Erick y Eliot

Capítulo 3

El día del cepelio todo era oscuro.
Tal vez era cierto eso que salía en las películas,
con la lluvia y los paraguas negros.
La ropa de todos oscura y la incertidumbre de lo que pasaría.

Pero que Eliot supiera, en esas películas no había niños que lloraran tanto como él lo hacía.

-¿Estás bien? – Levantó la vista, viendo a dos mujeres que vagamente había visto en algunas reuniones, con muchas arrugas en la cara y tal vez mucho maquillaje también. – Eres Eliot, ¿verdad, pequeño?

Lentamente y sin apartar la vista de ambas, asintió.
-Mamá… - Erick jaló la ropa de su madre, notando que esas señoras que antes no parecían muy amistosas con ellos estaban con su hermano.

-¿Qué pasa, amor? – Se volteó, viendo que el niño señalaba hacia el frente. Siguió la dirección, entendiendo.

-¿Papá era sobrino de ustedes? – Preguntó Eliot con emoción, los familiares de su padre… no recordaba haberlos visto antes, o bien, no lo suficiente como para saber quiénes eran.

Una de ellas asintió, mientras que la otra les sonreía, guiándolos hacia una sombra para ir cerrando sus paraguas. – Era un chico tan entusiasta… debes extrañarlo mucho, ¿verdad?

Agachó la cabeza, haciendo que sí con el gesto. Ellas parecían querer decirle algo, tal vez consolarlo, cuando el sonido de alguien conocido aclarándose la garganta les interrumpió.

Su mamá…

-Dorian – Las mujeres le veían como si oliera muy mal o algo por el estilo. Eliot no sabía mucho de aromas, pero en su raza era algo primordial según su padre, y… si ponía mucha atención, notaba que el mismo olor de este estaba en ellas.

Eran alfas… y su mamá era un omega.

-Veo que están pasándola bien – Le tomó de la mano sin la delicadeza con la que tomaba la de Erick, haciendo que pasara a estar a su lado.

-¿Cómo podríamos pasarla bien? Si Philip está muerto – Escupió una de ellas.

-Al menos tenemos derecho de ver a su descendencia – Añadió la otra.

-¿Quieren ver a su descendencia? – No iba a dejarse doblegar por esa asquerosa familia, no una vez más. Sonrió con burla. – Bueno, tiene dos de esos, ¿por qué no ven a los dos y luego se largan?

Recordaba las súplicas que había dado el día de su boda, y las miradas despectivas que le hacían. Veía al pequeño detrás de él y, aunque ya se esperaba que terminara exactamente igual que todos los asquerosos alfas que había conocido… no iba a darles el gusto a las dos arpías de ser quienes lo hicieran así.

-No quieras vernos la cara, tú… piruja de pacotilla – Siseó una de ellas, procurando que el menor no las escuchara. – Sabemos que el otro niño es un omega como tú.

-No servirás para mantenerlos – Negó la otra con una sonrisa. – Vas a terminar rogando por lo que Philip dejó o por nuestras migajas tarde que temprano. Si no es por él. – Dirigieron su mirada en el otro niñito pelinegro, el cual jugaba en otra sombra alejado de ellas. – Será por el otro.

Dorian frunció el ceño. Eliot los veía sin entender, cuando él le empezó a jalar. – Vámonos.

-Pero… - Apenas habían cremado a su papi, no había tenido tiempo de despedirse bien…

-Dije que nos vamos – Insistió su mamá, jalándolo más. El niño sentía más ganas de llorar, volteaba  a ver a las señoras, quienes parecían también molestas por las reacciones de su madre, pero no podían hacer más nada.

Las cosas en casa no podían ir peor.
Erick veía llorar a su mamá y a su hermano todo el tiempo,
pero no sabía ni cómo ni a quién debía consolar más.
Había personas que iban continuamente a casa,
las señoras que había visto en el entierro iban para allá,
pero su mamá no les dejaba entrar a la casa.

Eliot no podía estar peor.
Los días se hacían más lentos, más dolorosos.
Su papá no volvía, no había teléfono para llamarle.
Su mamá le sacó de la “escuela privada” a la que
su papá le había metido hacía tiempo.
Y pasaba también las mañanas fuera de casa.

-Pero no quiero ir a la escuela que tú dices – Decía con un puchero. Su madre de un tiempo para acá se veía más y más ocupada de lo que recordaba. Le veía de un lado para otro, buscando papeles entre libros y carpetas que su papá tenía guardados en un lugar de la habitación.

La almohada de él ya no estaba. – Ya… ya tengo a mis amigos ahí y…

-No hay dinero, Eliot. No todos podemos tener lo que queremos siempre – Decía sin prestarle mucha atención, sumido en sus papeles.

-¡Pero antes si se podía! – Renegó. - ¡Antes si se podía, yo me acuerdo! Y si estuviera papá… - Dejó de hablar, al notar que el mayor había dejado lo que hacía para verle molesto.

-Antes se podía – Recalcó.- Me encantaría que aún se pudiera, Eliot, seguro que sí – Sonrió con amargura- Pero tu papá no está para pagarlo, y tus chismes o lloriqueos no lo traerán de vuelta. Ahora, estoy muy ocupado para lidiar con eso y…

-Con Erick no estás ocupado – Susurró, molesto por ello. Desde que su papá no estaba el mayor le compraba más cosas al mencionado, cada vez que podía le traía cosas o revoloteaba a su alrededor, y prueba de ello era el hecho de que estaba en la sala, jugando con sus nuevos muñecos a alguna cosa de hospitales. Salió de la habitación después de eso, con el ceño fruncido y un puchero infantil.

-¿Y tienes algún problema con eso? – Alcanzó a escuchar que le decían, y tal vez por eso sentía más ganas de llorar.

Erick jugaba con una gran sonrisa en sus labios. Antes, cuando su padre todavía vivía y regresaba del trabajo, qué esperanzas había de que pudiese jugar en la sala de la casa, y con juguetes nuevos. Manipulaba libremente sus muñecos nuevos, junto con los de trapo que su mami le había dado, justo cuando vio a su hermano menor pasar. - ¡Eliot! – Le llamó.

-Ahora no. – Negó el otro cabizbajo, yendo hacia el cuarto.




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