𝔼𝕝𝕚𝕫𝕒𝕓𝕖𝕥𝕙
La pasé genial con Bill en el crucero por el río San Lorenzo, y aunque me dio mucho vértigo la altura de la noria, también la disfruté. Salí tan nerviosa que me bebí una cerveza sin parar. Aunado a eso ya tenía unas copas de vino encima.
La sorpresa fue el beso que me dio Williams, un beso sin ser fingido, sin presión, ni obligación.
Me dejé llevar por sus labios cálidos, danzando con los míos. Miles de sensaciones se apoderaron de mí. El licor en mi cuerpo amplificaba todo, llevándome a un estado de euforia. Mis brazos rodeaban su cuello, aferrándome a él como si fuera lo único real en medio de esta historia que comenzó como una farsa.
Cuando cortó el beso, me miró a los ojos y, sin apartar la mirada, acarició mi rostro.
—Eres hermosa, Elizabeth Vélez. Me tienes al borde de la locura. Me gustas mucho —¿Será cierto? Ya no sé ni qué creer.
—Tú también me gustas mucho —Esta vez fui yo quien lo besó.
En un arranque de emoción, tomó mi mano y, aunque aún caminaba con dificultad, trató de llegar rápidamente al auto.
Ya en su interior seguimos besándonos. Sus gestos eran tan sinceros que no me importó que el chófer nos viera. Solo existíamos Bill y yo.
Llegamos a la mansión. Me ayudó a bajar del auto sin soltar mi mano. Dejamos los abrigos en el vestíbulo y, en vez de ir cada uno a su habitación, me guió hasta su despacho.
Se sentó en el sofá frente a la chimenea y me invitó a sentarme junto a él. El fuego crepitaba suavemente, envolviéndonos en una atmósfera íntima.
—Linda, te deseo. Dime que tú también lo quieres —me dijo con voz temblorosa, mientras tomaba mis manos.
—Sí, también te deseo —respondí, sintiendo cómo la emoción nos envolvía.
Nos abrazamos con fuerza, como si el mundo se redujera a ese instante. Sus caricias eran delicadas, llenas de ternura. No había prisa, solo el deseo de compartir lo que sentíamos. Me miraba como si quisiera memorizar cada detalle de mi rostro, y yo me perdía en la profundidad de sus ojos.
Y así fue como hicimos el amor, sin prisas, conociendonos, explorando cada rincón de nuestro cuerpo y sintiendo este enlace en una danza erótica de dos cuerpos qué ya jamás podrán estar separados.
Al terminar de amarnos, nos quedamos así, abrazados frente al fuego, compartiendo silencios que decían más que mil palabras. No necesitábamos más. En ese momento, entendí que me había enamorado de él, y que ese sentimiento era más fuerte que cualquier duda.
Subimos a la habitación para darnos un baño. En la ducha, entre risas y caricias, volvimos a entregarnos, dejando que el agua tibia sellara lo que nuestras palabras aún no podían definir.
Me entregué a este hombre consciente de que aún amaba a su difunta esposa. Es complicado luchar contra un recuerdo, contra alguien que ya no está, pero me arriesgaré a ganar su amor y ser la única mujer en su vida.
Los días pasaron y ya no teníamos que actuar delante de los padres de Bill. Éramos una pareja real. Los gestos de cariño no faltaban en el comedor, en la piscina durante las terapias, y en la habitación, donde cada noche hacíamos el amor.
No hablábamos de lo que había entre los dos. Me decía cosas lindas, sí, pero nunca definíamos lo que éramos.
Días después, sus padres nos reunieron en su despacho, ya que debían viajar a Ottawa para continuar con sus labores.
—Williams, señorita Vélez, los hemos reunido porque debemos regresar a nuestra ciudad —dijo el papá de Bill —hemos visto que son una pareja real, y en parte me alegra que hayas decidido retomar tu vida y olvidar la absurda promesa que le hiciste a Sandra —Sentí que Bill, a mi lado, se ponía rígido.
—Aunque no es la esposa que deseamos para ti, es la que elegiste —intervino su mamá —y eso lo vamos a respetar.
—Por eso necesito que en un mes te cases. He decidido dejarte el cargo de director general a cambio de que estés casado.