Marie Harrison
—Listo, señorita. Ya quedó como nuevo —asentí, satisfecha con el trabajo del técnico del aire acondicionado. Teníamos aproximadamente dos semanas sin aire.
—Gracias, joven. Que tenga buena tarde —asintió mientras recogía sus herramientas y abandonaba de inmediato el departamento.
Suspiré aliviada por una preocupación menos. Extrañaba ese aire gélido. Verifiqué la hora en el reloj de pared: faltaba una hora y media para ir por Matteo. Me alcanzaría el tiempo para recoger un poco. No me sentía cansada; el trabajo de hoy no fue agotador.
Mi empleo, el cual desempeño desde hace mes y medio, implica contacto directo con mi jefe, Enzo Vitale. Es un hombre reservado, centrado en su labor, cortés, caballeroso, flexible, entre otras cualidades destacables. A veces, sin embargo, lo noto ausente, como si su mente divagara en algún suceso de su pasado o presente. Bueno, cada ser humano carga sus propias preocupaciones. Pero sin desviarme de mis pensamientos actuales, puedo decir que el señor Enzo es un buen jefe. Lo único que noto es lo poco que está en casa. En otros aspectos, aún no tengo mucho que decir. Aunque, claro, podría ser distinto y estar mostrando solo una faceta... pero prefiero no asumir nada. Los pensamientos negativos a veces se cumplen, y no quiero arruinar la buena impresión que tengo de él.
La convivencia ha sido, hasta ahora, agradable. El señor Enzo es muy atento conmigo, mucho más desde que nos conocemos en persona. De hecho, en ocasiones me invita a desayunar o almorzar con él. La primera vez que lo hizo, me sorprendió tanto que no supe cómo reaccionar. Fue algo nuevo para mí, pero también una invitación bonita. Tal vez me removió algo por dentro, considerando que en la mansión Clark no podía comer tranquila si mi abuela no estaba presente. Si no era Jennifer, la hija de los señores, era Rebecca, su sobrina, o Romina, la hija del ama de llaves. Todas se encargaban de arruinarme la comida tirándola al piso o vertiéndole cualquier cosa encima. Lo hacían solo por molestar. La peor parte era la impotencia. No podía defenderme, y me tragaba la rabia. ¿Valía la pena acusarlas? Lamentablemente, no.
Que el señor Enzo me hiciera esa invitación sin ningún interés oculto fue demasiado para alguien como yo, acostumbrada a los malos tratos de sus anteriores superior, ese primer día no acepté desayunar con él. Dos días después, volvió a proponérmelo. Tras una breve discusión amistosa, acepté.
Desde entonces, solemos desayunar o comer juntos, en compañía de un silencio que él rompe con preguntas triviales. Supongo que desea construir una relación cordial entre jefe y empleada. Es agradable que tu empleador te trate con respeto. Su atención hacia mí fue tal, que cuando ocurrió el incidente de esta mañana, su expresión calmada cambió a una de preocupación y culpa por mi posible caída. Y sí, tenía parte de culpa por no anunciar su presencia y, además, por hablarme de sorpresa. Por mi parte, me concentré demasiado en preparar el desayuno y en encontrar el dichoso recipiente para la fruta, olvidando que en cualquier momento él podría aparecer.
Esa costumbre de perderme cuando estoy en la cocina es habitual en mí. Solo me distraigo menos si tengo preocupaciones o si Matteo está cerca. Mi pequeño es muy inquieto; basta con apartarle la vista un segundo... y eso que todavía no camina.
Sonreí al recordar cómo el señor Enzo se interesa por el bienestar de Matteo. A mi niño le bastaron unos instantes para ganarse su cariño, y eso que yo temía lo peor respecto a su reacción por haberlo llevado.
La belleza de mi jefe, es algo que no puedo dejar pasar. Podría pasar por modelo de revista; todo en su físico grita perfección. Aunque lo que más llama mi atención son sus ojos azules.
Esos luceros índigos deben ser un espectáculo al abrirse por la mañana.
Por Dios... ¿qué estoy pensando?
Concéntrate en terminar de recoger.
Obedezco a mi conciencia. No quiero dejarme llevar por la hermosura de un hombre. Ya una vez terminé con el corazón hecho pedazos. Desecho la sensación de nostalgia que me embarga al recordar ese episodio doloroso de mi vida. También dejo a un lado a mi jefe y limpio mi mente, enfocándome en ordenar el departamento.
***
Pasando por la antepenúltima calle antes de llegar a la vía donde está la guardería, no resistí la tentación de comprarle un juguete a mi cielo. Hace aproximadamente cuatro días abrieron una juguetería nueva. Soy de esas personas que no pueden evitar detenerse al ver un juguete precioso, y si llevo suficiente dinero, lo compro. Todo por ver la sonrisa luminosa de mi hijo mientras se divierte.
Sin embargo, no pienso acostumbrar a Matteo a recibir regalos constantemente. Consentirlo en exceso sería perjudicial para él. Lo último que deseo es que se parezca a su “padre”. Solo lo hago porque es pequeño y está en una etapa en la que ciertos juegos lo ayudan a estimularse y desarrollarse. Por eso le compré un sonajero de madera, con bolitas del mismo material en su interior. Le ayudará a estimular el tacto y la vista.
Salgo de la tienda y retomo mi camino. No tardé tanto.
Después de recogerlo, lo llevaré al parque. Hace días que no lo visitamos. Aprovecharé el tiempo libre. Solo estaremos quizá una hora y media. Luego debo preparar la cena, así que tendré que pasar por el supermercado a comprar lo necesario.
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Editado: 01.05.2025