No puedo creer que hoy sea el día.
¡HOY ES EL GRAN DÍA!
Estoy en mi cuarto con una sonrisa enorme en mi rostro y saltando de emoción, mientras termino de empacar mis cosas.
Jamás me había sentido tan feliz, tan emocionada.
¿Y todo por qué?
Bueno... todo se reduce a una sola palabra: LONDRES.
¡Al fin!
Hace 3 meses me llamaron de la universidad para decirme que me habían elegido para darme una beca y poder estudiar en el extranjero.
Ese ha sido uno de mis más grandes sueños, y hoy se hace realidad.
¿Quién lo diría?
Una chica simple y ordinaria, obteniendo el lugar en donde muchos quieren estar. Siendo una de miles tal vez. ¡Me siento afortunada!
La alegría no cabe en mi pecho, son tantos sentimientos juntos. Tantos, que hasta creo que me darán arcadas, pero vamos, no puedo arruinar un momento tan lindo con algo tan asqueroso.
Pero lo bueno de todo esto, es que por fin podré valerme por mí misma. Ya no más dependeré de mis padres. Ya no más pedir permiso para ir a fiestas. Ya no más escuchar los regaños de mi madre cuando dejo algo tirado y olvido levantarlo. No me mal entiendan, amo a mis padres, los amo muchísimo, y no me puedo imaginar la vida sin ellos, pero llega un momento en que quieres independizarte. Y mi tiempo acaba de llegar.
Después de tanto tiempo de espera. Ya me había resignado a que mi solicitud para esa beca no había sido aceptada. Pero me sorprendió el saber que estaba equivocada, tanto, que no pude ni hablar cuando me lo comunicaron.
—¡Eli! — Mis pensamientos se ven interrumpidos por el grito de mi madre desde la primera planta.
—¡Ya voy, mamá!
—¡Apresúrate o perderás tu vuelo! —resoplo. Pareciera como si no pudiera durar ni un minuto sin gritarme o llamarme la atención por algo.
Termino de meter mis cosas a la maleta y trato de subir el cierre, pero este se opone.
—¡Oh vamos! Tampoco es como si hubiera metido un mundo de ropa.
Acuesto la maleta en la cama, coloco mi rodilla derecha sobre esta para poder aplicar un poco de presión y tratar de cerrar el cierre, y asombrosamente lo logro. Doy un grito de satisfacción cuando salgo vencedora de mi pequeña pelea con mi propia maleta, que al parecer se resistía a salir de viaje.
Maleta rara, si se supone que para eso están diseñadas, para que uno las lleve de un lado a otro.
La bajo de mi cama, apoyándola en la alfombra que adorna mi recamara. Camino hacia la pequeña mesa de noche que está justo al lado de mi cama, ahí se encuentra mi muy amada y preciada guitarra, la cual he tenido conmigo desde que tenía 7 años de edad. Es mi mejor amiga, si es que se le puede llamar así a algo que no tiene vida. Pero para mí lo es porque siempre está a mi lado cuando las cosas se vuelven feas, cuando tengo estrés acumulado por los estudios, cuando estoy aburrida y no tengo nada que hacer. Pero, sobre todo, está ahí cuando quiero olvidarme de todo lo que me rodea. Cuando quiero olvidarme del mundo por completo.
La tomo muy cuidadosamente para poder cruzármela por el pecho. Cuando la tengo bien acomodada, doy media vuelta para regresar donde la maleta y levanto su agarradera para poder arrastrarla.
Camino hacia la puerta abierta de mi habitación. Y antes de salir, me vuelvo, y le echo un vistazo a mi cuarto. Esta será probablemente la última vez que esté aquí. ¿Lo voy a extrañar? ¡Claro que sí! Mi habitación siempre ha sido mi pequeño refugio en las buenas y en las malas, pero, sobre todo, ha sido mi cómplice cuando hago enojar a mamá.
Registro cada pequeño detalle que se encuentra en él grabándolo en mi mente.
—¡Eli, baja ya! ¿O quieres que suba por ti?
Saliendo de mi ensoñación, cierro la puerta y camino por el pasillo hacia las escaleras con mi última maleta en mano, y mi guitarra. Pero antes de dar un paso para bajar por ellas, escucho la voz de papá.
—Espera, Eli— y como la buena hija que soy, obedezca su orden. Me detengo y espero a que suba. Cuando está a mi altura, me quita la maleta de las manos—. Deja te ayudo con eso.
—Gracias, papá.
Mamá y mi hermano Caleb nos esperan abajo.
Cuando termino de bajar, Caleb se acerca a mí y pasa uno de sus brazos por mis hombros.
—Mamá ya estaba por subir por ti, pequeña.
Sonrío al escuchar su apodo hacia mí. Siempre me molestó que me llamara de esa forma. Aunque sé que ya se imaginarán por qué. Caleb es mucho más alto que yo, por ser hombre claro, a su lado siempre me he sentido como si fuera una enana, y eso que no soy tan chaparra. Pero bueno, nunca logré que lo olvidara. Y ahora, como que extrañaré que me llame así.