La pequeña corría al encuentro de su padre con sus manitas extendidas, sus pisadas golpeando rítmicamente el suelo del lugar. El brillo en sus ojos reflejaba una alegría pura y desbordante, y su carita resplandecía llena de emoción. Cada paso que daba parecía contener toda la esperanza y la inocencia de sus cuatro años de vida.
Sor Soraya, la encargada del orfanato, intentó detenerla, pero el hombre, con un gesto suave y firme de la mano, le indicó que no lo hiciera. Matthew, arrodillándose en el suelo, abrió sus brazos en un gesto de bienvenida que hablaba más que cualquier palabra.
—¡Papá! —gritó Lia, con una voz llena de júbilo y alivio.
Lia, como cariñosamente la llamaban todos, se lanzó contra aquel pecho fornido, buscando el refugio que tanto había anhelado. Sus últimos días no habían sido sencillos. Para una niña de cuatro años, su mundo había cambiado drásticamente, llenándose de incertidumbre y miedo.
Daphne, su madre, había enfermado de cáncer. Cuando fue diagnosticada, ya no se pudo hacer mucho. En sus últimos momentos, le hizo prometer a su amiga Kate que cuidaría de la pequeña. Sin embargo, el día en que empeoró, la niña, al ver que su madre no respondía, marcó a emergencias como se le había enseñado. Al llegar los paramédicos, la niña fue llevada por servicios sociales a la casa hogar, ya que Kate estaba fuera del país por trabajo. Desde su regreso, se había enfrascado en una lucha legal por la custodia de la pequeña, deseando cumplir su promesa a su amiga.
Ahora, en los brazos de Mattew, sentía por fin algo de la seguridad y el amor que tanto había extrañado. Él la abrazó con fuerza, sintiendo el peso de la responsabilidad y un profundo sentimiento que no lograba entender. La conexión fue instantánea.
—Te extrañé tanto, papá —murmuró Lia, con su carita apoyada en el hombro del hombre, sus pequeños dedos aferrándose a su camisa.
—Hola, pequeña —dijo él, su voz quebrada por la emoción mientras una lágrima se le escapaba—. Ya estoy aquí, pero necesitamos hablar. Creo que me estás confundiendo. Vamos a conversar, eres muy inteligente y me comprenderás.
La religiosa observaba la escena con una mezcla de tristeza y esperanza. Sabía que había que ser muy cuidadoso para no lastimar a la pequeña más de lo necesario.
—Llegó la arquitecta —anunció José desde la puerta.
Mattew suspiró, consciente de la urgencia del momento, pero también de la importancia de no apresurar las cosas con Lia.
—Pequeña, tengo una rápida entrevista con la señorita que acaba de llegar. Ve a jugar con José, que es quien más sabe de juegos infantiles. No imaginas cómo te divertirás —dijo, mientras hacía gestos exagerados hacia su amigo, quien extendía su mano para que la alcanzara—. Te prometo que una vez termine, te buscaré para conversar.
—¡Plomesa! —dijo la pequeña, extendiendo su meñique para el juramento.
—¡Promesa! —repitió él, enlazando su dedo con el pequeñito de ella.
La niña dio unos pasos dudosos hacia José, quien no perdió oportunidad y la subió en sus hombros, pidiéndole que extendiera los brazos como si volara. Las carcajadas de Lia no se hicieron esperar, llenando el aire de una alegría contagiosa.
Era la primera vez que reía desde que llegó que se sumaría a jugar con otros niños.
—Esa pequeña está confundida, pero si Dios quiere, pronto será adoptada —explicó Sor Soraya—. Su proceso ya está en vías de aprobación.
—Me alegro por ella —respondió Mattew, con un suspiro profundo—. La sentí tan perdida como yo, cuando llegué aquí.
Sor Soraya asintió con comprensión, observando cómo José giraba en círculos con Lia en los hombros, su risa resonando como un eco de esperanza en los pasillos del orfanato. Aquel momento de felicidad parecía efímero, aunque cargado de esperanzas
Mattew se volvió hacia la puerta, donde la arquitecta lo esperaba, y se dirigió a ella con determinación. Sabía que cada paso que daba, cada decisión que tomaba, estaba encaminada a asegurar el bienestar de los niños de aquel lugar.
—Buenos días, señor Mattew —saludó la arquitecta, una mujer de porte elegante y ojos inquisitivos. Su atuendo estaba fuera de lo normal, ya que vestía un pantalón ajustado negro, chaqueta de cuero y botas altas, todo del mismo color.
—Buenos días, —respondió él—. Gracias por venir tan rápido. Tenemos mucho que discutir.
—Me llamo Katherine Arismendi, disculpe mi atuendo —dijo mostrando un casco que tenía en sus manos—, he tenido que ir a ver unos terrenos en un lugar de difícil acceso y preferí la moto. No me dió tiempo a cambiarme para la reunión con usted.
—Es un placer, no se preocupe que el detalle de su atuendo no es relevante —pronunció Mathew mientras le regalaba una encantadora sonrisa mientras sus ojos miraba con curiosidad a la figura femenina que tenía enfrente.
—Yo hubiera asumido los costos sin problemas, sin embargo luego de financiar el tratamiento de mi amiga mis finanzas no están en su mejor momento —explicó la arquitecta con una sonrisa que hizo estragos en Matthew.
—No se preocupe por los costos, los asumiré sin problemas, incluido la ampliación —respondió él intentando no mostrar su turbación ante la magnética presencia de la mujer.