—¡TODO ES TU CULPA! ¡TODO ES CULPA TUYA, ELIZABETH!
No, no, no, ¿cómo puede algo así ser culpa mía? No he hecho nada malo. No lo he hecho.
Las lágrimas no dejan de correr de mi rostro. Trato de detenerlas, pero no funciona, limpio mi rostro con mis manos, y me animo a detenerme, mi cerebro tan solo pasa por alto mis órdenes y hace lo que le pega la regalada gana.
Trato de encontrar mi voz para tratar de defenderme.
—No he hecho nada, Dou— susurro. Al principio pienso que no me ha escuchado, pero su arrebato me toma tan desprevenida, que al momento sé que sí lo hizo.
Toma mis brazos entre sus manos y me acerca a su pecho. Aprieta tan fuerte que no me cabe duda que tendré nuevos moretones.
No, no, no. Debí quedarme callada. No debí decir nada.
—¿Qué fue lo que dijiste? —inclina su oído, quiere que vuelva a repetir mis palabras. En un acto repentino de valentía, abro mi boca para hacerlo, pero mi garganta está tan cerrada por tanto llorar, que simplemente no sale nada de ella. Pero no le pasa desapercibida mi acción.
Su rostro se torna completamente rojo y sus manos tiemblan te impotencia, está tan tenso que siento como si fuera a romper mis brazos de la presión que aplica en ellos.
En un momento siento que me va a soltar, ya que siento uno de mis brazos libres. Pero cuando siento el ardor en mi mejilla y la sangre en mi boca sé que lo ha vuelto a hacer.
Me ha golpeado.
—¡TÚ ERES LA ÚNICA CAUSANTE DE QUE ME ALTERE! Eres. La Única. Causante.
Paso mi mano izquierda por mi barbilla, tratando de retirar el pequeño cosquilleo que me causa la sangre al caer.
¿Quién es el hombre que está parado frente a mí ahora? Definitivamente, este no es el chico del que me enamoré. No es el chico que me hacía reír con sus comentarios. No es el chico que me hacía sonrojar con sus muestras de amor y afecto. No es la persona que le entregué mi corazón, mi tiempo, mi amor. No es él. Simplemente no es él.
Es un completo extraño.
Por favor, tan solo quiero que vuelva ese chico romántico. Quiero que vuelva ese chico lindo, de aspecto delicado, amable, aquel chico de ojos cálidos.
Ahora en su lugar está este tipo de ojos fríos, de voz golpeada, de aspecto glamuroso, pero al mismo tiempo descuidado. Ahora está este ser extraño que siempre está a la defensiva. Ahora esta este tipo que siempre está dañándome, hiriéndome con sus palabras, con sus acciones y con sus manos.
Esta vez, lo que ha hecho explotar su temperamento, ha sido porque me ha encontrado hablando con Iván, un chico de mi clase de cálculo. El cual me había estado apoyando en una tarea que me era difícil de entender. Tan solo porque me ha dado un abrazo cuando nos habíamos despedido lo golpeó. Realmente lo hizo. No como aquella primera vez en el parque, esta vez fue peor. Si no hubiera sido por sus compañeros de juego, no sé qué hubiera pasado.
Todo fue a mal en peor.
Iván dijo que lo denunciaría y que hablaría con el director del instituto para que lo expulsaran. Esa fue el golpe catatónico. Al principio no actúo, se quedó evaluando todo a su alrededor, como si las palabras de Iván lo hubieran hecho entrar en la realidad y darse cuenta de la magnitud del problema que había causado.
Pero no fue así.
Cuando llegamos a su departamento fue cuando realmente explotó. Todo comenzó cuando azotó la puerta con una fuerza impresionante. Después comenzó a aventar tanta cosa se atravesaba en su campo de visión, gracias a Dios yo no era parte de eso.
O al menos aún no.
Y realmente, realmente espero que ese día nunca llegue.
—¿Por qué siempre te empeñas en hacerme enojar? —sus manos comienzan a golpear el aire, como si no supiera qué hacer con ellas—. Te digo que no hagas algo y lo haces. ¿Por qué, Elizabeth? ¿Por qué?
No, no, no, no.
No quiero que se enfoque en mí.
No quiero.
No.
—Yo... yo no lo sé... no lo sé.
Llevo mis manos a mis oídos y los tapo. No quiero escucharlo. Sé que va a doler.
Pero lo contrario a eso; me sorprendo cuando siento sus manos en mí. Por un momento salto de la impresión, pero al registrar su tierna caricia en mí, le permito acercarse y abrazarme. Y es entonces ahí, que me permito sacar todo el dolor en mí, dejándome llevar por su cálido abrazo, y dejando de lado su falta.