Eres mi papá.

Prólogo

Matthew caminaba con elegancia hacia el estacionamiento. A su paso, todas volteaban a verlo esperando ser la próxima consentida del magnate.

A paso seguro llegó hasta el lujoso auto donde lo esperaba el chofer.

—Ya todo está listo, señor —le comunicó el hombre que conducía el vehículo—. Este mes adelantó la visita.

—Sí, José, es necesario, hay una arquitecta comprometida con la remodelación de la casa, hogar y necesitan financiamiento. Quiero ver el proyecto y, si todo está bien, asumiré los costos.

—Usted siempre tan generoso —lo halagó el hombre mientras ponía el auto en marcha.

—Ten presente que fue mi casa luego de que mi madre falleciera —le recordó él—. No olvides que no quiero que se sepa, acabaríamos con la tranquilidad de ese lugar. Comenzarían a investigar solo para saber y molestarían a los niños. Es mejor mantener el anonimato.

—Aún recuerdo cuando comenzó a prosperar y me fue a buscar para que fuera su chofer cumpliendo esa promesa que me hizo con solo quince años mientras limpiábamos el jardín. Yo recién había cumplido dieciocho años y me había quedado a trabajar allí de jardinero. Me dijiste que cuando salga de aquí, estudiaré y trabajaré y me haré de un nombre en los negocios, entonces vendré por ti.

—Desde entonces no eres mi chofer, eres mi mano derecha y si te has mantenido como mi chófer es porque tú lo has querido, por mí estarías trabajando allá arriba a mi lado.

—Mejor en lo que estoy, además tengo mejor salario que los estirados ejecutivos que tienes allá y aquí la envidia no me alcanza porque no me ven —repuso divertido José—. He sido más útil aquí que allá. Muchos no me toman en cuenta y cometen un gran error porque mis ojos y oídos, son tus ojos y oídos. Me gusta mi bajo perfil, así que, ante los otros, usted es mi jefe y yo su chófer.

—Eso sí es verdad, cuantos complot has descubierto haciéndome pasar por el insufrible jefe y tú por el pobre chófer que le toca aguantar para no perder el empleo. Si supieran que el diez por ciento de este imperio es tuyo. Vaya ilusos.

—Y la de pelandruscas que le he quitado de encima —dijo José y ambos rieron con complicidad—. Tranquilo amigo que tú tienes tu misión y yo la mía.

Así, los amigos entretenidos por la charla llegaron a la propiedad que ocupaba la casa hogar. José comenzó a tocar el claxon del auto para que notaran su presencia. Le encantaba ver salir a la madre sor Soraya a regañar por el alboroto pero luego se ponía feliz al ver los niños siendo agasajados con juguetes y dulces.

—Vamos a ver muchachos, ustedes no aprendieron el significado de la palabra prudencia, cuando van a llegar en silencio a este lugar. —Los reprendió la religiosa que dirigía el lugar.

—Nunca —gritaron los amigos a todo pulmón, grito que fue acallado por la algarabía de los pequeñines que ya habían notado su presencia.

—Aprenda a tener resignación —dijo José mientras se acercaba a sor Soraya—. Sus hijos pródigos regresan a casa. —La monja intentó regañarlo pero él se dió media vuelta sin darle tiempo.

Comenzaron a sacar todas las cosas que traían en el auto y a repartir cada juguete a su dueño ya que todos venían etiquetados. Entregaron todos excepto el de la niña nueva.

—Dónde está Lialy, la pequeña que llegó nueva —preguntó Matthew con curiosidad—.Quiero conocerla.

—Aún se está adaptando, casi siempre está en la sala de manualidades —dijo sor Soraya invitándolo a seguirla—. La arquitecta llamó, ya viene en camino.

—Yo espero con calma, vinimos antes para estar con los niños —explicó Matthew.

Llegaron a la pequeña sala donde los niños hacían sus manaualidades, encontrando a la pequeña entretenida dibujando.

—Lia, tenemos visitas, puedes venir a saludar —le dijo con dulzura la directora. La pequeña levantó la vista y miró detenidamente al recién llegado y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—¡Tú eles mi papá! —exclamó con alegría mientras corría a su encuentro—. Te encontle, no, tú me encontlaste.




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