Enzo Vitale
Crujo los dedos entumecidos por las horas frente a la laptop, entre tecleos y firmas de documentos pendientes. Decido tomar un descanso, más por exigencia de mis dedos que por voluntad propia. Si fuera por mí, estaría activo las 24 horas del día, los 7 días de la semana. El trabajo, además de gustarme, es mi forma de mantenerme distraído: tanto de mi vida social como de mis cavilaciones destructivas sobre un amor que no resultó. Pongo mucha intención en mi trabajo, porque llevar un holding no es sencillo. No es lo mismo dirigir una empresa con filiales que encargarse de varias compañías a la vez.
Cierro el portátil. Miro la hora: 7:27 PM. Exhalo un suspiro al sentir el estómago arder por no haber comido nada sólido; algo habitual en mí. No sé cocinar, por lo que solía pedir comida de restaurantes. Bueno, eso era antes de Marie. Con ella, el hambre no existe. Su comida casera es simplemente exquisita.
Marie.
Me pican los dedos por llamarla, solo para saber cómo está. Aunque no debería importarme, y no es una excusa válida para marcarle a esta hora, me nace el deseo de saber de ella.
Miro el celular, tentado a tomarlo, pero decido no hacerlo. Quizá está ocupada con su hijo o en alguna labor doméstica. No quiero interrumpirla con una llamada sin un motivo real. Mañana será otro día. Cuando amanezca, sabré de ella y de su encantador bebé.
Entonces me asalta una duda que, por alguna razón, no había aparecido antes: ¿el padre de su hijo? En teoría no debería importarme su vida privada, pero los seres humanos somos curiosos por naturaleza. Aunque algo no nos concierna, sentimos la necesidad de saber. Creo que una vez intenté preguntárselo, pero desvió el tema con habilidad. Por eso supongo que no mantiene una relación sentimental con el padre de su hijo. Esa es mi hipótesis. Tal vez intente sacarle algo más adelante, solo una vez más. No pierdo nada. Además, supongo que Marie no me recriminará por entrometerme.
Una pequeña curiosidad se revuelve dentro de mí; deseo conocer más a mi empleada. No sé por qué. Abro de nuevo la laptop y consulto su currículum, uno que verificó mi hermana. Ella es meticulosa, por eso confié en que no dejaría entrar a cualquiera a mi hogar y a mis asuntos privados. Reviso el documento con detalle. Me detengo en su dirección y la memorizo sin esfuerzo. Podría servirme en caso de emergencia... o no. Su estado civil aparece como “soltera”. Un alivio recorre mi cuerpo, aunque eso no garantiza que no tenga una relación formal. Sigo leyendo y memorizo lo que considero relevante. Luego guardo su currículum en una carpeta aparte, bajo sus iniciales.
Decido salir de mi estudio. He pasado demasiadas horas ahí dentro.
Al salir, suena el timbre. Camino hacia la puerta principal y entrecierro los ojos al ver quién es.
Mi temperamental hermana.
Llega con unas bolsas y dos copas de vino vacías, con su habitual sonrisa altiva.
—Buenas noches, fratello —dice al entrar, plantándome un beso en la mejilla—. Tu hermana favorita vino a acompañarte. Así dejas descansar a tu amiga la soledad —agrega con el sarcasmo que le caracteriza.
Cierro la puerta detrás de mí y cruzo los brazos.
—¿Quién te invitó? —le pregunto en nuestro idioma natal. Cuando estamos entre nosotros o con la familia, usamos el italiano. Veo cómo Cara empieza a sacar una botella de vino de la marca D’ Bianchini. Vino tinto clásico de viñedos florencianos. El vino de la familia Vitale-Bianchini. Unos recipientes transparentes dejan ver una comida que se ve espectacular.
—Me auto-invité. No necesito tu permiso para invadir tu encierro voluntario por desamor —susurra lo último, pero para su mala suerte, la escuché.
—Cara —le advierto—, no tengo ánimo para tus comentarios inoportunos.
Ella gira sobre sus talones y levanta las manos.
—Controlaré mi lengua por esta noche, lo prometo. Solo quiero pasar una velada tranquila con mi hermanito menor, nada más —dice mientras se quita el blazer color crema y los tacones. Luego se sienta en el suelo, de espaldas al sofá—. Deja de mirarme como si me faltara un tornillo. Mejor siéntate a mi lado. Bebamos buen vino mientras degustamos comida tailandesa, tu favorita.
Sonrío levemente y la imito, quitándome los zapatos antes de sentarme junto a ella. El delicioso aroma del kai med ma muang, pollo con arándanos, invade mis sentidos. También hay som tum, una ensalada picante de papaya verde, y kuay teow lui suan, rollitos frescos al estilo tailandés. La comida tailandesa es una fusión de sabores dulces, salados y ácidos: una verdadera delicia al paladar. Es una de mis gastronomías favoritas, junto a la coreana. Cara sirve la comida en porciones iguales para ambos.
—Eres inoportuna de vez en cuando… pero te amo.
—Awww… igual, Valentino —dice, y yo ruedo los ojos.
—Te sugiero que no empieces una guerra de segundos nombres. Sabes bien que, por razones que ambos conocemos, no la ganarás —le advierto mientras sirvo el vino.
—Vaya, qué rápido te pones a la defensiva —ríe con sorna.
—Ya en serio, ¿qué te trae por aquí? Y de paso, ¿dónde dejaste al gruñón de Donato? —pregunto mientras pruebo un poco de la ensalada.
—Nuestro dulce hermano mayor fue al club, ya sabes, al área del tercer nivel, esa a la que no se acerca si va con nosotros. A mi parecer, debe haber algo más, pero dejemos que Donato disfrute su vida. Supongo que busca algo de diversión nocturna. A ti no te vendría mal una aventura diurna como las que él suele tener. Deberías seguir su ejemplo.
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Editado: 30.05.2025