Enzo Vitale

|Capítulo 0|

Marie Harrison

Positiva, jodidamente positiva. Demonios, soy una estúpida. Dejo caer la prueba de embarazo con mis manos temblorosas. Un sollozo se escapa de mi pecho al ver esas dos líneas que destrozan por completo la situación en la que me metí.

¿Cómo diablos le digo a mi abuela que quedé embarazada del joven de la casa? Una mujer como ella, fanática religiosa, que hasta por el simple hecho de mirar a un chico me daba una reprimenda vergonzosa. Y lo peor de todo: el padre de mi bebé me repudió ayer, cuando le dije que formalizáramos la relación. Fue desgarrador escucharlo admitir, con orgullo, que para él solo fui un regodeo. Mi corazón se desplomó en pedazos al oír de la boca que juraba amarme por encima de todos que solo jugaba a saber cómo se siente estar con la sirvienta. Fue cruel. Cada palabra suya perforó mis sentimientos con una brutalidad despiadada. ¿Cómo pude ser tan idiota?

Me levanto del excusado limpiando mis lágrimas. Me posiciono en el lavabo y me lavo el rostro. Mi jornada no ha terminado, y lo último que quiero es dar explicaciones sobre mi aspecto. Con un poco más de serenidad, pensaré en una solución. Me apresuro a recoger la prueba, la envuelvo en papel higiénico y la lanzo a la basura del baño. Debo ser precavida para que nadie la encuentre.

Salgo del baño del personal, respiro hondo. No debo demostrar mi consternación. Camino rumbo a la cocina cuando me topo con Romina, una compañera de servicio. Desvío la mirada. Me odia. Se desvive por arruinarme la vida. Rompe cosas costosas y me culpa, lo que me obliga a pagarlas con mi sueldo. Me expone ante los demás empleados como si fuera una zorra interesada en el dinero. Hace lo imposible para convertirme cada día en su entretenimiento favorito.

—La señora Clark te llama —dice con júbilo. Me fijo en su expresión burlona—. Por la forma en que mandó por ti, estás en graves problemas —añade con sorna.

Me contengo de lanzarme sobre ella y arrancarle las extensiones. Paso a su lado, pero no alcanzo a dar dos pasos cuando Romina me agarra del brazo. Intento zafarme, sin éxito.

—Deseo con todas mis fuerzas que este sea tu maldito despido —susurra con malicia antes de soltarme de mala gana.

Me vuelvo hacia ella con la vista afilada.

—El karma es como la muerte, llega tarde o temprano.

Sin esperar su respuesta, doy largos pasos hacia el exterior de la mansión Clark.

Trago duro. Un mal presentimiento se instala en mi estómago. Lo siento porque la señora Clark no llama sin razón. Su única persona de confianza es la ama de llaves, Rossana, madre de Romina, una amargada que mira al personal por encima del hombro solo porque ostenta un puesto más alto. Ridículo. Me acerco con los nervios de punta. A pocos pasos de ella, paso saliva con dificultad. Su semblante altanero se ve áspero. Sin dilatar más mi caminata, bajo la mirada cuando quedo a una distancia prudente. Sé que odia que la veamos directamente a los ojos.

—¿En qué me necesita, señora Clark? —pregunto en un tono bajo pero audible.

Escucho pasos. En segundos llegan su hija y su sobrina. Dos brujas consentidas. Me observan con una sonrisa malvada.

—¿Tú qué eres en esta casa?

Frunzo el ceño, sin comprender.

—Señora, no entiendo.

—¿Cuál es tu papel en esta casa, Marie?

—Soy una empleada, señora.

—Levanta la vista.

Acato su orden.

—En efecto. Entonces dime algo, ¿por qué, si sabes tu lugar, te involucras con mi hijo?

Trago saliva. Un amargo sabor inunda mi boca. ¿Cómo se enteró?

—Señora… puedo explicarle…

—¡Cállate! ¡No me interesan tus excusas!

Todo en mí se encoge. Ya no hay salida.

—¿Cómo se te ocurre pensar que puedes estar con mi hijo? ¡Mírate bien en un espejo! Eres una miserable empleada analfabeta. Mi hijo es de clase, tiene cultura. Tú eres una patética.

Mis ojos se cristalizan ante sus palabras venenosas.

—Ve enterándote de algo: mi hijo está comprometido con Corina Taylor, una chica de su clase social. Refinada, educada y adinerada. Todo lo que tú jamás serás. Naciste siendo una mugrienta sirvienta y así te quedarás hasta tu muerte.

Su mirada se vuelve aún más cruel.

—Ahora, ¡largo de mi casa! Estás despedida, junto con tu abuela. Espero no volver a ver tu rostro nunca más.

Con mi poca dignidad restante, asiento. De reojo, veo a las malditas brujas riendo con burla.

Dando la vuelta, dejo salir mis lágrimas. Corro hacia el interior. Al llegar, un recipiente de cristal se estrella contra la pared. Estoy arruinada. Sin trabajo, embarazada de alguien que no siente nada por mí.

Dejo atrás la cocina y me dirijo a mi cuarto. Me cambio. Me quito el uniforme y me pongo mi vestido azul marino de esta mañana. Recojo mis cosas. No espero a nadie; mi abuela no asistió hoy. Me cuelgo el bolso al hombro y, con la cabeza baja, salgo.

En el camino me topo con Romina y su madre. Sonríen triunfantes. Suelto un suspiro.




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