Esa Chica Normal. [novela Cristiana]

Capítulo 8.

1 Corintios 16:14
Todo lo que hagan, háganlo con amor.

 

20 de febrero de 2017.

Una de las cosas que cuando niña creía imposible era que de los cristianos se levantarán falsos testimonios o se dijeran cosas sin fundamentos de ellos. Sabía que los cristianos no son perfectos, eso lo sabía y lo sé ahora. Pero, eso de tener personas a tu alrededor que se dedicaran solamente a eso, era algo tan triste.

Porque no solo se daña a las personas de la cual hablan o dicen mentiras, una parte de ellos se pierde en el proceso, su humanidad, el ser empático, el no hacer o decir lo que no me gustaría que me hicieran a mí. Me da tristeza que esto pase en el pueblo de Dios, sobre todo me daba más tristeza ver cómo eso también me estaba pasando a mí.

No podía confirmar o negar qué tan cierto era que cuando hablaba con Ramón en la iglesia o en la calle entre nosotros se notaba una conexión especial, no sé qué tan notorio pudiera ser eso entre nosotros. Pero, no estaba nada bien hablar en voz alta y decir que teníamos una relación cuando era más que obvio (para mí) que no.

Eso sería imposible, porque apenas nos conocíamos, apenas teníamos una amistad. Una amistad cálida, sana, ¿por qué malinterpretar una amistad de esa manera y hablar cosas sin sentido? No era justo, ¿verdad?

Me daba miedo el imaginar que pasara lo mismo que había pasado otras veces: "Las personas de las cuales se levantaron falsos testimonios decidieron alejarse". Se alejaron para alivianar los comentarios, pero al final dejaron de ser amigos y los dividió un muro que no pudieron romper.

Me daba miedo que eso pasara conmigo y con Ramón. No, no quería que eso pasase.

Unos días antes, Ramón me había llamado, preocupado, comentando acerca de esa situación, cómo se estaban haciendo comentarios sin fundamento alguno y que si no los parábamos podían dañar nuestro testimonio.

Le propuse dejar de hablar tanto por un tiempo en persona, al menos no hacerlo de manera constante, para así poder calmar los comentarios y eso hicimos.

Entonces se cumplieron cuatros meses desde que decidimos no hablar más en persona, y aunque juramos que esto no afectaría nuestra amistad, sí lo hizo.

Lo hizo porque no estábamos tan acostumbrados a hablar por mensajes. No era nuestro medio favorito. Mientras hablaba con mi subconsciente del tema del momento, decidí salir de la casa. La cual se sentía muy caliente y creí que me haría bien un poco de aire.

Quería ver a los chicos jugar, como siempre. Tal vez eso me distraerá, cuando salí no pensé encontrarlo, pero ahí estaba él, jugando con los niños. Hasta me costó diferenciarlo, porque él parecía uno de ellos, si vieran lo inocente que se veía con ellos, a él siempre le habían gustado los niños. En realidad, su gran sueño era ser papá.

Me quedé observando por un buen rato hasta que él se dio cuenta de mi presencia en ese lugar. ¡Cuánto extrañaba esa mirada!

Él al verme le hizo unas señas a los niños de que pedía tiempo fuera, ellos asintieron y siguieron jugando. Se iba acercando a mí y no sabía por qué estaba tan feliz y tampoco por qué el verlo me estaba haciendo también feliz a mí. Estando a algunos centímetros frente a mí, me miró fijamente y no pude dejar de sentirme como niña indefensa con él.
Su mirada era penetrante.

—¡Deja de mirarme así! —ordené y a él se le salió una pequeña risa.
 

—¿Así como? Extrañaba a mi mejor amiga —puso una mano en su corazón exagerando.


—Wow —suspiré—. Por un momento me lo creí.

Él arrugó su rostro confundido.

—¿Qué cosa?

—Que me extrañabas —bromeé, pero él no lo tomó de esa forma.

—Sí, te extrañaba —respondió con voz ronca—. Es que, simplemente, por mensajes no es lo mío.

—Pero, esa era nuestra única forma de comunicarnos y creo que lo seguirá siendo —al decir eso se me formó un nudo en la garganta. Las personas que pasaban por nuestro lado, principalmente vecinos del lugar, se nos quedaban mirando con cierta picardía, eso no me gustaba.

—¿Por qué dices eso?

—Al parecer ahora el simple hecho de que hablemos le dará más motivos a las personas para decir mentiras. ¿No notaste cómo nos están mirando? —señalé a una esquina y él se volteó, habían dos señoras (no cristianas) que estaban mirando fijamente hacia nosotros y comentando.

—Esto ya no lo aguanto —espetó enojado y vi cómo se dirigía hacia donde estaban las señoras.

Dios, no.

Lo seguí intentando detenerlo pero ya era demasiado tarde, estaba al frente de ellas.

—Hola. Dios les bendiga mucho —saludó con voz ronca, ellas respondieron con un Amén—. Vengo ante ustedes porque sinceramente no me parece justo lo que están haciendo.

—¿Qué estamos haciendo, jóvenes? —preguntó una de las señoras con cautela. —Hablar de nosotros solo porque estamos hablando como amigos —respondió con detenimiento—. Las conozco y sé lo "boquita floja que son", que cualquier teoría que tienen sobre alguien, la difunden sin importarles cómo se sentirán los demás.

—Ramón, no —intenté intervenir pero él no paraba de hablar.

—No es justo que levanten falsos testimonios de dos jóvenes cristianos que sirven a Dios de corazón y que son amigos, amigos de verdad. ¿Ustedes se imaginan que sus hijas dijeran que son unas cualquiera por no decir la palabra coloquial? ¿Les gustaría que de sus hijas hablen mentiras? —ellas negaron con la cabeza—. Así como no les gustaría, no lo hagan con ella ni conmigo. Por Dios, piensen un minuto en sí se lo hicieran a sus hijos cómo ustedes se sentirían al respecto.

Diciendo esto se alejó de ellas y le seguí el paso.

—Ramón, en serio no debías...

—Debía de hacerlo, Ana —me interrumpió—. No es justo que digan cosas sin sentido solo porque sí, al final dañan nuestro testimonio y, también importante, nuestra amistad —nos señaló—. No quiero perder eso.




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