Matthew caminó alejándose de sor Soraya, su mente estaba tomada, y sabía exactamente lo que quería hacer. Lialy, su pequeña hija de rizos dorados, era lo más importante en su vida, y estaba dispuesto a luchar por ella.
Sacó su teléfono de última generación del bolsillo de su impecable traje a medida y marcó el número de su abogado de confianza. Mientras esperaba a que contestaran, observó a su alrededor, disfrutando de la tranquilidad que ofrecía el parque en contraste con el ajetreo de la ciudad. Los rayos del sol se filtraban a través de las hojas de los árboles, creando un ambiente sereno.
—¿Hola, James? Soy Matthew —dijo con voz firme—. Necesito tu ayuda con algo urgente. He descubierto que tengo una hija y la quiero conmigo, y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para lograrlo.
James, un hombre de pocas palabras, escuchó atentamente mientras le proporcionaba los detalles de la situación de la pequeña tras el fallecimiento de su madre y sus deseos de obtener su custodia.
—Entiendo, Matthew. Este caso podría no ser complicado, haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarte —respondió James con una voz tranquilizadora—. Proporcióname toda la información que tengas y comenzaremos a trabajar inmediatamente.
Matthew asintió, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que su abogado haría todo lo posible.
—Gracias, James. Confío en ti. Haré lo que sea necesario, incluso si eso significa utilizar métodos poco ortodoxos —dijo reflejando una determinación inquebrantable.
Mientras colgaba el teléfono, se recostó contra un árbol cercano, sus ojos fijos en la distancia. Sabía que estaba a punto de embarcarse en una batalla difícil, pero la idea de tener a Lialy a su lado lo impulsaba a seguir adelante.
La pequeña, con sus rizos dorados y su sonrisa radiante, había capturado su corazón esa mañana. No podía explicarlo pero la conexión fue inmediata. Recordó esa mañana cuando la había sostenido en sus brazos, la calidez y el amor que había sentido en ese momento. No podía imaginar su vida sin ella.
La brisa sopló suavemente, haciendo que las hojas de los árboles susurraran a su alrededor. Matthew cerró los ojos, sintiendo la tranquilidad del pequeño parque infantil de la casa hogar. En ese momento, se dio cuenta de que haría cualquier cosa por su hija, incluso desafiar sus propios principios. La legalidad era importante para él, pero la felicidad y el bienestar de su hija eran su prioridad absoluta.
Se puso en pie, decidido a enfrentar lo que viniera. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente, pero estaba dispuesto a asumir ese desafío. La imagen de Lialy sonriendo lo impulsó a avanzar, decidido a luchar por el futuro que ambos merecían.
Entró en la antigua casona, sus pasos resonaron en el amplio vestíbulo. El aroma a madera antigua y el crujido de las escaleras le eran familiares, pero ahora todo parecía diferente. Buscó a la pequeña Lia y la encontró sentada en su cama, con las rodillas dobladas y las manos apoyadas sobre ellas, mirando hacia la ventana. Sus rizos dorados caían a ambos lados de su rostro serio.
—Hola, pequeña—saludó Matthew con una suave sonrisa—. ¿Por qué esa carita tan triste? —Lia levantó su mirada hacia él, y una lágrima brilló en el rincón de sus ojos color miel.
—Quelía ilme contigo ahola—dijo con una vocecita temblorosa—. Pero la señolita Inés dijo que no podía. —Matthew se sentó en la cama junto a ella y la tomó suavemente en su regazo.
—Lo siento, hermosa. No puedo llevarte conmigo en este momento, pero te prometo que lo haré muy pronto. Primero tengo que arreglar algunas cosas, como tu habitación en mi casa. Quiero que sea perfecta para ti. —Los ojos de Lia se abrieron como platos y una sonrisa iluminó su rostro.
—¿De veldad tendré mi plopia habitación? —Matthew asintió, acariciando su cabello sedoso.
—Por supuesto. Y quiero que me ayudes a decorarla. ¿Qué te parece si la hacemos de color rosa? Ese es tu color favorito, ¿verdad? —Lia saltó de emoción en el regazo de Matthew.
—¡Sí, me encanta el losa! ¿Puedo tenel muñecas y ositos de peluche también? —Matthew rió ante su entusiasmo.
—Puedes tener todo lo que quieras. Y te prometo que te llevaré conmigo tan pronto como esté todo listo. Mientras tanto, ¿me prometes que te portarás bien y escucharás a la sor Inés y a las demás? —La pequeña extendió su pequeño dedo meñique hacia él.
—¡Tlato! —Matthew entrelazó su meñique con el de ella y sonrió.
—Ahora ve y dile a la sor Inés que vendré a buscarte en unos días. Quiero que empieces a empacar tus cosas. —Lia saltó de su regazo y corrió hacia la puerta, deteniéndose un momento para mirar hacia atrás.
—¡Te quiero, Matthew!
—Yo también te quiero, pequeña —respondió él, sintiendo un cálido cosquilleo en el corazón.
Mientras desaparecía por el pasillo, se quedó sentado en la cama, contemplando la habitación. Sabía que llevar a Lia a vivir con él era la decisión correcta, pero no podía evitar sentir una punzada de nerviosismo ante la responsabilidad que conllevaba. Sin embargo, la sonrisa de Lia y su entusiasmo lo llenaron de determinación. Se puso en pie y salió de la habitación, decidido a hacer todo lo necesario para darle a Lia el hogar que se merecía.