos días, pensé que nuestra relación fraternal estaba por buen camino —alzó la mirada y su rostro era una mezcla entre dolor y nerviosismo—. Yo… siento que debo protegerte, aun cuando tú eres el mayor, no puedo evitar tener esos pensamientos y no soy bueno expresándome normalmente como tú lo haces… lo lamento.




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