𝕊𝕠𝕝𝕚𝕞𝕒𝕣
Salí del apartamento con el corazón latiendo desbocado.
Mi mente volaba a todos los escenarios posibles que podían pasar al estar frente a Michell. Sé que es un mafioso, aunque su centro de operaciones es Europa, no deja de ser una persona que está fuera de la ley, y eso es lo que más me atrae de él, mi malote
Las palabras de mis amigas resonaban en mi mente mientras descendía las escaleras para no ser detectada por los hombres de Michell: “Williams y Ours no tenían por qué ser tan imbéciles con Elizabeth, ella es inocente”.
La investigación que hicimos había sido exhaustiva, y aunque no teníamos pruebas contundentes, las pistas apuntaban en otra dirección, Ours no era el culpable como el agüevado del Sahún había detectado. Todo un detective de pacotilla resultó ser.
Las luces de los postes iluminaba la calle haciendo centellear la lluvia que caía tenuemente, me apresuré hacia la entrada del edificio abriendo mi paraguas al salir. Allí estaban los dos guardias que Michell había asignado para vigilarme. Eran imponentes, con trajes oscuros y auriculares en sus oídos. Me acerqué a la camioneta lujosa estacionada junto a la acera y toqué el vidrio tintado.
—¿Dónde está Michell? — exigí, mi voz salió firme a pesar de los nervios. —¡Necesito verlo ahora mismo!
El conductor, un hombre corpulento con una expresión imperturbable, bajó la ventanilla.
—Señorita, ¿de qué Michell habla? —decía, tratando de hacerse el que no sabía de qué le hablaba.
—No se haga el idiota, yo sé que ustedes son los lavaperros de Michell —Vi que su acompañante escribía algo en su tableta y los guardias de la entrada hablaban por sus auriculares.
—No podemos revelar la ubicación del señor Michell —Respondió después de leer un mensaje.
Apreté los puños.
—¡Sé que me está vigilando desde hace mucho tiempo! Les exijo que me lleven donde él está, yo sé que ya llegó de su viaje a Italia —Los dos ocupantes del auto miraron asombrados a los guardias que se encontraban en la entrada al edificio.
Uno de los guardias, un hombre alto y elegante, intervino.
—Señorita, nuestro trabajo es garantizar la seguridad del señor Michell. No podemos permitir que se acerque a él sin autorización —Muy calmadamente me explicó.
Respiré hondo.
—Entonces lo autorizo para que llame a Michell y le diga que yo estoy exigiendo ir a verlo. Dile que necesito pagar una deuda que tengo con él —hablé fuerte y con autoridad.
Los guardias intercambiaron una mirada antes de asentir, se alejaron de mí, me imagino a llamar a Michell lo que a mí me pareció una eternidad.
Espero que Michell autorice ir a su encuentro, me ayude a desenredar este misterio y que Elizabeth sea liberada de las acusaciones injustas.
De un momento a otro la valentía que tenía hace un momento me abandonó ¿Y qué pasaría cuando finalmente me encontrara cara a cara con Michell?
Solo el tiempo lo diría. Y estaba dispuesta a enfrentarlo, sin importar las consecuencias.
Estaba mirando a los guardias que hace ya un buen rato, cortaron la llamada que me imagino habían hecho a Michell. Que no me percate en el momento que una lujosa limusina se acercaba lentamente. Las luces de las farolas destellaron e iluminaron la oscuridad de la noche, y los guardias incluidos los del auto, se dirigieron rápidamente a rodear la limusina, de la cual se bajó un imponente Michell rodeado de su aura de peligro.
En dos zancadas estaba a mi lado, me tomó de la cintura haciendo volar mi paraguas lejos y en un rápido movimiento me echo al hombro, no sin antes darme una sonora palmada en las nalgas.
—¡Ay mis cachetes! —Grité ante el asombro de lo que hizo.
—Cállate revoltosa, eso es poco para el castigo que te daré. Con que ya sabias que te estaba vigilando y exiges imponente verme. Acá estoy, ya de mí no te vas a escapar —Me decía mientras entraba conmigo a la limusina.
—¡Ay me encanta! —Al entrar a la limusina rápidamente me subí a horcajadas en sus piernas y empecé a besarlo.
Respondió diligentemente mi beso. Dios, este hombre besa súper delicioso, me quité el abrigo y con sus manos me destrozó la camisa volando sus botones lejos.
Me quedé mirando asombrada lo que acaba de hacer, me encanta así de salvaje.
—Después te compro muchas más —Le sonreí —y pantalones también.
Terminó de decir esto y rompió mis leggings. Este hombre sí que tiene estilo para romper prendas.
Sus dedos, firmes y decididos, exploraron mi piel hasta encontrar el centro de mi deseo. Cuando me poseyó con un movimiento profundo y certero, un gemido escapó de mis labios, mezcla de sorpresa y placer.
Me sostuvo por las caderas, y con un solo impulso, me hizo suya, llenando cada rincón de mi ser con una pasión que me estremeció hasta lo más hondo.
—¡Oye, ponte un preservativo! —Sentí nuevamente una palmada.
—¡No hables, estás castigada! ¿O es que tienes alguna ETS? —Me miró con rabia.
—Yo no y lo sabes, ya que husmeaste mis exámenes, pero de pronto tú sí —No lo saca y sigue llevando el ritmo con sus manos en mis caderas.
—Yo estoy limpio, ahora te muestro mis exámenes y ya haz silencio que no te estoy haciendo un interrogatorio —Me movía con más rabia, enterrando sus dedos en mi cadera de una manera dolorosa y excitante.
—¡Ahh qué rico! Sí, sí, sí. Entonces te vienes afuera, yo no planifico con nada —Me besó con furia para callarme.
Me giró con firmeza sobre la silla y un estremecimiento me recorrió entera mientras su boca tejía un hechizo de placer que me desarmaba.
Poco después, su cuerpo volvió a fundirse con el mío, profundo, decidido. El eco de unas palmadas firmes sobre mi piel encendía aún más la escena, y su dedo, audaz, se aventuró a descubrir el único territorio que aún no había sido conquistado.
La limusina, envuelta en sombras y deseo, fue testigo silente del encuentro más intenso de mis veinticinco años. Él es un veneno dulce y adictivo, una dosis que no basta una sola vez. Lo necesito. Una y otra vez.