Enzo Vitale
Alcanzamos un punto en nuestras vidas en el que el dolor se vuelve combustible para navegar la existencia con más fuerza y así obtener lo que anhelamos. Eso ha sido el dolor para mí desde que me arrebataron a las personas que más amaba. Superar su ausencia fue un camino tortuoso. No es fácil.
A los quince años perdí a mis padres en un atentado con bomba. Escuchar que las personas que te aman con el alma se han ido para no volver, es devastador. Perder a mi madre, esa mujer que me aconsejaba con una ternura extraordinaria, que nos preparaba postres únicos a cada uno de sus hijos con un amor palpable, y que jamás olvidaba decirnos que nos amaba todos los días… fue desgarrador. Y perder a mi padre, que no dudaba en cancelar reuniones importantes con tal de estar con nosotros en momentos inolvidables, que se quitaba el traje sin pensarlo para jugar cualquier juego infantil con tal de vernos sonreír… fue otro golpe. Podría enumerar muchos más recuerdos agradables, pero aceptar que se han ido es como una quemadura cruda en el corazón. La claridad de la vida se torna gris. Aprendes a mirar el lado más oscuro.
Resignarme a no volver a ver a mis padres fue un proceso doloroso. Sentía que el pecho me sangraba del dolor. Pero me derrumbé completamente cuando supe quiénes provocaron su muerte. Los instintos más oscuros despertaron en mí. ¿Cómo es posible que alguien de tu propia sangre arrebate, por dinero y sin remordimiento, la vida de sus propios familiares?
La impotencia que sentí al recibir la noticia de los asesinos de mis seres amados fue indescriptible.
La justicia en Italia se encargó de ellos. La influencia de nuestro apellido ayudó al caso. Aunque no compensa todo el sufrimiento vivido, al menos remedia algo.
El otro episodio que destrozó mi corazón fue perder a mi amor de adolescencia, con quien imaginé un futuro. Era mi amor consagrado, la mitad de mi corazón, mi alma, mi todo. Visualicé una vida plena a su lado, amándonos hasta el final de nuestros días. Pero mis expectativas se desvanecieron como el polvo sobre flores secas en otoño. Cristal —tan delicada y preciosa como su nombre— era como el reflejo de la luna en un lago cristalino. Tan dulce… Todo en ella me envolvía, penetraba directamente en mi alma, y creí que lo nuestro era recíproco. Dibujé un amor inmarcesible con Cristal. Sin embargo, todo se desmoronó cuando me confesó que no me amaba y, peor aún, que me había engañado justo cuando le pedí que fuera mi esposa.
Ese “no te amo” arrancó mi corazón, lo estrujó y lo arrojó a la hoguera, donde simplemente se desvaneció. Cristal destruyó mi mundo. Días después se alejó definitivamente. Fue un colapso absoluto. Lo único rescatable fue que terminamos en términos aceptables, tras una última conversación. Fingí que lo aceptaba con madurez, y ella se marchó tranquila, creyendo que lo comprendí.
La depresión fue una sombra constante en los días posteriores. Deseaba que todo fuese un mal sueño, pero no lo era. Era la realidad más cruda.
Mis pilares fueron mis hermanos: Donato y Cara.
Sin ellos me habría perdido en la deriva del desamor. Por ellos logré levantarme del encierro en el que me dejó la pérdida de Cristal. En ese tiempo me impulsaron a ir a terapia. No les llevé la contraria. Al terminar mis sesiones, me enfoqué en finalizar mis estudios para ocupar mi lugar en la empresa familiar, que se divide entre nosotros y algunos socios. Sin embargo, solo Donato y yo llevamos las riendas. Mi hermana decidió apartarse de los asuntos formales para dedicarse a un oficio propio.
Hoy, el trabajo es mi refugio, mi escape de todo lo relacionado con el amor.
Cristal dejó una marca en mi corazón, una que no creo que pueda borrar. Dudo poder volver a amar con tanta intensidad.
—Enzo… siento que me ignoras —la voz de mi hermano me trajo de vuelta a la realidad—. ¿Puedes poner atención? Es desagradable estar hablando solo… —me mira mientras sostiene unos documentos.
—No me regañes, me distraje un poco…
—Se nota —gruñó—. No soy adivino, pero es evidente quién ocupa tus pensamientos… —suspira—. Enzo, ya lo hemos hablado muchas veces. No quiero que vuelvas a ese punto de autodestrucción…
—Lo sé, joder… me es inevitable, simplemente lo es —suelto los documentos y paso las manos por mi cara, exasperado. Han pasado cinco años, ya debería haber superado mi amor por Cristal. Pero ¿cómo demonios le ordeno a mi corazón que extirpe ese sentimiento? Cada momento vivido con ella fue mágico. Sus besos dulces, sus caricias suaves… todo sigue viviendo en mi alma. Duele amar a quien ya no está.
—Hermano… odio verte así. Aceptalo de una vez, no puedes vivir toda la vida lamentando un amor no correspondido. Ella debe estar feliz. Si de verdad la amas, alégrate por su felicidad y aprende a soltar. Perdona lo que voy a decirte, pero si realmente te hubiera amado, ese vínculo no se habría roto —desvío la mirada. Cuánto quisiera olvidar… pero mi corazón no coopera.
—Sobre estos documentos, ¿me explicabas…? —prefiero cambiar el rumbo de esta conversación, de lo contrario no terminará bien.
—Perfecto, evade la verdad, Enzo… agradece que no soy Cara, si te oyera… —la puerta de la oficina se abre de golpe.
—A ver, ¿ahora con qué estupidez debo oír? —diablos, justo lo que faltaba. Cara, nuestra hermana, la que amamos con el alma. Y ella igual a nosotros. Aunque cuando se trata de nosotros, sus hermanos, es intensamente temperamental.
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Editado: 30.05.2025