Marie Harrison
Ceso mi llanto inesperado. Con lentitud, separo mi cuerpo del señor Enzo, quien me sostenía en silencio, mientras acariciaba suavemente mi espalda. No interrumpió mi desahogo, se limitó a brindarme su consuelo silencioso. Y lo agradezco. Sentí tanta paz y seguridad en sus brazos. Al apartarme de él, mis mejillas se encienden, e incluso mi cuello y orejas adquieren un rubor intenso. Intento hacerme pequeña en el sofá, me invade la vergüenza por lo ocurrido. Fui demasiado impulsiva al lanzarme a los brazos de mi jefe. No de cualquier hombre… de él. Me giro, dándole la espalda.
Aquel arrebato se debió a mi carencia de afecto sincero. Mi vida es tan vacía… fuera de mi abuela y Alicia, nadie se preocupa por mí. Escuchar al señor Enzo decir que vino solo para saber si estoy bien fue demasiado inusual. Esperaba reclamos por no ir a trabajar, no una visita llena de preocupación. Mi jefe es un hombre compasivo.
El motivo de mi llanto es lógico No estoy bien. Mi cielo no está conmigo. No sé cómo amaneció, si lo tratan bien, si comió a su hora, si alguien cuida de mi bebé. No podré estar en paz hasta que Matt regrese a mi lado.
Pero eso no lo diré.
Fingiré que se trata de otra cosa. El señor tiene sus propios problemas… no quiero cargarlo con los míos. No sería justo.
Dirijo mi mirada hacia él. Se mantiene sereno, con toda su atención fija en mí, tanto que me cohíbo y desvío los ojos. Siento que se acerca, aunque guarda una distancia prudente. El leve toque de sus dedos en mi mentón sacude todo mi cuerpo; al instante, mis piernas se debilitan. Trago saliva por lo que me provoca su gesto tan delicado. Alza mi rostro, y la profundidad de sus ojos provoca una extraña calma en mi pecho.
—¿Se siente mejor?
“No”, grita mi mente con fuerza, pero asiento en silencio. Me limpio las lágrimas, casi secas ya. Él saca un pañuelo de su saco y me lo ofrece; lo tomo. Una mueca, que intenta ser una sonrisa, se forma en mi rostro. Termino de secar mis mejillas y ojos, y sin pudor, me sueno la nariz. Su olor en el pañuelo envía ondas de calma a mi sistema.
—Marie —dice con suavidad, buscando mi atención—. ¿Puedo hacer algo por usted?
Quisiera decirle: Tráigame a mi hijo.
Eso está a punto de salir de mi garganta.
—Tranquilo, señor. Ya ha hecho suficiente con venir a mi casa…
—¿Cuál es la razón de su estado? —Un escalofrío recorre mi piel. Si sigue insistiendo, no sé si podré contenerme—. Sin ofender… está desaliñada, tiene ojeras muy marcadas, los ojos enrojecidos. La piel de sus nudillos está herida, lo mismo que sus rodillas.
Contengo la respiración cuando pasa su pulgar con suma delicadeza sobre las pequeñas heridas de mis manos. Lo hace como si yo fuera de cristal.
—No contestó mis llamadas. Se nota afligida. Por favor, dígame qué sucede. Déjeme ayudarla. No tema confiar en mí, se lo he dicho antes… ¿tiene que ver con su hijo?
Abro un poco los labios, pero los vuelvo a cerrar. No sé qué responder. El señor espera en silencio, aunque sus ojos reflejan impaciencia. Me levanto del sofá y le doy la espalda para evitar su mirada. Suspiro con cansancio… y por la mentira que estoy a punto de decir.
—Matteo está enfermo —digo al darme la vuelta. El señor Enzo continúa sentado, pero su expresión cambia. Se levanta de inmediato al escucharme.
—Tiene gripe. Pasó la noche llorando y apenas durmió. Yo estuve velándolo, intentando calmarlo. Por eso no fui a trabajar… y también porque perdí el celular, por eso no respondí sus llamadas.
Una mentira perfecta… aunque no me enorgullece.
—¿Por qué no me lo dijo de inmediato? Vamos, cámbiese, los llevaré al hospital. No podemos perder tiempo…
—No es necesario, señor. Iré más tarde. Matt duerme ahora y no quiero despertarlo, no tuvo buena noche. Además, usted tiene responsabilidades en el trabajo.
Ojalá mi cielo esté bien… lejos de cualquier peligro. Espero, al menos, que sean delicados con él. Debería pedirle ayuda a mi jefe. Tiene poder, influencia… pero no tiene ninguna obligación conmigo. Yo debo resolver esto por mis propios medios. Sería de gran ayuda, sí. Pero no quiero meter al señor Enzo en problemas con los Clark. Quiero recuperar a Matteo sin depender de nadie.
—Está actuando con orgullo, Marie. Es por su hijo. Mi trabajo puede esperar. Busqué a su hijo y vamos —sus palabras salen como si fuera una súplica.
Alzo las cejas, incrédula. Él es muy dedicado. Cuando trabaja en su estudio del penthouse, hago hasta lo imposible por no molestarlo. Su trabajo es sagrado.
—No es lo que piensa. Mi hijo debe descansar antes de ir al médico. Está mejor… solo quiero descartar cualquier complicación.
Él señor Vitale resopla con frustración.
—¿Está segura?
Intento mantener una postura tranquila para no delatarme.
—Sí, señor… si me disculpa, necesito descansar. Quiero estar presentable para el hospital.
El señor Enzo me observa con una mirada inquisitiva. Sé que es grosero echarlo así, indirectamente, pero no resistiré más preguntas. Si le da por pedir ver a Matteo, toda mi mentira se vendría abajo. Quedaría como una mentirosa, y eso podría costarme el trabajo. No puedo darme el lujo de perderlo ahora que necesito un abogado. Si busco a mi hijo hoy, Dereck seguirá adelante con su demanda de todos modos. Pero también le devolveré la jugada: la demanda por sustracción de menores.
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Editado: 01.05.2025