Es Mí Novio, Pero No Lo Sabe

Capítulo Veinticinco

𝕎𝕚𝕝𝕝𝕚𝕒𝕞𝕤

Las terapias que Elizabeth programó en la piscina son una bendición y a la vez un tormento. Una bendición, ya que con eso mi movilidad ha mejorado un 80% y un tormento, pues verla en ese vestido de baño me hace pensar cosas que no debería.

Ella es tan inocente, tan ingenua y no ha conocido la maldad de las personas, por eso es que se aprovechan de ella.

Eso hay que cambiarlo y yo la ayudaré, convertirse en una mujer fuerte, decidida y que nadie esté por encima de ella por más poder que tengan.

Sé que Ours la sigue atormentando, ella lo bloqueó, pero él de una u otra manera se las ha ingeniado para escribirle desde otro número o cuenta.

Cada día, Elizabeth y yo tejíamos una red de mentiras para mantener la farsa ante mis padres. El compromiso ficticio nos unía, pero también nos separaba. Y yo, atrapado entre el deber y el deseo, me debatía en una lucha interna.

Sandra, mi difunta esposa, seguía siendo una sombra en mi corazón. No quería serle infiel a su memoria, pero Elizabeth se insinuaba en mis pensamientos. Su sonrisa, su mirada, su forma de moverse… todo me atormentaba. ¿Cómo sentirme atraído por alguien mientras aún lloraba a mi esposa?

La convivencia con Elizabeth era un torbellino de emociones. Salíamos a citas, fingiendo que éramos una pareja feliz. Las risas, los gestos cariñosos, todo era parte del engaño. Pero, poco a poco, lo inevitable sucedía: me enamoraba de ella. Sus atenciones, su delicadeza, su belleza me envolvían como un hechizo.

Las noches eran las más difíciles. Compartíamos la misma habitación, como si fuéramos amantes reales. Yo me daba la vuelta en la cama, luchando contra mis sentimientos. Elizabeth dormía a mi lado, ajena a mi tormento. ¿Cómo desearla así, cuando mi corazón aún pertenecía a Sandra?

Pero Elizabeth no era solo una ilusión. Era real, palpable. Sus ojos me buscaban, su risa llenaba los pasillos de la mansión. Y yo, atrapado entre dos mundos, me preguntaba si algún día podría amarla sin culpa. Dejar atrás el pasado y entregarme a este nuevo sentimiento.

Así, en la oscuridad de la noche, me debatía entre el deber y el deseo. Elizabeth dormía a mi lado, y yo me preguntaba si ella también sentía lo mismo. Sí, bajo la farsa, había un atisbo de amor verdadero.

Hoy en la entrevista fingiendo ser una pareja real me imaginaba que tal que no fuera una farsa y al momento de darnos un beso para la cámara aproveche de besar sus tentadores labios sintiendo que algo irremediablemente nacía en mi corazón por ella.

Las respuestas que le di a Ángela fue algo que nació de mi corazón al recordar el día que la conocí a su llegada a la mansión. Como al asomar su cabeza tras la puerta, iluminó toda la habitación con su sola presencia. Su sonrisa y timidez me llamaron la atención y con el paso de los días su carácter y compromiso me fueron cautivando.

Es aún muy ingenua, cree fervientemente en las personas y piensa que así como es ella de buena gente, así son los demás.

Terminó la entrevista y la invité a una cena en un crucero por el río San Lorenzo para que se relaje después de sentirla tan estresada, aunque se desenvolvió muy bien como si lo que estuviera contestando a la entrevistadora fuera realidad.

Llegamos al viejo puerto de Montreal y ella veía todo maravillada su belleza y esplendor. El crucero estaba dando sus últimos recorridos antes de que el río se congelara ante la llegada del frío invierno.

—¿Te gusta? —pregunté aun sabiendo la respuesta, sus emociones me lo decían todo.

—Siii, gracias Bill. Es muy lindo y elegante. Nunca había venido —Tomé su mano para subir a bordo.

—Me alegra que te guste —A lo lejos vi un paparazzi por lo que besé su mano dándole un ángulo perfecto para su noticia.

Nos sentamos en la mesa qué nos indicó el acomodador, la cual había reservado con anticipación. El crucero partió a la hora asignada y media hora después estábamos degustando una deliciosa cena, un caussoluet comida típica del sur de Francia.

Luego subimos a la cubierta superior del barco para divisar el paso del crucero por la gran noria de Montreal, el puente Jacques-Cartier y el viejo Montreal.

Nos tomamos una botella de vino, y al terminar el recorrido por el crucero Elizabeth me pidió ir a la grande roue de Montreal, pues la vio cuando pasamos en el crucero y se antojó de ir. Parece una niña cuando la llevan por primera vez a un parque de atracciones.

La fila la hicimos como cualquier ser humano, algo a lo que yo jamás estoy acostumbrado. Elizabeth compró algodón de azúcar y subió feliz a la noria tomándome de la mano.

Cuando empezó a girar y al llegar a la parte más alta, Elizabeth gritaba asustada al ver que el piso de la cabina es transparente y se veía que estábamos demasiado alto.

—Ay Bill, tengo miedo. Esto está demasiado alto —Se aferró a mí, subiendo los pies a la silla, evitando tocar el vidrio del piso.

—Ja, ja, ja eres una miedosa, que conste que fuiste tú la que quisiste subir a la noria —Le decía mientras la abrazaba a mi pecho y aspiraba el delicioso aroma que desprende sus cabellos.

Cuando salimos de la noria, Elizabeth corrió por el parque hasta un puesto de comidas y pidió dos cervezas. La cual se bebió rápidamente.

—Wow para Linda, te vas a ahogar —me preocupé ante la forma que la bebía.

—Es que tengo mucha sed —siguió tomando hasta el fondo —los nervios me dan ganas de tomar cerveza.

—Eso veo. Vamos, ya mi chófer llegó por nosotros —Tomé su mano, acción que ya se me estaba haciendo costumbre.

De un momento a otro, Elizabeth empezó a correr aún tomada de mi mano en dirección contraria a donde estaba el auto y yo trataba de seguirle el paso con mi bastón.

—Para Elizabeth, ¿a dónde vamos? —Le pregunté aun corriendo.

—No me quiero ir aún a la mansión, allá estaré otra vez encerrada y ¡acá soy libre! —frenó en seco haciendo que tropezara con ella, y para que no se cayera la agarré firmemente en mis brazos, nos quedamos mirando fijamente y en un impulso decidí besarla.



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En el texto hay: romance drama comedia

Editado: 22.11.2025

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