A veces, si lo pensabas bien, Eliot y Erick no tenían nada en contra uno del otro.
Vivían la misma historia, pero desde perspectivas diferentes.
La mamá de los dos no le dirigía la palabra a Eliot, y su papá siempre hacía llorar a Erick.
Pero, cuando se podía, los dos jugaban muy bien.
Llegó un punto en el que su madre y su padre dejaron de permitir que los dos niños se vieran o jugaran. Y eso enojó mucho a Eliot. ¿Qué tenía su mamá en contra de él?
-Es que los alfas son malos.- Trataba de explicarle el pequeño omega cuando los dos se iban a acostar, apenado de que, por más de que se prometieran jugar, eso nunca pasaba.
-Eso no es cierto.- Respondió molesto. Pero por si acaso, le preguntó también a su papá.
-Es cierto. –Decía él como si nada en otro de sus paseos, contrariándole.
-Pero… tú y yo no somos…- Decía contrariado.
Philip sonrió, creyendo que le daba a su hijo alfa el consejo de su vida. –Los omegas son unos caprichosos y unos exagerados, Eliot. Lo que tienes que hacer, es imponerte, ser “el malo”, porque si no, ellos no te van a hacer caso nunca.
Um, eso podría tener sentido, le dio por pensar.
Su mamá a veces tenía que ser abofeteada para obedecer lo que papá le decía.
A veces, el alfa se llevaba del pelo al omega para irse a dormir a la habitación.
Sí, eso a lo mejor era lo que tenía que hacer.
Pero… le daba pena tratar mal a su hermanito, o a su mamá.
A pesar de que su papá no tenía ningún problema para hacerlo.
Había días en los que su mamá ni siquiera salía de su habitación,
y Erick le decía que le dolía todo el cuerpo por los golpes.
Pero también había días en los que ambos estaban perfectamente bien,
y de todos modos, no le dirigían la palabra, principalmente su madre.
Las cosas no hicieron más que empeorar cuando su padre murió.
Había sido una noche nada estrellada, cuando, mientras Erick y él veían la televisión en la sala de estar, unos señores de uniforme azul llamaron a la puerta y su mamá fue a abrir.
No supo por qué, pero perdió el hilo de lo que sucedía en la televisión para ver lo que sucedía en la puerta, cosa que nunca hacía.
Dorian escuchaba atentamente las explicaciones de los oficiales de la policía, quienes lo veían como si esperasen que rompiera a llorar en cualquier momento y, ciertamente, bien podría ser así. Tenía unas ganas infinitas de llorar, pero de alegría.
Todo ese miedo, y esa impotencia… se habían ido por fin.
Unas manos se cernieron en su ropa mientras los oficiales seguían hablando, llamando su atención.
Eliot les veía sin entender. - ¿Mami? – Le llamó, notando que en cuanto su madre vio de quién se trataba ese gesto de atención se había perdido. - ¿Quiénes son ellos?
El omega mayor dio un suspiro, Erick también había dejado de ver la televisión para acercarse ahí donde estaban esos señores, su mamá y su gemelo. Puso una mano en la cabellera negra del menor de sus hijos, haciendo por sonreír. – Vayan a su cuarto.
-En verdad lo lamento… - Empezaron a decir los oficiales, después de haberle notificado del accidente en el que su esposo había perdido la vida.
-Eliot… - Erick le jaló al interior, sin percatarse que el otro niño había estado anonadado con el gesto de su madre, a la vez que las expresiones de esos señores que no conocía le asustaban. – Tenemos que obedecer…
Tragó saliva, asintiendo.
Sin saber por qué, la sensación que tenía no le gustaba en lo absoluto.
-No es cierto – Negó de forma frenética con la cabeza, levantándose de la cama en la que estaba sentado.
Volteó a ver a Erick, quien estaba sentado en el regazo de su madre, viendo sus manos cerradas en puños. – Eso no es…
-Eliot, estoy diciéndoles la verdad – Insistía el adulto, sin entender el dolor que le atravesaba al niño. – Los hombres que estaban aquí eran oficiales, y…
-Él tiene que volver – Erick levantó la vista, viendo entonces a su hermanito que rompía a llorar con mucha fuerza. – Eliot… - Balbuceó en contestación, extendió su mano para con él, pero el otro le esquivó, corriendo fuera de la habitación. - ¡Eliot! – Le llamó con más fuerza, siendo retenido por su mamá.
-Está bien – Le calmó. - ¿Tú cómo estás? – Tenía que reconocer, que para bien o para mal, ese imbécil había sido también el padre de los dos, y tenía que saber si le había afectado.
Erick tragó saliva, su hermanito se había ido de ahí, y nada más estaban ellos dos. - ¿Ya no va a pegarnos otra vez? – Preguntó en un susurro.
El mayor sonrió, acicalando sus cabellos y abrazándole. – No, ya no va a pegarnos… nunca más – Eso último lo susurró, tal vez más para sí mismo que para su hijo, para… asegurarse de que así sería, tal vez.
Eliot se pegó a la puerta de la casa, salió sin que se diesen cuenta y el frío de la noche le pegó de frente, estaba usando un pijama de autos, que vagamente le recordaba a lo mucho que a su padre le gustaba comprar ese tipo de juguetes y jugar con él en su pista de carreras.
Su auto no llegaba. Y ya se estaba haciendo tarde.
¿Realmente no llegaría esa noche? ¿Ni al día siguiente? ¿O el siguiente?
¿Entonces qué sería de él en esa casa? ¿Dónde había días en los que bien podría ser completamente ignorado por su madre y su hermano y a nadie le importaba?
El frío de la noche le caló en los huesos por primera vez en su vida, se abrazó a sí mismo,
y se dispuso a esperar.