Esa Chica Normal. [novela Cristiana]

Capítulo 1.

Lamentaciones 3:22-23
La misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión;
ellas se renuevan cada mañana
¡qué grande es tu fidelidad!

 

1 de noviembre de 2014.

Quería empezar algo nuevo en mi vida, no quería seguir viviendo en ese infierno que suele ser llamado así, la vida no te enseña a ser fuerte, te obliga a serlo.

A veces, solo a veces, necesitas de alguien, alguien con quien conversar, hablar de todo y a la vez de nada, alguien que te haga sentir bien.

Que te entienda y no te juzgue. Que sepa cómo ayudarte, no solo para hablar sino para hacer cosas juntos, para explorar y conocer cosas nuevas.

Aunque, no siempre las cosas se te dan como quieres, y eso lo aprendes de una manera fuerte.

En mi caso lo aprendí así: tuve que ver cómo mi padre me rechazaba.

Sufrir la pena de no ser querida por ese ser tan especial... Que de una manera u otra es importante para nosotros. Una parte de mí me clamaba desesperadamente que olvidara eso, pero otra quería una explicación de los hechos. Porque nadie te va a tratar así sin una razón específica.

Solo esperaba que todo pudiera ser diferente de una vez y para siempre.

—Cuando era pequeña, viví algo muy extraño (y, según los psicólogos, traumatizante para mí) con mi padre biológico. A la edad de 11 a 12 años se me inflamó una muela por una infección y duré más o menos 3 meses enferma, estuve tan grave que me tuvieron que internar por una semana, tenía la quijada dura, pensé que no iba a poder comer más, ya que solo podía beber cosas líquidas y la comida la comía machacada.

Mi padrastro un día salió a trabajar y se encontró en la calle a mi padre biológico, el cual vivía en Cabo blanco, esto quedaba cerca de la ciudad Rodríguez, donde yo vivía.

Mi padrastro le contó a mi padre todo lo que yo había vivido y además le dijo:

—¿Crees que puedas darle dinero para poder comprarle pastillas para la inflamación? Ya que, en realidad están muy caras.

—Bueno, lo siento mucho. A ella que se las arregle como pueda, ahora mismo no tengo dinero.

Mi padrastro ese día llegó a la casa y me contó lo que él le dijo, yo me sentí muy triste porque él no se interesó en mi salud. En el tiempo que estuve enferma nunca me llamó para saber cómo estaba, nunca mostró interés.

Durante 3 años estuvo ese sentimiento de odio hacia él en mi corazón. Un sentimiento que, pensándolo bien, no me hacía bien.

A la única que le tuve la confianza de contarle lo que me pasó y cómo me sentía al respecto en esos años fue a mi psicóloga infantil, tuve que decirle ya que 14 días después de que me enteré de las palabras de mi padre, me dio un ataque de pánico en su oficina al llevarle unos papeles que una maestra le había mandado conmigo.

—Nadie debería pasar por eso sola, ¿has pensado contarle a tu madre cómo te ha hecho sentir esto? —aún recuerdo nuestra conversación, esa psicóloga me ayudó mucho ese día y nunca pude agradecerle lo suficiente por ello.

—Ocasionaría muchos problemas y no quiero eso —le decía mientras me tomaba un vaso de agua—. Es que, aunque me sienta así, no quiero que eso afecte a mis seres queridos.

—Te entiendo —asintió—, sé que aunque no eres cristiana tu familia es creyente, así que, por lo tanto, tú también lo eres —confirmé con la mirada—. Así que te diré una frase que por años me ha ayudado, y sé que a ti, pequeña, te ayudará: La prueba a la que eres expuesto habla de tu nivel de resistencia y tu nivel de resistencia habla del material del cual estás hecha en Dios —decía mientras revisaba un cuaderno— Dios nunca te dará algo de lo cual no te haya dado esa gran capacidad de soportar y tú lo sabes bien —me señaló.

—Gracias —fue lo único que me salió decir.

—No tienes por qué —respondió—. Ahora te daré algunos tips para que cuando te den ataques de pánico sepas controlarlos —se levantó de su silla y buscó unos documentos.

Ese día ella lo cambió todo y no se dio cuenta, me hizo entender que eso tenía un propósito y que tal vez con el tiempo lo entendería, y, efectivamente, teniendo 16, casi 17, entendía un poco más las cosas.

Y sé que Dios me las haría entender mejor con el paso de los años, solo tenía que esperar en Él. Ya que, como dice un salmos que siempre me ha gustado: Cuando esperas en él, Dios se inclina y te escucha.

 




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