Se sintió raro entrar en el local del bingo ante las miradas de muchas señoras y señores de media edad, una dama que fumaba y vestía con ropa estampada que podía herir los ojos de cualquier ser humano, saludó a Adela.
—Hola —expelió el humo—, ¿lista para ir por esa lavadora?
—Sí, a eso vine.
Fijó sus ojos detrás de unos lentes en forma de ojos de gato.
—¿Quién es la chica?
—Mi hija, Salma, ella es Rubena, una gran contrincante.
La mujer a modo de presentación dictó sus bondades:
—He ganado muchos premios en el bingo, hasta un auto cero kilómetros, voy por una lavadora, necesito una lavadora, tengo un sistema.
—¿Sistema?
—Sí, una estrategia para ganar siempre.
Cielos, la tipa era toda una contendiente del bingo, tenía hasta un sistema, significase lo que sea eso, su madre ocupó una mesa y le indicó que iría por las tablas del juego.
Salma miró a su alrededor a varios ancianos en mesas, fumando y tomando refrescos. ¿Esa era la vida que le esperaba a un hongo venenoso?, tal vez podía ganar de cuando en cuando algo y formar su propio sistema ganador.
Su madre llegó con las tablas en la mano:
—La primera tabla, el premio para la llena es un televisor de 40 pulgadas.
Salma leyó que en una de las listas de premios decía: Premio sorpresa.
—¿Qué es eso de premio sorpresa?
—Bueno, no lo sabemos hasta ganarlo, la otra vez era un set de maquillaje completo.
Le vendría bien algo de colorete, cuando comenzó todo, notó la atención de la gente al cantante de números con voz cadenciosa y clara.
—B, seis.
Algunos hicieron ruiditos que asumía, eran de emoción, ella solo rayó el dichoso seis. Su madre le indicaba que estuviera atente y le dijo de pronto:
—Si haces bingo, grita con todas tus fuerzas y corre.
Dios, ¿era en serio?, pero cuando vio a una anciana correr por entre las mesas gritando como posesa: BINGO, BINGO, se dio cuenta de que era serio el asunto.
El premio era un hermoso florero, bien no daba una, sentía que dictaban los números y que ninguno era para ella, entonces cuando vio su tabla notó que le faltaba un número para el premio sorpresa, se tensó, cielos, podría ser que sí o que solo sea una decepción más.
—O, setenta y cinco.
Dios, no lo podía creer, ella se levantó como un resorte y gritó:
—¡Bingo!, ¡bingo!
—¡Corre Salma, corre! —gritaba su madre.
Entonces sus piernas reaccionaron en cámara lenta, vio a un anciano y a una anciana ir tras su premio, pero la juventud siempre triunfa, en ciertas ocasiones.
Salma saltaba emocionada frente a su obsequio sorpresa y cuando vio que era una jaula, se quedó muda:
—¡Felicidades!
Le entregaron la jaula y escuchó la ronda de aplausos y preguntó:
—¿Esto qué es?
—Un gato.
Ella se quedó perpleja viendo la jaula y volvió a su silla, su madre estaba a la expectativa.
—¡Dime qué es!
—Un gato.
La sonrisa se le borró a Adela.
—¡Un gato!
La voz del animador se escuchó anunciando el nuevo juego y ella, dejó de lado esa revelación y comenzó a jugar. Salma miraba entre la rejilla del portador y vio agazapado en el fondo algo peludo y naranja, lo dejó a un lado y vio a la pantalla los números que habían sido dictados para un apasionante juego de cuatro esquinas, de repente su madre gritó con todas sus fuerzas: BINGO.
Ni lo pensó, corrió con la tabla superando a varios colegas y la entregó, había sido la virtual ganadora de una lámpara clásica, alzó triunfal su premio y alguien comentó:
—Dos ganadoras en esa mesa.
Ella llevó su lámpara con orgullo, no siempre se ganaba y ahora dos veces.
—Estamos en racha.
—¿Qué es eso?
—Bueno, estamos bien, vamos bien.
La mujer de los lentes gatunos y la actitud de una perra celosa las miraba molesta. Salma pensaba en que tenía a un gato en una jaula y que eso era bastante raro.
2
Llegaron a casa con varios premios, eso sí, fue una buena racha, tenían una lámpara, además de un juego de té y ¡la lavadora!, sí, consiguieron la lavadora y Salma decía emocionada.
—¿Viste la cara de Rubena, la señora del estampado horroroso?
—¡No podía ni imaginarlo!
Su madre aplaudía mientras observaba cómo colocaban la lavadora en la sala.
—¡Nunca había ganado algo tan grande!
Salma sostenía la jaula en su mano izquierda y entonces, como si recordara, la colocó en el piso y abrió la puerta y se agachó a ver a un gatito naranja agazapado en el fondo.