Marie Harrison
Mi respiración se acelera. Un sabor amargo recorre mi paladar: señal del sentimiento de aprensión que se adhiere a mí. Siento cómo mi pecho sube y baja al ver a esa descarada mujer con mi hijo, presumiéndolo frente a mí como si le perteneciera. Mi corazón se oprime, provocándome un dolor estridente. Ella me observa con aires de superioridad, sosteniéndolo como si se tratara de un trofeo.
Es evidente que no buscan a mi hijo por amor, sino por conveniencia. Probablemente esa mujer obtendrá algún beneficio si aparenta ser algo que no es, porque no tiene ni una pizca de lo que implica ser madre. Dereck dejó en claro sus intenciones de poder cuando dijo que nombraría presidente de la empresa familiar a quien tuviera un hijo. Por eso no les importa a quién hieran con sus acciones egoístas.
—Dereck, cariño, ¿qué te pasó en el rostro? —pregunta esa mujer, acercándose al infeliz de su esposo.
—Nada importante. ¿Por qué saliste con nuestro hijo? ¿No se suponía que estaría en su cuarto descansando?
Interrumpo su conversación con enojo.
—¿Por qué demonios esa mujer carga a mi hijo? —le grito, llena de rabia. Él se acerca a las rejas donde me encuentro, manteniendo una distancia prudente por seguridad.
Dereck se refiere a mi cielo como hijo de esa estúpida mujer solo para herirme, para hacerme sentir aún peor.
—Porque es su madre —responde con indiferencia. Cierro los ojos por unos segundos. Esas palabras me afectan profundamente, pero debo controlar el dolor que provocan.
Respiro hondo.
—Ábreme. Voy a llevarme a mi hijo…
Su ridícula esposa se coloca a su lado. Me contengo, por Matteo. Nunca he dicho una grosería frente a él.
—Por favor, solo dame a mi hijo y me iré sin problemas —le ruego al miserable de Dereck. No tengo muchas opciones en este momento. Por ahora, él tiene poder sobre mí. Solo por mi cielo suplico, por mi pequeño tesoro me humillo ante su “padre”. Por mi Matt ignoro la bofetada de Dereck Clark. Sin Matteo estoy vulnerable, y cualquier rastro de fortaleza que antes mostraba frente a Dereck se ha extinguido.
—¡Marie, lárgate! —grita, iracundo—. No entiendes que no lo voy a entregar. Es mi última palabra. Fuera de mi mansión, tu presencia estorba…
Con dificultad para caminar por el golpe en la rodilla, me acerco un poco más a las rejas, temerosa de que Dereck active el mecanismo de seguridad.
—Te lo suplico, devuélveme a mi hijo. No tienes que hacer esto —sollozo, con la voz entrecortada por el dolor—. Me arrebataste lo poco que tenía cuando me diste la espalda. Matteo fue lo único bueno entre todo el desastre que causaste en mi vida con tus juegos. Por favor, dame a mi cielo. No ganas nada causándome más daño. Por favor, ábreme. Déjame llevarme a Matt.
Dereck pone los ojos en blanco. No busco conmoverlo, pero antes de que responda, su estúpida esposa interviene.
—Entiende, este niño ya no es tuyo. Ahora su madre soy yo. Tú solo fuiste la gestante, una intermediaria… me ahorraste el trabajo de dar a luz.
—¡Cállate! No hablo contigo. Este problema es entre Dereck y yo, ¡no es de tu incumbencia! —Mi vista se enfoca en mi cielo. Se mueve inquieto y emite sonidos. Lo reconozco: está incómodo, quiere salir de los brazos de esa mujer—. Suelta a mi hijo, no se siente bien contigo. ¡Suéltalo!
Matteo rompe en un llanto descontrolado. Esa mujer ni siquiera intenta calmarlo. La impotencia me invade, junto con el sufrimiento de no poder consolar a mi hijo. Estar tan cerca, pero separada por una barrera, me oprime el alma.
—Te lo imploro, déjame pasar, Dereck. Mira cómo está. No quiere estar cerca de ella. Ten compasión, al menos por tu hijo… —mi cielo llora con más fuerza, y esa mujer permanece inmutable, como si no le afectara el sufrimiento—. Matteo, cielo precioso, mamá está aquí. Calma, por favor. Me destrozas el corazón.
Su dolor es mío, pero amplificado por no poder abrazarlo, por no poder llenarlo de besos.
—Eso son rabietas de bebé. Se acostumbrará —dice con tono despectivo —. Corina, haz silencio. Lleva adentro a nuestro hijo, ¡rápido, es para hoy!
Ordena Dereck. Matt sigue llorando, gritando. Me llena de rabia que ni su supuesto “padre” ni su estúpida esposa intenten consolarlo.
Ella, como una sumisa, obedece la orden.
—No, no. Por favor, detente. Dame a mi hijo. Dame a mi bebé. Soy su madre. Su única madre.
Se da la vuelta por un instante, solo para sonreírme con arrogancia, y luego continúa su camino. Matt logra verme. Llora y patalea con más fuerza. En medio de su llanto, dice algo. Una palabra que rompe mi pecho en mil pedazos.
—Ma…
Lloro con fuerza, hasta sentir cómo el aire se me escapa. Inhalo profundo, llenando mis pulmones. Lo último que necesito es desmayarme. Duele. Quema. Escuchar la primera palabra de mi hijo, ese instante único para una madre. Se convierte en una pesadilla. No pude disfrutar ese momento irrepetible en el que me llama “mamá”. Todo por culpa de su maldito padre. Un infeliz que ve a un niño pequeño como un medio para cumplir sus deseos egoístas.
Aquí me quedaré hasta recuperar a mi cielo. Por más destrozada que me sienta por dentro, no me iré por mi propia voluntad.
#489 en Novela romántica
#201 en Chick lit
#147 en Novela contemporánea
jefe empleada, matrimonio por contrato romance drama, bebé amor familia
Editado: 01.05.2025