CAPÍTULO 10
EL ENCUENTRO
Mathias:
La que se presentó en mi habitación fue una mujer rápida y agreste. De mediana edad, rostro austero, moño apretado y todavía conservando buena figura. Vestida en impecable blanco y con la tradicional cofia en la cabeza. Se movía por la habitación con destreza felina, abriendo ventanas y apagando el aire acondicionado que tanto amo y mantiene fría mi habitación.
—Necesita tomar un poco de sol. Si todavía no desea salir, al menos deje que los rayos entren un poco por la ventana —dictaminó sin más.
La mujer llegó como apagando fuego. Apenas me dirigió un breve saludo. Creo que me dijo que se alegraba de que hubiera despertado y en medio del saludo y casi sin darme cuenta, me espetó una inyección. ¡Que fiera!
No bien me había repuesto, me hizo abrir la boca para colocarme un termómetro bajo la lengua. Luego, sin previo aviso, metió el estetoscopio bajo mi camisa para verificar mis pulmones. No le importó que el aparato estuviera frio ni me advirtió sobre ello. No bien hubo terminado de revisarme, procedió a cotejar las notas del médico y me hizo tomar una horrible medicina ¡Que bárbara!
Cuando hubo terminado su trabajo -realizado cual tornado- se dignó al fin a mirarme a la cara para hablarme.
—Me llamo Julia y soy tu enfermera asignada. Vendré a visitarte en días alternos y luego solo una vez por semana. Así será hasta que ya no me necesites y dejaré de venir. No quiero quejas ni remilgos. Ya está usted grandecito para eso. Si no desea que vuelva, hágamelo saber con su madre y no me molestaré en regresar.
Quedé petrificado. Apenas logré mascullar unas palabras y ya estaba recogiendo sus cosas para irse. Me dejó las instrucciones por escrito:
*Dieta saludable que incluya frutas y vegetales
* No cigarros ni alcohol.
*Salir a tomar sol
*Caminatas cortas (añadir paulatinamente quince minutos cada vez hasta llegar a dos horas).
*Dormir de siete a ocho horas cada noche
*Abstenerse de actividades vigorosas
— ¿Comprende a que se refiere esa última o debo explicárselo? — me preguntó sin empacho.
—Supongo que quiere decir…pues…eh…que no…usted sabe…que no…—tartamudeé.
— ¡Exacto!... ¡No sexo! —exclamó enfática, abriendo tan grandes los ojos que creí iban a devorarme.
Acto seguido se despidió y salió por la puerta con el mismo ímpetu que había entrado. Quedé boquiabierto todavía con el papel de instrucciones en la mano.
Mamá entró poco después que Julia se había ido.
— ¿Qué te pareció? ¿No es fantástica? —inquirió con una amplia sonrisa y notando con asombro como Julia había abierto todas las ventanas.
—Fantástica no es precisamente la palabra que estaba pensando…—respondí.
— ¡Ay, ya está bueno! No rezongues que Julia es la mejor enfermera que hemos podido conseguirte.
—Si tú lo dices…
—Así es, hijo. Y prepárate que pronto llegará Izzy —me informa y me parece que la tortura con las enfermeras no terminará nunca.
— ¿Y esa tal Izzy cuando viene? —.
—Debe estar por llegar. Pórtate bonito con ella, Mathias. Esa fue la que te acompañó todo aquel horrible tiempo. Además, será la que te ayude a cumplir con todas esas indicaciones —me dice refiriéndose al papel que todavía sujeto en mis manos y mientras me planta un beso en la frente. Sale luego de la habitación dejándome pensativo.
Una extraña fue quien me acompaño todo aquel tiempo. Sin embargo, Becca que no aparece…—pensé en voz alta, convenciéndome cada vez más de esa deprimente realidad.
Izzy:
Estoy que muero de nervios.
Hoy debo presentarme a la casa de Mathias por primera vez. Hannah me ha hecho las advertencias de rigor. “Concéntrate en hacer un buen trabajo y todo estará bien. No te dejes embaucar.” Igual me causa ansiedad pensar en cómo será este encuentro. Trataré de mostrarme formal y sin asomo de confianzas ni familiaridad. No olvido que Mathias es solo mi paciente, no mi amigo. Además, ya no debo hablarle como lo hacía antes.
Estoy clara que el que veré hoy será otro hombre. Ya no aquel a quien le sujetaba la mano mientras le leía capítulos de un libro, no es el amigo silente al que le contaba sobre mi día, lo que estaba pasando en mis series favoritas de televisión, las plantas nuevas que florecían en el jardín ni al que le prometí no abandonar nunca. Aquel hombre ya no existe. Ahora voy a enfrentarme a una nueva persona. Siento un cosquilleo en el centro del estómago que no puedo controlar.
¿Será iluso de mi parte pretender que me recuerde? Es irrisorio pensarlo. ¡Por supuesto que no me recordará! No sé qué estoy pensando. Deben ser los nervios.
Al fin llegué a su casa. ¿O debo decir mansión?
Siempre supe que era de familia adinerada, solo así se puede alguien dar el lujo de tener no una, sino dos enfermeras. Pero me maravilla igual. La casa está ubicada en uno de los mejores vecindarios de la ciudad. Es de dos pisos y desde lejos se puede apreciar una piscina. Hay un control de acceso y se exige registrar la llegada de visitantes en el portón de seguridad. Su madre ha tenido la cortesía de incluirme en la lista de personas a las que permite el paso y llego hasta la puerta sin mayores contratiempos. Todo iría bien hasta ahora si no fuera por el constante golpeteo acelerado en mi pecho.
Su madre, la señora Giannopoulos, me recibe efusivamente y se muestra genuinamente contenta de verme. He tenido la precaución de lucir impecable, pulcra pero sin demasiado maquillaje o arreglo personal para cumplir siempre con su expectativa.
Me dirige hasta la puerta de la habitación de Mathias y me deja allí excusándose para ir a atender algo en la cocina.
Estoy parada frente a la puerta. Doy unos leves toques y pongo la mano en la manija. Desde adentro escucho su voz por primera vez.