Érase una vez una chica y su gato naranja

Parte 1: Un oasis en el desierto

A sus 14 años Salma seguía preguntándose por qué las personas se alejaban de su vida, tal se diría que ella era una avenida de tránsito, una terminal en donde llegaban y partían personas, solo que nadie se daba cuenta de cómo dejaban su corazón todos esos buses cuando se iban de su lado.

Sintió un nudo en la garganta y un hueco en el corazón, mala combinación, caminó por la calle a paso lento, sin mirar atrás, como lo hacía siempre que sucedía aquello.

Se dio cuenta de que andaba sola, siempre sola. La soledad comenzaba a molestarle, veía gente pasar a su lado, todos perdidos en su extraño mundo, tal como podía estar perdida ella.

Sus rostros estaban serios, musgos, contrariados, otros relajados o indiferentes, todos convivían en un instante, como si la casualidad les estuviera dando una oportunidad de poder ir más allá, solo que ella ya no deseaba dar más oportunidades, se había cansado de darlas.

Cuando llegó a casa, su madre se asomó a verla y notó su rostro ceniciento:

—A ti, ¿qué te pasa?

Un sollozo emergió de lo más hondo de su corazón y su madre se acercó a ella:

—Cuéntame.

No podía hablar, ¿qué podía sacar de hablar?, solo echar su mierda a alguien más y su soledad no se iría.

Tardó en reponerse y le compartió solo un poco.

—Tess dejó de ser mi amiga.

—Oh, ¿Por qué?

Ella se alzó de hombros, era como si la razón no importara, había dejado de ser su amiga y ya, pero lo dijo como si doliera muy hondo.

—Encontró a alguien mejor para ser su amiga.

Su madre chasqueó los labios y le lanzó el consabido discurso maternal.

—Querida, nadie es mejor que tú, si ella no apreció tu amistad…

—Mamá, la gente se va de mi vida últimamente.

Su madre le dijo con infinita paciencia:

—Así es la vida, si todos nos quedáramos con las personas que apreciamos, este sería el mundo ideal.

Los adioses no deberían existir, simple como eso, tampoco los hasta luego, porque su padre usó uno hasta luego antes de salir de casa y perderse en el olvido. O como esa amiga que tuvo que le dijo hasta luego y se murió en un accidente, también el chico que le gustaba y que chateaba con ella, le dijo hasta luego, mañana hablamos, cerró su cuenta después.

—Lo superarás.

Claro, esa palabrita tan antipática que venía acompañando a una pérdida, todo se solucionaba con la palabra superar; sin embargo, el corazón no sabía de superar, solo de dolores por las ausencias.

Salma estaba cansada de ver gente partir de su lado, siempre se preguntaba: ¿cómo podían seguir sin ella?, es que para algunos era tan fácil, pero lo de Tess fue más complejo:

Habían hecho el pacto de amigas por siempre, se conocieron cuando ella se había presentado a mitad de año en la secundaria, todos la evitaban, porque no deseaban dar el primer paso a ser amigos de alguien desconocidos y ella al ver lo sola que estaba Tess en su banca supo que podía romper ese hielo con una cálida charla que duró tres años.

Eran como un dúo divertido, siempre juntas para todo, hasta para hacer las bromas a los chicos del colegio, solían salir al cine juntas, comer en bares de moda, siempre como un equipo. Hablaban horas por teléfono, pasaban tardes en la sala de su casa haciendo un gabinete improvisado con esmaltes de uñas, pegatinas, algodones y poniendo canciones de la Oreja de Van Gohk a todo volumen.

Compartían un diario en común, ella escribía un día y Tess al siguiente, podían leerse muchas cosas como:

«Hoy mamá hizo sopa, odio la sopa, debería estar prohibida constitucionalmente, pero luego me dijo que mañana haría asado, podía soportar la sopa solo por saborear un asado de mi mamá».

 

O también ella escribía:

«Hoy vi a Harry, el chico más guapo y enigmático del colegio, y tuve una fantasía con él: me vi arrimándolo contra la pared y besándolo con loca pasión».

Tess devolvía con otra historia:

«Soñé que podía volar, lo raro es que cuando me desperté estaba en el suelo, creo que me di un porrazo y ni cuenta me di. ¿Por qué sueño que vuelo? Nadie me explica nada».

Eran dos adolescentes con sus manías, locuras y sueños, tal vez lo malo estuvo en formar una conexión con ella. Cuando dos almas se conectaban era complejo el rompimiento, eran tres años de cabalgar en sueños de otra persona y terminar en el mismo punto: sin hablarse.

Salma miraba a la pared en donde decenas de fotos de ellas estaban prensadas, tomando helados, en el parque, en la playa, en cenas, en centros comerciales. Tenía que superar todo aquello y se dio cuenta de que su interior roto le decía eso.

2

Salma cayó en un hueco, como solían decirles a las depresiones, se escondía en la oscuridad para cubrir su pena. Su madre tocó la puerta varias veces.

—Vamos, Salma ya sale de allí.




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