Marie Harrison
Aspiro hondo. Ver a esta señora no me agrada, eso es evidente. Humilló a mi abuela y a mí en repetidas ocasiones cuando trabajábamos en su mansión. Sus palabras de aquel día regresan a mi mente como un murmullo irritante. Aún no comprendo cómo existen personas tan inhumanas, que no te tratan como a un ser humano solo por tener una fortuna descarada, títulos prestigiosos y demás privilegios. Lo entendí mejor el día que supe de mi embarazo, y más aún ayer, cuando descubrí de dónde sacó Dereck la maldad que mantenía oculta. Esta señora tuvo mucho que ver.
Zara Clark.
Una mujer con aires de superioridad tan inmensos como el océano. Fría al momento de dañar a quienes no pertenecen a su estatus. Tengo muchos recuerdos de ciertas conversaciones que escuché cuando estaba su servicio. Es una persona muy vil.
—¿Dónde quedaron tus modales, Marie? Invítame a pasar.
—Pensé que una mujer de su porte no se adentraba en los suburbios ni posaba sus finos tacones en el piso de gente como yo... —No le debo respeto. No es mi jefa y, sobre todo, no se lo merece. Nunca me respetó. A estas alturas, ya es justo devolverle el irrespeto.
—Tal parece que tener no tener a nieto te hace valiente —desvió la mirada, más por burla que por vergüenza.
—¿Señora, a qué vino? Si ha venido a burlarse o a reclamarme algo, regrese por donde vino. No tengo ni el tiempo ni la disposición de escucharla.
—No creas que estoy aquí por gusto —replicó con desdén—. Vengo en plan de negocios contigo...
—¿Negocios con usted? Mire, lárguese de mi casa. No hablaré de nada con usted. De hecho, estoy perdiendo mi tiempo aquí parada. Así que, adiós... —iba a cerrarle la puerta en la cara, pero su mano lo impidió.
—Marie, tú no eres de mi agrado. Eso es evidente —rodé los ojos, como si me importara caerle bien.
—Ninguno de los pobres lo somos para usted...
—No te voy a contradecir. Sin embargo, he venido porque estoy velando por los intereses de mi hijo, de mi nuera y de mi nieto. No quiero que nadie interrumpa la tranquilidad de su crianza...
—Perdón: mi hijo —enfatizo con firmeza—. Matteo no es nada de esa mujer. Deje de otorgarle un título que no le corresponde. Ya es suficiente desdicha que porte su ADN.
Me agota oír cómo denominan a esa mujer “madre” de Matt. La detesto por querer apropiarse de algo que no le pertenece. Tal vez me equivoco al tenerle rencor, pero sus acciones de ayer avivaron el fuego que llevaba tiempo conteniendo. Alimentan las llamas cada vez que intentan separarme de mi hijo. Los principales dueños de mi rencor son Dereck y esa mujer, pero la señora Zara ya se ganó un lugar de honor en esa lista. Las humillaciones de los Clark me están deteriorando.
—Desgraciadamente, sí. Aunque ese detalle puede cambiar. No en lo biológico, pero sí legalmente. Un nieto mío no será criado por alguien tan mediocre como tú —trago saliva con dificultad, una punzada de degradación recorre mi cuerpo. Internamente, esa frase me descompone. Exteriormente, mantengo mi postura recta. No puedo titubear ante ella. Zara Clark debe pensar que sus palabras no me afectan. Si es necesario, fingiré. Ellos son el enemigo, y mostrar debilidad sería un error. Aunque mi mayor debilidad la tienen con ellos.
—Utilice todo su maldito dinero si quiere, pero entienda que eso no cambiará quién es la verdadera madre de Matteo.
Carraspea.
—¿Me permitirás pasar? —rio sin gracia. Río para no perder el control, o tal vez soy yo la que necesita reír para no explotar. A pesar de todo, es mayor. Podría ir a la cárcel si no controlo mis impulsos. Porque, sinceramente, me pican las manos por abofetearla.
—No, y no. Lo que quiera decir, puede hacerlo desde aquí. No es obligatorio que entre a mi hogar.
—Eres una descortés. Pero qué se puede esperar de alguien de tu nivel, gente corriente, sin educación... Mejor voy al grano —me reprendo por escucharla. Sé que lo que viene será desagradable. Y soy peor aún por no cerrar la puerta de una vez. Pero solo se irá cuando suelte su famosa “propuesta”.
Que ahorre mi tiempo y saliva.
—Deje de rodeos y diga de una vez lo que tenga que decir...
La tensión se siente en el aire. Se palpa la hostilidad. Me desconozco. Nunca fui rencorosa. Siempre creí en el tiempo, en el perdón. Tal vez no en el olvido, pero sí en seguir adelante, en sanar. Sin embargo, ellos despertaron el rencor que creía tener bajo control. Todo para proteger mi paz mental.
—Quiero que renuncies a mi nieto. Que firmes un documento legal donde cedes su patria potestad.
¡¿Qué diablos?! Aprieto la mandíbula, conteniéndome. Respiro hondo, sostengo la puerta con fuerza.
—¡¿Cómo se atreve?! ¡¿Quién se cree usted para pedirme semejante atrocidad?! —Pierdo el control. La empujo sin medir consecuencias. Retrocede apenas unos centímetros. Camino con paso firme hacia ella. Sus guardaespaldas se tensan, pero ella los detiene con una seña.
—Bájame el tono. Y no me toques, tus manos deben estar sucias.
—¡No bajo nada! ¡Usted aparece aquí y me lanza semejante locura, y encima quiere que le hable suave! —Todo esto es por complacer al infeliz de su hijo. Está dispuesta a cualquier cosa por protegerlo. Cuesta creer que exista gente tan malvada, incapaz de sentir empatía. Es madre. Al menos, debería comprenderme.
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Editado: 30.05.2025