Eres mi papá.

Capítulo III

La entrada de la edificación se convirtió en un hervidero de emociones a medida que los niños, al darse cuenta de lo que ocurría, entraron para continuar sus juegos en la casona. Todo el alboroto había sido para que la niña saliera de su escondite.

Los adultos, por su parte, se quedaron petrificados ante las palabras de la pequeña. Todos se sorprendieron ante la seguridad con la que se había expresado.

—Princesa, creo que estás confundida —dijo la arquitecta con una sonrisa suave, arrodillándose para estar a la altura de la niña y hacer contacto visual con ella—. El señor está aquí para ayudarnos a arreglar la casa, para que todos estén felices y cómodos aquí.

La niña, con una determinación que sorprendió a todos, sacudió su cabecita de rizos dorados y afirmó con decisión:

—Tía, él es mi papá. Lo vi en la televisión un día. —Kate, con una expresión de ternura, se acercó a la pequeña y le dijo con dulzura:

—Mi amor, el señor aparece a menudo en la televisión porque es una persona importante. Pero eso no significa que sea tu papá.

La niña, con una sabiduría que trascendía su edad, movió sus manitos mientras hablaba con una convicción que desarmaba:

—Yo oí que el tío le dijo a mamá que tenía que decile que yo ela su hija. Lo vi en la tele con una de esas mujeres que siemple lo acompañan. Mamá negaba, decía que él no quelía una familia, que nos abandonaste el día de la boda.

Todos los presentes contuvieron la respiración ante la perspicacia de la niña. Ella, sin inmutarse, giró su mirada hacia Matthew, quien la escuchaba con una mezcla de asombro y turbación.

—¿Tú sí me vas a quelel, veldad? —preguntó la niña con una inocencia desgarradora.

Matthew, con el corazón apretado, se arrodilló frente a ella, sintiendo que el mundo se detenía en ese momento.

—Todos te queremos, eres una niña muy especial —dijo con una voz que luchaba por mantenerse firme—. Pequeña, creo que me estás confundiendo con alguien más. No tengo hijos, pero si pudiera elegir, me encantaría ser tu papá.

La niña, con una convicción inquebrantable, respondió con una mezcla de desafío y tristeza:

—Sí, tienes una hija, yo soy tu hija. Mi mamá es Daphne. Si ella estuviela aquí, te lo dilía 

Al mencionar el nombre de Daphne, Matthew sintió un golpe en el pecho. Una oleada de recuerdos lo invadió. Miró a su amigo José y este de inmediato comprendió su tormento interior. Recordó el día de su boda, había llegando tarde a la iglesia debido a una avería en el auto. Recordó a Daphne, radiante, intercambiando anillos con Erick, su amigo. El dolor de la traición lo había marcado profundamente, impidiéndole abrir su corazón a otra mujer.

Con una voz apenas audible, Matthew preguntó:

—¿Cómo dijiste que se llama tu mamá, pequeña?

—Daphne Cisnelos y yo soy Lialy Cisnelos —respondió la niña con una sonrisa dulce—. Mamá siemple me hablaba de ti con el tío, ellos cleían que yo dolmía, pelo yo celaba los ojitos así y escuchaba —dijo Lia mientras les mostraba cómo se hacía la dormida. Miró a la niña con una mezcla de incredulidad y esperanza. En ese momento, reconoció en ella rasgos familiares que lo dejaron sin aliento. Imágenes de Daphne con su radiante sonrisa inundaron su mente. Una lágrima rodó por su mejilla y la niña, con un gesto tierno, la limpió con su pequeña mano. Esa pequeña acción quebró la última barrera que quedaba en el corazón del hombre.

Abrazando a la niña con una intensidad que reflejaba su promesa silenciosa, le susurró:

—Te prometo que descubriré la verdad, pequeña. Sin importar lo que suceda, a partir de hoy seré tu papá. Pero ahora necesito que confíes en mí y vayas a jugar con los demás.

La niña, con una madurez que trascendía su edad, asintió y, tomando su mano y dijo:

—Ya sé que los adultos necesitan hablal. Pelo quielo que me lleves contigo, polque la tía no puede, no es mi mamá, pelo tú eles mi papá.

Con el corazón lleno de una calidez que nunca antes había experimentado, asintió y, tomándola de la mano, entraron juntos a la casona, dejando a los demás adultos con una mezcla de asombro y curiosidad.

—Ahora vas allá, con los demás niños, a jugar con ellos. Necesito hablar con tu tía y saber qué ha ocurrido —explicó a la pequeña, quien lo miraba feliz.

—Mi tía no sabe mucho, el que sí sabe es el tío Elick —explicó Lia y la sola mención de ese nombre bastó para que se sintiera molesto. Haciendo un esfuerzo enorme, le devolvió una sonrisa a la pequeña. Claro que Erick tenía que conocer su historia, al fin él era el hombre con el cual la madre de ella había elegido casarse—. Hablaré con quien sea necesario para conocer la verdad. Tú no te preocupes, ve a jugar, yo regreso por ti en un rato.

Lia se alejó sonriendo, se le veía feliz. Llegó junto a los otros niños y se integró a ellos de una forma tan espontánea como si siempre jugaran juntos.

Matthew no lograba procesar lo que estaba sucediendo. Le parecía imposible que esa adorable niña fuera hija suya, aunque oyendo lo que la pequeña decía y teniendo en cuenta su edad, era posible.

Ahora, y si todo era cierto, habría mucho que hacer. Tendría que poner a los abogados al corriente de lo que estaba sucediendo y reconocerla legalmente, pero lo primero que necesitaba saber era por qué le ocultaron a su hija por tantos años y esas respuestas las comenzarían a buscar con la arquitecta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.