Al día siguiente al levantarme siento mi cuerpo adolorido, creo que no fue buena idea dormir sin cambiarme de vestuario.
Me pongo de pie y estiro mi cuerpo.
¡Ahh que bien se siente eso!
Volteo hacia la cama donde se supone que Alice duerme, pero no está en ella, aunque veo que esta está destendida, con las cobijas desparramadas. Camino hacia la cocina para hacerme un poco de desayuno ya que amanecí con un hambre horrible, y todo por acostarme sin cenar. Cuando llego noto a Alice sentada en el desayunador con un plato de cereal frente a ella. Wow esta chica sí que madruga.
—Buenos días, Lizzy—me saluda cuando ve que me acerco a ella—. Tú sí que duermes.
Le sonrío.
—Buenos días, Alice. Y tú sí que madrugas.
—Vamos, acompáñame en el desayuno. Me acabo de sentar, así que podrás tener la dicha de desayunar con una gran mujer— suelto una pequeña risita al escucharla decir aquello. ¡Esta mujer sí que tiene un gran ego! —. En el refrigerador podrás encontrar casi de todo. Hace poco fui al supermercado por lo que estamos muy bien abastecidas. Y en la alacena de la derecha están los platos, en la izquierda los vasos y en los cajones de abajo podrás encontrar los cubiertos.
—Gracias, Alice. En las mañanas no me gusta cocinar, así que solo tomaré algo fácil de preparar.
Me acerco al frigorífico y me encuentro que está repleto de comida. ¿Por qué Alice tiene tanta comida si vive aquí sola?
—¿Alice?
—Mmm— murmura, ya que acaba de meter a su boca una cucharada de cereal.
—¿Por qué tienes el refrigerador atascado de comida si tu vives aquí prácticamente sola?
—Oh. Es que en ocasiones algunos amigos vienen aquí de contrabando… y la mayoría son muy tragones, por lo que siempre debo de tener abastecimientos, ya que, si no tienen nada para comer, se vuelven locos. Y créeme, no te gustaría verlos así.
—Y yo pensando que eras un monstruo come comida—digo sacando fruta y un poco de yogurt para acompañarlo. Los coloco en el desayunador.
—¿Monstruo come comida? —Dice con una pequeña risita.
—Sí, ya sabes. ¿El monstruo come galletas? — me siento frente a Alice con mi desayuno ya preparado, mientras que ella me mira interrogante. —¿El de plaza sésamo?
—Cierto—entrecierra sus ojos, arruga sus labios y mueve su cabeza afirmativamente—. Cuando tenía como cinco años lo veía. Amaba a la mona loca esa de rosa que tenía como tres pelos en la cabeza y que siempre andaba toda risueña y también al gallo gigante verde. No sé porque veía eso. Ahora hasta me avergüenzo de mí misma el saber que lo veía y que me volvía loca cuando era hora de que lo pasaran en televisión. ¡Dios! ¿Será por eso que soy así de loca?
Suelto una gran carcajada. Vaya, hasta que admite que está un poco chifladita.
—Yo amaba al monstruo come galletas, como que me sentía identificada con él.
—Bueno, con que no te comas toda mi comida está bien—me apunta con su cuchara—. Nah, no es cierto. Ahora también vives aquí, por lo que también tienes derecho a atascarte de todo lo que se te antoje.
—Bueno, gracias. Ahora ya no me sentiré mal si te llego a dejar sin nada.
—Y ahora, cambiando de tema, dime, ¿de dónde eres? porque es muy obvio que no eres de por aquí, ya sabes, por tu acento. Sobre todo, porque desde que llegaste no has parado de querer explorar alrededor. Ni siquiera a mí me has dejado acompañarte, me has rechazado todas y cada una de las veces que te he ofrecido mis servicios—se lleva una mano al pecho, simulando que le duele. ¡Pero que mentirosa! Si solo me preguntaba una vez y ya no volvía a insistir. ¡Que dramática!
Sin tomar en cuenta eso, le contesto a su pregunta anterior.
—Pues nací y crecí en Jacksonville, que se encuentra al norte de Florida.
—Woow, ese es un lugar precioso, he visto fotografías de Jacksonville y sin duda me deja sin aliento. Ha dejado en mí el deseo de conocerlo en persona, no me conformo con solo fotografías, es un lugar para admirar y ser admirado. Creo que eso es lo que pediré como regalo de navidad, definitivamente.
—Oh vamos, Alice. ¿No crees que ya estás vieja para esas cosas?
—¿Qué? ¿Vieja yo? Estás loca, chica. Pero vamos, dejemos eso a un lado. Sígueme contando de tu pueblo natal—deja de comer su cereal y coloca sus manos debajo de su barbilla, como toda una niña pequeña que está a la espera de que le cuenten su historia preferida.