Esa Chica Normal. [novela Cristiana]

Capítulo 7.

Salmos 94:19
Cuando estoy cargado de preocupaciones, tus consuelos me llenan de alegría.

 

5 de noviembre de 2016.

 

No sé cómo el tiempo pasa tan rápido que a veces no nos damos cuenta. Ya tenía un año siendo cristiana y wow, qué desafío en todos los sentidos.

Sentía que el tener una comunicación con Dios me había ayudado a seguir de pie, además de tener buenos amigos en la iglesia, eso era una parte fundamental.

A Josefina y a Ramón les agradecía muchísimo, sin ellos no sé qué habría sido de mí en la iglesia.

Con Ramón era un cuento bastante lindo, sentía que ya conocía todo o gran parte de lo que él era y representaba en todos los sentidos y eso era lindo, era lindo tener una amistad tan incondicional con alguien, hasta me podía atrever a llamarle mi mejor amigo, porque en eso se había convertido.

El conocer todo lo que él había pasado hizo que me diera cuenta de lo fuerte que es, de cómo él creció de las grietas y se convirtió en su mejor versión.

Pensé en ese momento que quizás debería tomar ejemplo de él y seguir hacia delante, no dejar que las cosas que me pasaron definieron mi presente, sí, tal vez debía hacerlo.

Y lo haría, pero no ese día. No después de sentirme como me sentí al verlo, después de tanto tiempo.

Para entrar en contexto, estaba en el parque central de la ciudad, se estaba celebrando el día de la poesía y siempre me había gustado ir a escuchar a los participantes, ya que cada año hacían un concurso con los estudiantes de las escuelas de esa ciudad.

Al terminar el concurso, busqué la heladería más cercana para comprar un jarro de helado pequeño que prometí llevar o darle a mi hermana pequeña.

Al estar a unos metros de la heladería, noté cómo alguien abría la puerta para salir de la misma, era un hombre alto, tono de piel india, un poco fornido, este hombre no podía ser él y si lo fuera, ¿qué rayos buscaba él allí en la ciudad? Me quedé parada por unos minutos analizando la situación y es que no le encontré lógica.

¿Estará aquí por trabajo?

"Ana, no te tortures".

Al verlo montarse en el que parecía ser su auto, confirmé que no eran inventos míos, era mi padre.

Mi padre estuvo en la ciudad y no se dignó en preguntar por mí o en buscarme.

"No deberías sentirte así por alguien que no se preocupa por ti".
Lo sé. Pero...
Dios, es que no lograba entender.

—Ana. ¿Por qué te ves tan pálida? —la pregunta me sacó de cavilaciones.

¿Qué hace Ramón por esta zona?.
"Su trabajo".
Verdad.

—Hola —intenté reponerme del susto—. No pasa nada, Ramón —respondí mintiendo, realmente no quería hablar de ello en aquel momento.

—No mientas, Ana. Cuando te vi ahí parada parecía que hubieras visto a un fantasma —intenté decir algo, pero nada me salía. Sí, fue como si hubiera visto a un fantasma—. No me digas... —él comenzó a sospechar quién era—. ¿Viste a tu padre por aquí? — preguntó en un hilo de voz.

—S-sí.

—¿Cómo te sientes ahora? —se desmontó de su motocicleta.

—Para ser honesta, no lo sé —respondí aún asimilando todo—. Es que...

No me dejó terminar, en ese momento me jaló hacia su dirección y me abrazó, ese abrazo se sintió diferente tal vez a los otros que él me había dado. Porque él sabía que lo necesitaba y sin pedírselo solamente lo hizo.

Lo hizo y él no se imaginaba lo agradecida que yo estaba por ello. Por ese abrazo.

—Gracias, de veras.

—No tienes nada que agradecer, tonta, somos mejores amigos. Estaré aquí para abrazarte cada vez que lo necesites —en ese momento se separó de mí.

—¿Sólo para abrazarme?

—El abrazo viene en el paquete —hizo un guiño—. Pero, seré tu amigo y siempre estaré.

—¿Te puedo agradecer de nuevo? —rogué y él sonrió.

—Ya lo has hecho —respondió tranquilamente—. No tienes que comentarme exactamente cómo fue el encuentro, pero cuando estés preparada estaré aquí para escucharte. Recuérdalo, ¿ok? —entonces mostró el meñique de su mano derecha y lo acercó hacia mí.

—Lo recordaré —entrelazamos el meñique y en ese momento sonreímos al mismo tiempo.

—Sabes, este podría ser nuestro método de prometernos cosas —comentó.

—Como niños pequeños.

—Somos niños, Ana —dijo divertido—. Deberías saberlo.

—No lo sabía —me puse la mano en el corazón dramática—. Lo anotaré para que no se me olvide.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.