Matthew aún no podía creer lo que acababa de descubrir. La noticia de que tenía una hija, a quien le habían negado durante años, lo había dejado aturdido. Su mente estaba llena de preguntas sin respuesta y su corazón latía con una mezcla de emoción y temor. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia donde se encontraban los adultos, aún sorprendidos por el giro inesperado de los acontecimientos.
Sor Soraya, una monja de aspecto amable y sabio, lo observó con preocupación mientras se acercaba. Matthew ignoró su mirada y se dirigió directamente hacia la arquitecta, una mujer de ojos decididos y una determinación igual de fuerte.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —preguntó ella mientras él la tomaba bruscamente de la mano y la arrastraba consigo.
—¡Suéltame! —exigió ella, luchando por liberarse de su agarre—. Me estás lastimando.
—¡Matthew! —lo reprendió Sor Soraya—. No es así como se resuelven las cosas.
Pero Matthew, impulsado por una mezcla de emociones, ignoró la intervención de la monja.
—Ella y yo necesitamos hablar —dijo con una voz firme y cortante, dejando en claro que no toleraría ninguna interrupción.
La monja suspiró, sabiendo que la situación requería tacto y sensibilidad.
—No son las formas, hijo —dijo con una voz suave y suplicante—. Pero entiendo tu necesidad de respuestas.
Matthew, sin embargo, no estaba dispuesto a escuchar. Arrastró a la mujer hasta la oficina donde se habían reunido anteriormente, cerrando la puerta tras de sí con un golpe. La soltó abruptamente, y ella masajeó su muñeca adolorida, mirándolo con una mezcla de ira y desafío.
—Eres un bruto —dijo ella, retándolo con su mirada—. Y no me asustas.
—Puedo ser peor —replicó él con una frialdad que hizo que ella se estremeciera a pesar de su valentía—. No me retes.
Ella se mantuvo firme, acercándose a él hasta que solo los separaban unos pocos centímetros.
—No tengo miedo —dijo ella con una voz temblorosa pero decidida—. Y no te equivoques, sé lo suficiente. Conocí a Daphne y si ella tenía sus razones para mantenerte alejado, lo cumpliré.
Matthew la miró con una mezcla de dolor y confusión.
—¿Y qué sabes exactamente? —preguntó con una voz ronca.
—Sé que mi amiga era una persona noble y bondadosa —respondió ella con firmeza—. Si no quería que estuvieras cerca, haré todo lo posible para honrar su deseo.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó él con sarcasmo.
—Primero, saldré de aquí y pondré fin a esta conversación —dijo ella, haciendo un ademán hacia la puerta—. Y segundo, seguiré adelante con el trámite de adopción. Te mantendré lejos de Lia, eso te lo prometo.
Dicho esto, se dio la vuelta y abrió la puerta con determinación. Pero antes de salir, se detuvo y lo miró una última vez.
»No te equivoques, Matthew —dijo con una voz suave pero firme—. Haré todo lo que esté a mi alcance para mantenerte alejado. Daphne me confió a su hija, y no la decepcionaré.
Y con eso, salió de la habitación, dejando a Matthew solo con sus pensamientos y emociones en conflicto. Él se quedó inmóvil, luchando por procesar todo lo que acababa de suceder. La ira, la confusión y un profundo deseo de conocer a su hija luchaban dentro de él. Pero también había miedo, miedo a enfrentar un pasado que había tratado de enterrar.
Mientras tanto, en otra parte del edificio, Sor Soraya suspiró profundamente mientras observaba la escena a través de una ventana. Sabía que la situación era compleja y que las emociones estaban a flor de piel.
—Esta es solo la punta del iceberg —murmuró para sí misma—. Hay secretos y dolor en este asunto que aún no han salido a la luz. Solo espero que podamos guiarlos a todos hacia la sanación y la reconciliación.
La monja cerró los ojos y elevó una silenciosa oración, su rostro reflejando la gravedad de la situación. Sabía que las vidas de aquellos involucrados estaban en un delicado equilibrio, y que sus acciones podrían tener un impacto profundo en el futuro de todos ellos.
—Disculpe, hermana —dijo la arquitecta acercándose a la monja con una expresión preocupada—. Nunca imaginé que las cosas fueran así. Mi amiga siempre me habló del padre de Lia como alguien que la abandonó.
Sor Soraya suspiró, su mirada suave y comprensiva.
—Él es un buen hombre, pero terco —dijo la monja con una voz tranquilizadora—. No te preocupes, me aseguraré de que se calme y vea las cosas con claridad.
—Agradezco su comprensión —dijo la arquitecta—. Y quiero que sepa que seguiré adelante con el proyecto, a pesar de todo. Pero de ahora en adelante, trataré únicamente con usted. Prefiero mantener mi distancia de él. —La monja asintió con comprensión.
—Tranquila, así será —dijo—. De él me ocupo yo. Es solo un niño asustado, a pesar de su edad. —La arquitecta se permitió una pequeña sonrisa ante la descripción de la monja.
—Despídame de Lia —dijo ella—. Mañana vendré a verla de nuevo. Quiero asegurarme de que esté bien.
Mientras la arquitecta se alejaba en dirección a la entrada, Matthew salió de la oficina, su rostro una máscara de furia y angustia. Sor Soraya se acercó a él, poniendo una mano suave en su brazo.