Enzo Vitale
La ansiedad cubre mi cuerpo y mente. Mis dedos juegan con un bolígrafo. El ruido constante de los pensamientos sobre lo ocurrido con Marie no me permite concentrarme. Llevo media hora intentando leer un contrato, pero mi mente se niega a apartarla, sobre todo por su estado devastado. Su aspecto físico y su ánimo reflejan una tristeza profunda, aunque no inusual.
Un hormigueo recorre mi pecho. Presiento que Marie me mintió. No sé por qué razón lo haría, ni qué está ocultando realmente. Aunque su vida personal no me compete y no tiene la obligación de explicarme nada fuera del trabajo, no puedo evitar preocuparme. A pesar del poco tiempo compartido, le tengo afecto. Me dolería saber que me engañó, aunque mi lado optimista quiere creer que no es así.
Dejo el contrato a un lado. Me levanto y camino hacia los ventanales del penthouse. Me detengo frente a la vista panorámica, intentando calmarme. Suspiro. No suelo preocuparme por personas fuera de mis hermanos y antes, por Cristal. Pero esta incomodidad me aturde los sentidos. No sé cómo actuar para saber si Marie me mintió. Investigar por mi cuenta sería invadir su privacidad, y lo último que quiero es parecer un tóxico o un acosador. Al final, es decisión suya contarme o no. Aún somos desconocidos en nuestras vidas. Tal vez no le inspiro la suficiente confianza. Y tengo que aceptarlo, aunque me duela el estómago al pensarlo.
Unos brazos me rodean. Coloco mi mano derecha sobre los suyos.
—¿Quién o qué te preocupa tanto? —suspiro de nuevo.
—Nada en particular. Sabes cómo soy. A veces me invaden ciertos recuerdos —miento.
—Hermano mío… anhelo que llegue el bendito día en que destierres tu pasado y vuelvas a ser el Enzo alegre…
Yo también lo deseo. Pero ese Enzo y mi amor se desperdiciaron, y no son renovables… al menos por ahora. Mi corazón no sirve de mucho. El daño que sufrí, aunque sin intención, lo marchitó. Es daño al fin de cuentas.
—Tranquiliza ese anhelo, hermana. Estoy bien como estoy. No necesito más.
Se aparta y se planta frente a mí, con los brazos cruzados, cubriéndome la vista que me relajaba.
—Te aviso que de mí no escucharás frases como “debes salir de ese hueco de desamor”, “búscate un nuevo amor” o “aprende a olvidar”. Yo te hablaré con realismo. Mi mayor deseo es verte feliz, pero eso no depende de una pareja ni de algo material. La felicidad nace de uno mismo.
Cierro los ojos unos segundos. Coloco mi mano en el hombro de Cara.
—Por favor, no empieces con tu modo filósofa. Estoy bien, sí. Solo un poco preocupado —en realidad, demasiado ―. Dejemos de hablar de mi inestable vida de soledad. ¿No te ibas?
Retomo mi asiento anterior.
—No. Sabes que cuando bebo alcohol, duermo mucho —Cara se sienta en el sofá de enfrente —. Vi tu mensaje. ¿Qué fue tan urgente?
—Un problema con un empleado de la fábrica —no quiero que mi hermana se entere del asunto con Marie. Se lo contaré después. Por ahora, prefiero guardarlo. Cara eleva una ceja, inclinando la cabeza.
—Como digas —se encoge de hombros y yo suspiro aliviado —. Por cierto, me quedaré todo el día. Así salimos directo por la noche al dichoso cóctel. Antes de irnos, llamaré a la boutique y pediré un vestido para la ocasión…
—Perfecto entonces. Me gusta tenerte aquí, siempre y cuando no empieces a hablar de más —murmuro lo último.
—¿Yo? Pero si mi preciosa boca siempre se controla —responde con una inocencia que ni ella misma se cree. Hay dos cosas que Cara Vitale no puede controlar: su temperamento y su lengua incisiva. Los remilgos no existen en su repertorio.
—Por supuesto… —respondo con ironía.
—Tengo hambre. ¿Dónde está tu empleada doméstica? Llevo días esperando probar su comida…
Vuelvo a enfocarme en el contrato.
—Hoy le di el día libre. Tuvo un percance con su hijo.
—¿Un hijo? —pregunta con asombro —. Según su currículum, tiene 23 años. Es una madre muy joven.
—Sí, tiene un niño precioso y encantador —sonrío sin notarlo —. Lo conocí el primer día que ella vino. Gateaba mientras jugaba por aquí. Se veía cómodo. No parecía extrañado.
—Comprendo… De todos modos, me parece raro que no te hayas molestado. Sueles ser muy reservado con los desconocidos en tu espacio personal.
—Es cierto —confirmo. Los desconocidos no me agradan. Me considero receloso cuando alguien interviene en mi entorno. Ni siquiera mis hermanos tienen acceso total a mis cosas —, pero era solo un niño. No tenía malas intenciones…
—Buen punto. Pero, Enzo, sigo con hambre… —resopla. Es normal en mi hermana tener hambre, cuando no.
—Llamaré a un restaurante. Pediré algo solo para ti. ¿Contenta?
—Cuando llegue mi comida, sí —canturrea —. Iré a recostarme un rato. Presiento que dormiré tarde hoy —dice con picardía. Por desgracia, entendí la insinuación.
—Esa información era innecesaria —gruño.
—Relájate, Enzo. Es algo básico en los humanos… —me guiña un ojo mientras se retira. Resoplo y me paso la mano por el cabello. Desisto de una vez por todas con el contrato. Si logro concentrarme más tarde, se lo pasaré a mi hermano. Luego le pediré los pormenores.
#489 en Novela romántica
#201 en Chick lit
#147 en Novela contemporánea
jefe empleada, matrimonio por contrato romance drama, bebé amor familia
Editado: 01.05.2025