Sus varoniles labios me hacen olvidar por un momento el verdadero propósito de llegar aquí. Por lo que sin importarme nada, paso mis brazos por debajo de los suyos para terminar abrazando su ancha espalda y poder acercarlo más a mí, y así, perderme aún más en la inmensidad de esas profundidades tan placenteras, que sin ninguna resistencia de mi parte, me dejo arrastrar hacia ellas. Sus manos recorren mi cintura, suben por el lado de mis costillas hasta posarlas a cada lado de mi rostro. Dios, cómo puede ser que esto se sienta tan bien, cómo es posible que en un simple beso se demuestren tantos sentimientos. Pero antes de terminar de procesar mis cuestionamientos, el ritmo del candente asalto, disminuye poco a poco. Joey comienza a dejar pequeños besos en mis labios para intentar recuperar el aire perdido y pega su frente a la mía con demasiada ternura.
—Dios, preciosa, me vuelves loco—sonrío con ahínco. Este hombre se ha metido en mi alma, aunque trate de negarlo, su ternura me desarma por completo y su sinceridad no para de asombrarme. Me da un último beso, que para mí mala suerte no dura lo suficiente—. Vamos a dentro.
Toma mi mano y nos guía con decisión a su destino.
Pasamos el hermoso jardín que a pesar de que me asombró la primera vez que lo vi, lo sigue haciendo esta segunda y sé que lo hará en una tercera y una cuarta, y puede que hasta una décima también. Me sigue dejando con la boca abierta por su variedad de colores y olores. Un olor tan agradable que hasta me dan ganar de tirarme en el suelo, y rodar para ver si así puedo impregnarme de él. No puedo creer que alguien tenga tantas flores hermosas en un mismo espacio, y mantenerlas intactas.
—Me encanta tu jardín—digo sin poderme guardar más esas palabras.
—Lo sé, me di cuenta la primera vez que vinimos aquí— habla sin detenerse en su camino y sin voltear a verme ni una sola vez—, tus ojos brillan con adoración y se pierden en ellas, como si existiera una historia diferente en cada una y trataras de descifrarlas. Créeme, es impresionante— sé que está sonriendo, lo puedo sentir, su tono me lo confirma, y comienzo a conocerlo un poco más que sé no puedo errar.
Terminamos por cruzar el hermoso paisaje y subimos unas pequeñas escaleras que nos dirigen a la puerta principal, la cual abre con decisión y sin ningún esfuerzo, ya que al parecer ésta se encontraba sin llave. Al entrar me quedo aún más asombrada si es posible, jamás imaginé ver su casa de esta manera. Por dentro es aún más grande de lo que se puede apreciar cuando estás en su frente, un color hueso la hace resplandecer, y la combinación de colores es asombroso, muebles color caoba adornan su sala de estar, envolviendo la casa en un ambiente tranquilo y armonioso. Al entrar puede respirarse un aura de paz, lo que hace disfrutar aún más el estar en este lugar.
Siento un brinco brusco en mi pecho, y sé que mi corazón se acaba de emocionar al conocer el lugar donde este maravilloso hombre reside y pasa su día a día, y que, probablemente, ha sido testigo del desarrollo de un hombrecito en pañales.
Siento mi cara estirarse en una sonrisa discreta al imaginarme a Joey en una versión más joven y pequeña corriendo por toda la casa con dulce embadurnado por toda su cara.
—Ah, hay una sonrisa ahí—un hermoso espécimen de ojos tan luminosos, que me recuerdan a una inmensa creación de la naturaleza, entra en mi campo de visión—. Algo está pasando por esa cabecita—siento uno de sus dedos recorrer mi frente haciendo a un lado mi flequillo y dejándola descubierta por un momento—. ¿Quiere compartir sus pensamientos, señorita?
Sin poder evitarlo más tiempo, mis labios se separan, creando así lo que yo llamo una sonrisa-destroza-rostros.
Sacudo mi cabeza, no queriendo que se entere que en mi mente ha entrado él, pero en una versión en miniatura. Un lindo, sucio, y lindo Joey bebé.
—Me gusta tu casa—desvío mi mirada de la suya, recorriendo nuevamente todo alrededor, tratando de desviar la conversación.
—Sí, sí, te gustan muchas cosas de mí, eso ya lo dejamos claro.
Ahora sí, esa carcajada que estaba reteniendo, sale a la luz con fuerza.
Sus ojos adquieren un brillo distinto. ¿Curiosidad? ¿Asombro? No lo sé realmente, pero lo hacen ver tranquilo y más hermoso, si cabe la posibilidad.
—Pero qué egocéntrico.
—Ya lo sabes, nena.
Me giña uno de sus muy azulados ojos y poniendo una mano en mi espalda baja me adentra aún más en su casa, dirigiéndonos hacia su lindo sofá en forma de L.
—Ven, vamos a sentarnos—con esas palabras mi cuerpo se pone tenso pero reacciono rápidamente para que Joey no lo note—. No te preocupes, solo vamos a aclarar algunas cosas, así que no tienes por qué ponerte tensa. Tranquila.