Eres mi papá.

Capítulo VII

Matthew llegó al edificio donde estaban enclavadas las oficinas de su empresa con José, que venía conduciendo en vehículo. Una vez en la entrada, el auto se detuvo y bajó del auto con prisa.

—Una vez estaciones, sube a mi oficina —le ordenó a José, más que una orden era una petición a su amigo.

—De inmediato, subo. Los nuevos acontecimientos también me dejaron sorprendidos —admitió José, quien se pasaba la mano por el cabello.

—Así es, te necesito —reconoció Matthew.

El hombre entró en la lujosa recepción de la empresa con paso firme y decidido, su presencia inmediatamente atrajo las miradas de todas las mujeres presentes. Con su traje italiano a medida, que acentuaba su figura alta y esbelta, era imposible no notarlo. Caminaba con una confianza innata, pero su mente estaba en otro lugar, en la imagen de una joven de rizos dorados que había robado su corazón.

—Buenos días, señor Smith —murmuraron algunas de las secretarias mientras pasaba, pero él apenas las registró. Su atención estaba centrada en su objetivo, en tener junto a él a la hermosa niña de rizos dorados que había cautivado su corazón, a su hija.

—¿Has visto al señor Peterson recientemente? —preguntó a una de las recepcionistas, una joven de cabello castaño que no podía apartar la mirada de él.

—Creo que la vi entrar en la sala de conferencias, señor Smith —respondió ella, sonrojándose ligeramente.

Con un leve movimiento de cabeza, él agradeció la información y se dirigió hacia la sala mencionada. Mientras caminaba, sus pensamientos vagaban hacia el pasado, hacia un recuerdo doloroso que había marcado su vida.

«Nunca más» se prometió a sí mismo. «Nunca volveré a abrir mi corazón de esa manera».

El hombre, conocido como Matthew Smith, tenía dos reglas inquebrantables cuando se trataba de relaciones: nunca involucrarse con alguien de la oficina y siempre terminar las cosas antes de que se volvieran demasiado serias. Su corazón, una vez roto, ahora parecía una roca fría e impenetrable.

Muchas mujeres habían intentado seducirlo, pero él era inmune a sus encantos. Desde que su corazón fue destrozado cinco años atrás, había cerrado esa parte de sí mismo, negándose a sentir de nuevo.

Recordaba vívidamente el día en que su mundo se vino abajo. La sonrisa radiante de Daphne cuando le propuso matrimonio, la alegría con la que planificaban su boda, incluso la renuencia de sus suegros que finalmente cedieron ante su amor. Todo parecía perfecto, hasta que llegó el día de la boda.

Matthew esperó en vano por el auto que lo llevaría a la ceremonia. Su propio auto se había descompuesto, y cuando intentó contactar a Daphne, ella no respondió. Finalmente, tomó un taxi y llegó a la iglesia tarde, solo para encontrar a su prometida intercambiando anillos matrimoniales con otro hombre.

La traición lo golpeó como un puño en el estómago. Con el corazón hecho pedazos, se dio media vuelta y abandonó el lugar, jurando nunca volver a amar.

Ahora, años después, la aparición de la niña de rizos dorados amenazaba con romper las barreras que había construido alrededor de su corazón. Pero el señor Smith no era un hombre que se rindiera fácilmente. Con determinación, entró en la sala de conferencias, decidido a descubrir detalles de la arquitecta que se atrevió a enfrentarlo en una batalla legal para quedarse con su hija.

—Disculpen —dijo, interrumpiendo la reunión—. ¿Podría hablar un momento con mi abogado?

—¿Algo nuevo? —preguntó su abogado.

—Quiero saber cómo va todo para el reconocimiento de paternidad de mi hija, y qué sabes de la arquitecta Arismendi —dijo en tono muy serio Matthew—. Haz lo que sea necesario para que no estorbe en el proceso.

—Ya hice una solicitud ante el juez para tu reconocimiento de paternidad, deben darme fecha mañana para la prueba de ADN —explicó James con suficiencia—. La arquitecta, aunque tiene muchas cosas a su favor, no tiene posibilidades de adopción con un proceso de reconocimiento de paternidad por medio; por otra parte, el estado de sus finanzas no ayudan y el que haya hipotecado su casa tampoco. Aunque de fallar el reconocimiento de paternidad de tu parte y demostrar que sus finanzas están así por costear el tratamiento de la madre de la menor, y presentando un plan financiero viable, podría aprobarse la adopción.

—No entiendo cuando me dices que puede fallar el reconocimiento de paternidad —cuestiona Matthew—. Lia es mi hija, puedo asegurarlo.

—Aun así, me temo que, por tu desorganizada vida amorosa, no aprueben que tu hija y tú convivan —aseguró el abogado.

—¿Cómo? ¿Qué dices? —pregunto muy alterado.

—Eso te digo, deberás buscarte una pareja estable, aunque solo sea una fachada —explicó el abogado a Matthew. 

—¿Qué sucederá si no me aprueban que mi hija viva conmigo? ¿Puedo reclamar? —Matthew lanzaba una pregunta tras la otra. Desde que conoció a la pequeña, todo lo que pensaba era en tenerla junto a él.

—Seguirá en el orfanato hasta que le aprueben la adopción a otra persona hasta que sea mayor de edad.

—No puede ser posible, en último caso la prefiero con la arquitecta que siga en ese lugar —admitió con pesar. Ella la quiere de verdad.




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