Zack caminaba junto a Xander por la acera, aún con el eco de la última clase retumbando en la cabeza.
—¿Y qué te pareció la clase? —preguntó Zack, con media sonrisa.
—¿Para qué preguntas? Ya sabes lo que opino —respondió Xander, encogiéndose de hombros.
—¿Oye, tienes hambre?
—¡Clarolas, Zack!
Zack sonrió de lado.
—Vamos a ver si mi jefe nos da la cortesía.
—Vamos, pues.
Ambos entraron al restaurante justo cuando, al otro lado, en la tienda contigua, un hombre de caminar errático y mirada perdida se acercaba a la entrada. Era Raúl.
—Buenas, Polo —saludó mientras abría la puerta—. Dame un six pack de las que ya sabes.
Polo, el dependiente de la tienda, rió con voz ronca.
—Jeje, tú sí que tienes un estómago que ni los probadores reales del rey Arturo.
—¿Y por qué, Polo?
—Porque solo tu estómago aguanta tanto veneno sin dañarse.
Raúl soltó una carcajada forzada.
—Ah, Polo, eso de que la bebida hace daño es pura mentira. Eso de que perjudica la salud, puras habladurías.
—¿Tú crees, mi Rulas?
—¡Pues claro! —Raúl bajó la voz de pronto—. Hey, hey, mira quién viene allá. La niña de la bicicleta...
Polo miró por la ventana.
—Oye... viene con una amiga.
—No te preocupes por ella, tú encárgate de esa —dijo Raúl con un gesto burlón, antes de escabullirse entre los estantes.
Unos minutos después, Diana y Verónica cruzaron la puerta.
—Hola, señoritas —saludó Polo con una mueca que parecía querer ser una sonrisa.
***
—¡No, no, no! —gritó Don Frank—. ¡No te voy a dar cortesía, Zack!
—Vamos, Franklin, tenemos hambre. Solo queremos comer algo —insistió Zack.
—Pues si quieren comer, compren la comida —replicó el dueño del restaurante, cruzándose de brazos.
Zack suspiró.
—Está bien. Usted es un gran negociador... y un gran jefe también.
—Lo sé. ¿Qué van a querer, entonces?
Pero Xander no estaba prestando atención. Miraba por la ventana, inquieto.
—Oye, Zack... mira a las chicas —dijo, señalando hacia la tienda.
Zack se asomó. Diana y Verónica estaban en el mostrador. Algo no le gustó del cuerpo tenso de Diana.
***
—Buenas, señor —dijo Diana—. ¿Me da media de queso, por favor?
—Claro, señorita... y obtendrás más que eso —respondió Polo con la misma mueca turbia.
—¿Qué? —dijeron ambas, retrocediendo.
Raúl emergió de entre los estantes.
—Yo les pagaré todo, niñas —dijo con voz baja, mientras avanzaba hacia ellas.
***
Don Frank, desde el restaurante, también observaba la escena.
—Oh, ese viejo no tiene buena fama —dijo con preocupación—. Deben ir a ayudarlas.
Zack y Xander no lo pensaron dos veces. Salieron corriendo.
***
Polo y Raúl habían rodeado a las chicas. Las sujetaban por los brazos. Diana gritó; Verónica forcejeaba.
Zack gritó:
—¡Oigan! ¡Eso no está bien! ¡Hombres contra mujeres! Mmm... eso no es correcto, ¿verdad, Xander?
Xander, firme, respondió:
—No lo es, claro.
Zack asintió, mirando a los dos hombres:
—Entonces... ¡vengan por nosotros!
Xander, extrañado, preguntó:
—¿Listo para qué?
Zack le lanzó una mirada decidida:
—Para luchar.
Los hombres soltaron a las chicas, y como dos toros enloquecidos, se lanzaron contra Zack y Xander. Polo atrapó a Xander con una llave, mientras Raúl intentaba hacer lo mismo con Zack... pero no tuvo suerte.
Con un giro rápido y una patada certera, Zack lo derribó al suelo.
—¿Necesitas ayuda? —le gritó a Xander.
—Un poco, sí —gruñó Xander, intentando liberarse.
Zack giró y le dio una patada en la espalda a Polo, haciéndolo soltar a su amigo.
—Todo tuyo —dijo.
Xander embistió con fuerza usando su famosa "Spear", lanzándolo contra las cajas. Raúl intentó levantarse, pero Zack lo alzó sobre sus hombros y lo lanzó directamente encima de Polo. Luego aplaudió.
—No sé quién lo dijo, pero tenía razón... el mal nunca paga. ¡Vámonos! Chicas, vengan con nosotros.
Diana se acercó, recogió el queso del mostrador y dejó unas monedas en la mano del aturdido Polo.
—Por el queso —dijo con calma.
***
En la casa del policía, Noel jugaba solo frente al televisor mientras sus padres discutían en la cocina.
—Dime la verdad, ¿todavía me amas? —preguntó Gerardo.
Mariela bajó la mirada.
—Esa no es la pregunta que debiste hacer.
—Entonces, ¿cuál es?
—"¿Me amaste alguna vez?"
Gerardo tragó saliva.
—Bueno... ¿me amaste alguna vez?
—No. Nunca te amé, Gerardo. Y tú tampoco me amaste.
—¿Y cómo sabes que yo no te amo?
—Porque no sabes lo que es el amor.
—¿Por qué no?
—Porque creíste que yo te amaba... y no era así.
—Entonces... ¿ninguno de los dos ha amado?
—La verdad, yo sí. No sé tú. Ya no nos hagamos los payasos, Gerardo. Conocí a otra persona, alguien a quien amo de verdad... y quiero pedirte el divorcio.
—Dile a ese hombre que no cometa un crimen pasional, que nos vamos a divorciar.
—Bien. Decidido. Solo falta saber quién se queda con Noel.
Ambos miraron hacia el salón. Noel, con el control en la mano, los observaba en silencio.
***
Ya anochecía. Caminaban por la calle: Zack, Xander, Verónica y Diana, quien pedaleaba lentamente su bicicleta.
—Estoy preocupada —dijo Diana—. Le prometí a mi mamá que estaría en casa antes de las cinco... y ya van a ser las seis y media.
—Lo siento, no puedo acompañarte —dijo Verónica—. A mí no me dejan estar afuera después de las seis.
—¿Y qué vas a hacer?
—Voy a llegar con mi hermano. Oigan, ¿por qué salieron tan temprano?
—Los maestros están en huelga —explicó Xander—. No fueron a clase.
—Qué suerte que son tan malcriados... porque si no, ustedes no nos hubieran rescatado —dijo Diana.
—Esto no es suerte —dijo Zack—. ¿Cómo te llamas?